
Más o menos a la mitad de sus cuatro décadas de taco gastado, Madonna se hizo cargo de la idea de reinvención, ese mecanismo que la impulsa desde el primer día a buscar permanentemente una nueva forma de ser, sonar y presentarse. En el fondo debe ser terrible haber forjado una carrera y, sobre todo, una identidad sobre semejante autoimposición. Ser la misma, claro, pero también otra nueva y mejorada a cada paso. Con más o menos éxito, Maddie vivió intentándolo con una fuerza de voluntad perturbadora. Y acá está. Casi todos sus contemporáneos que llegaron a la misma estatura de fama, ya no. Tuvo varias derrotas, pero a ella nada la rompió. ¿Será por eso que no suscita mucha simpatía?
Repasar la discografía de Madonna es más que seguir el trayecto de las mentadas reinvenciones de la joven bailarina que llegó a Nueva York con 35 dólares y blá blá blá. Es una reevaluación que debe quedar abierta, por lo subestimada que fue en su momento y por la cantidad de dinámicas complejísimas que se montaron sobre ese cuerpo de trabajo y que todavía se está entendiendo. ¿Icono del feminismo de la tercera ola? Sí. ¿Buitre cultural? Probablemente también. Pero, ¿dónde estaríamos todos sin esta mujer siempre dispuesta a hacer con su voz, su cuerpo, su edad y su visión más de lo que se supone que puede o debe?
Es un poco injusto ordenar de peor a mejor 38 años de discografía. Como pionera transgeneracional de casi todas las cosas, Madonna moldeó al pop como se lo conoce hoy. Y lo hizo desde el principio de su carrera. Difícilmente se puedan comparar el impacto cultural de su irrupción sísmica (cuando tenía todo por inventar) con el de sus últimos intentos (que, sin embargo, sigue sumando baby gays). Esta lista no incluye compilados, soundtracks, o EPs, lo que deja afuera, tal vez criminalmente, clásicos como “Vogue”, “Justify My Love”, “Crazy for You”, “Into the Groove”, “Beautiful Stranger” y muchos otros. Acá va:
14. Rebel Heart (2015)

Este es un disco maldito. Empezó a filtrarse meses antes de que estuviera listo, y en su versión “final_final2 (esta sí)” suena apurado y sobretrabajado a la vez. La edición deluxe de más de 20 temas es una puerta giratoria de 18 productores por la que pasaron Diplo, Ariel Rechtshaid, Kanye West, Avicii, Jason Evigan, Billboard. EDM, electro pop, reggae, trap, R&B... Rebel Heart histeriquea con demasiadas direcciones y le hubiera servido quedarse con alguna.
La diva suena solemne en modo Aspen en “Ghosttown”, enumera kinks a propósito de nada en “S.E.X.”, y se pone deliberadamente irritante en “Body Shop” y “Autotune Baby”. Si sos fan y no tenés miedo a que Madonna te meta preso, los casi 30 demos que todavía circulan en internet te obligan a jugar a las diferencias: “Rebel Heart” es un testamento melanco fogonero sobre ser Madonna y vivir para contarlo, pero podría haber brillado en el dancefloor con el demo original de Avicii. Lo mismo que “Wash All Over Me”, convertida en una marcha fúnebre en su encarnación final. Los beats sinuosos e inbailables que le puso Kanye West a “Illuminati” antes eran un efectivo groove hip house (Es más bienvenido su aporte en “Holy Water”, un strip pop en la tradición católicamp de Mamu).
La historia demuestra que Madonna lo da todo cuando se encierra en un cuartito con uno o dos de confianza y se guarda la llave entre las tetas. El más cercano a tener ese honor acá es Diplo y es tentador culparlo por lo que no salió bien, pero Rebel Heart pesa como un curioso fail de Madonna como autoeditora.
13. MDNA (2012)

Después de pivotar al urban pop en Hard Candy, Madonna vuelve de otro volantazo a la electrónica mientras ve cómo estallan en la radio la EDM rabiosa, el dubstep, el dance pop y cierta nueva rubia ambiciosa. MDNA la tiene en dos temperamentos: uno pistero, a veces infantilista y, por momentos, homogeneizado con esas tendencias (trabajado mayormente con Martin Solveig y la dupla de Benny y Alle Benassi); y otro algo más reflexivo y musicalmente curioso (conducido por el productor de Ray of Light, William Orbit).
Los tracks con Solveig como “Give Me All Your Luvin” y “Turn Up the Radio” se dejan escuchar, pero son derivados bastante evidentes de “Hello”. Los primos Benassi, que mantienen las cosas peligrosamente genéricas en “Girl Gone Wild”, se acercan el éxtasis auditivo en “I’m Addicted” y ese minuto final que pone los pelos de punta. Orbit aporta los otros dos momentos memorables: la fantasía tarantinesca tecnoindustrial “Gang Bang” -con disparos, explosiones, persecuciones en la ruta- y "Love Spent", un dramón post separación de bienes que comienza con un punteo de banjo y termina en four to the floor bañado de sintes celestiales.
12. Hard Candy (2008)

Hasta Hard Candy, nunca había sido tan corto y directo el viaje a las influencias de un disco de la Madonna adulta. Timbaland venía de Loose de Nelly Furtado, Justin Timberlake de su propio Future Sex / Love Sounds, Pharrell Williams de sus asuntos con Gwen Stefani y Danja de Blackout de Britney. Maddie amó esos hits y fue a comprar de fábrica. El resultado es un disco de pop R&B pulido que tiene el piné natural de los involucrados y también algunos de sus vicios. En su momento se sintió demasiado… básico: una Madonna sin confesiones ni aspiraciones más que “¡quiero estar acá!”.
Pharrell gana la competencia: la aeróbica “Give It 2 Me” hace pensar qué hubiera sido de Madonna si se volcaba al sonido DFA Records, y detalles re tiernos como la participación de Wendy Melvoin en “She's Not Me” hablan de una meticulosidad que nunca se le reconoce a este disco que, bueno, también tiene mamarrachos kitsch como “Spanish Lesson”. Mucho del sonido de Hard Candy curiosamente cobró relevancia seis o siete años después en el segundo aire del Neptune como productor solitario, entre Bangerz de Miley Cyrus, “Blurred Lines” de Robin Thicke y “Blow” de Beyoncé. Pero no se puede confundir esto con los discos en los que Madonna realmente se adelantó a su época.
11. Madame X (2019)

La idea de un single con Maluma en un mundo post “Despacito” y en pleno debate sobre apropiación no te anticipa exactamente ”el mejor disco de Madonna en años”, pero Madame X es mucho más de lo que se percibe a primera vista en “Medellín”.
En el roce multicultural que surgió de su vida en Lisboa, Madonna encontró algo que hacía bastante tiempo no aparecía en su música: las ganas de explorar. Sí, hay más reggaetón milfero (“Bitch, I’m Loca”, también con Maluma), pero también kuduro angoleño (“Faz Gostoso”, cantado en portugués con Anitta), fado, y otros géneros y músicos con los que parece haber entablado una relación más que meramente parasitaria. No se detiene ahí: vuelve al dancefloor del que salió Erótica en “I Don’t Search I Find”, revisita la historia de Juana de Arco sampleando a Tchaikovsky en el desquicio vocoder “Dark Ballet” y se viaja por seis minutos en “God Control”, un nü disco anti armas que no suena a nada que haya hecho.
Madonna encontró la forma de alinear todas estas incursiones dispares gracias a su reunión con Mirwais, el mismo socio que había tenido la última vez que no había buscado hits, American Life. Y sí, aunque Madame X es medio miope (por algo la diva usa parche) y no todo lo que se probó funciona o está libre de (ejem) aristas problemáticas, hay una sensación de curiosidad renovada que genera entusiasmo por la Madonna post 60.
10. Like a Virgin (1984)

Si el debut la presentaba como una club kid vivísima saltando de la calle a la pista, en Like a Virgin todos los delirios de grandeza de esa maleducada se hacen realidad. Carísima, Madonna exige que venga a producirla Nile Rodgers, que en esos años también estaba, lo que se dice, en una: Diana, Kookoo, Let’s Dance, Original Sin.
El disco cumple su propósito: la presenta como una superestrella, con mayor rango musical (de ahí la inclusión del cover “Don’t Love Here Anymore”, su primera balada) y un sonido más robusto, con los Chic como instrumentistas aquí y allá. Es difícil tomarle el peso musical a algo que fue una especie de artefacto cultural inédito. Esa icónica novia con el pelo revuelto y el cinturón de "Boy Toy" empezaba a cambiar para siempre la conversación sobre sexo, género y religión en la música pop, y más allá también.
Pero sacando de lado el doble golpe incomparable de “Like a Virgin” y “Material Girl”, no hay mucha más carne en el disco que “Dress You Up”. Justo las tres que no escribió. No importa: la era se completó fuera del disco con los clásicos certificadísimos “Into the Groove”, tal vez el mejor tema de Madonna junto a su ex Stephen Bray, y “Crazy for You”, un lento hermoso que no te deja otra alternativa que chapar o llorar.
9. Madonna (1983)

Madonna se deja de joder con las banditas punkies y new wave y se asume como lo que es: una fanática de los boliches que lo quiere todo para ella y no necesita ni apellido. El primer álbum es una joyita post disco con ocho temas de los cuales al menos cinco son clásicos madonneros definitivos. Ella escribió la mayoría de las letras de los demos que venía llevando por toda Nueva York. Primero eligió como productor a Reggie Lucas, que había tocado en las bandas de Miles Davis y Roberta Flack en los 70, y no le daba mucha bola cuando esta pendeja le decía que estaba usando demasiados instrumentos. Entonces ella agarró sus cancioncitas, se las llevó a su entonces novio John “Jellybean” Benitez, que le remezcló tres y produjo “Holiday”, su primer hit.
El debut es algo rudimentario (¿no lo son muchos de los mejores discos del pop?) y de los más electrónicos de Madonna, enamorada en ese momento de la caja de ritmos LinnDrum, y las líneas de sintes y teclados cósmicas que aparecen en “Lucky Star” y “Everybody”. Canta en sus más nasales agudos todo el disco, y compensa con personalidad, creatividad y beboteo lo que no tiene de técnica. Hasta ese momento una desconocida, Madonna agarró al mundo de las pelotas y mirando fijo le dijo: “A diferencia de las demás, yo haría cualquier cosa. No soy igual, yo no tengo vergüenza. Estoy en llamas” (“Burning Up”). Nadie más se olvidó de su nombre.
8. Bedtime Stories (1994)

Bedtime Stories tiene algo de síndrome del hijo del medio. Subestimado como una transición entre la hecatombe porno de Erotica y una revolución espiritual de Ray of Light, más que una parada obligada en el recorrido o visto como un operativo de manejo de crisis por sus modos delicados, hoy es uno de los discos de Madonna que mejor envejeció.
Para empezar, no es una disculpa: "Human Nature" responde directamente a las críticas que recibió por poner la sexualidad femenina en primer plano: “¿Sonaría mejor si yo fuera un hombre?” “No tengo arrepentimientos”. Pero no es un disco confrontativo. Se detiene en matices taciturnos y melancólicos, explorando otros tonos más suaves de Madonna, mientras se da un baño de burbujas en el R&B del momento: se reimagina como una cantante de clubcitos de jazz en “Secret”, samplea a Alliyah en “Inside of Me” y trabaja con productores de Mary J Blige, Mariah y TLC.
Hacia el final, también se abre al trip hop (“Sanctuary”) y la electrónica en “Bedtime Story”, una letra rasqueteada a Björk que -en algo que podría ser la versión islandesa de tirar shade- le dice que deje de calcular tanto y la pone a cantar: “Tratá de olvidar todo lo que aprendiste. Vamos a ponernos inconscientes, mi amor”.
7. American Life (2003)

Sacudida por los atentados del 9/11 y el clima militarista de la era Bush, Madonna taclea el tema de esa fuerza imperialista, belicosa y extractivista que ha hecho de todo para dominar el mundo: ella misma. American Life está impregnado de preguntas tipo "¿quién soy?", "¿qué significa todo esto por lo que me pasé la vida peleando?" Pero a diferencia de otras instancias de autoinspección más iluminadas, acá se atreve más a la confusión, la frustración y, curiosamente, la autocrítica.
Por su mensaje antiguerra en plena invasión a Irak, su rap infame históricamente bastardeado (un tesoro autoparódico que nadie entendió) y su video cancelado (probablemente un statement visual más impactante que el libro Sex), “American Life” fue una presentación demasiado chocante. “Vivo el sueño americano y me di cuenta de que nada es lo que parece”, dice Madonna sin mayores respuestas.
En una folktrónica de guitarras acústicas y sintetizadores ácidos, líneas vocales limpias y después hiperprocesadas, Madonna y Mirwais encuentran un camino de salida de la joda de Music. El tono es serio, pero también sarcástico y sentimental. En “Hollywood” y “I’m So Stupid”, Madonna se castiga por promover la “ilusión” de la fama. “Nobody Knows Me”', rechaza la "enfermedad social" de la cultura celebridades no sin cuestionarse su obsesión con cómo quiere ser percibida: "No es bueno cuando te malinterpretan, pero ¿por qué debería importarme lo que el mundo piense de mí?".
“X-Static Process” revela ese lado inseguro que rara vez deja ver: “Siempre quise encontrar a alguien tan talentoso como vos, en el proceso me olvidé que yo también soy especial”. Y en “Mother & Father” le da un abrazo a esa niña interior que se quedó sin mamá a los cinco años. Crítica y público le dieron la espalda a uno de los momentos más vulnerables de Madonna. Una injusticia pop que merece ser revertida.
6. Music (2000)

Uno de los secretos de la permanencia de Madonna: está siempre dispuesta a dejar todo atrás, incluso lo que le funciona. Suceder al espiritual y musicalmente denso Ray of Light -que relanzó su carrera, le dió sus primeros cuatro Grammys y una renovada aura de artista seria-, con algo como Music fue de sus mejores jugadas y una que obedeció a su instinto: quería divertirse.
Se aventuró con el francés Mirwais -entonces otro productor joven y prácticamente desconocido en los estratos del pop- e hizo un disco de french disco, trance y electrofolk súper fresco. En “Music” suena como si hubiera vuelto al mismo boliche del que había salido 20 años antes (tal vez para comprarlo), y el DJ estaba pinchando Cassius y Daft Punk. Es un himno absoluto sobre el poder unificador de la pista: “La música mezcla a la burguesía con el rebelde”, canta con abandono gay. “Impressive Instant', es un viaje acid house al espacio exterior, una catálogo de procesamiento vocal y otro cuento del dancefloor como espacio para experiencias trascendentales.
William Orbit recontextualiza el sonido de Ray of Light para este mood fiestero en “Runaway Lover” y “Amazing”. Después, Madonna se pone más reflexiva y triste, agarra la guitarra acústica, los tres acordes que sabe, y empieza a desahogarse (“I Deserve It”, “Gone”). En suma, es un disco diverso que muestra todos los lados de una señora de las cuatro décadas con calle, cordón y vereda. El momento más épico de la vaquerita espacial tal vez sea “Don’t Tell Me”, una fusión de country y trip hop de lo más singular de su carrera con una directiva para el mundo: “No me digas que pare”. Como si alguien pudiera.
5. True Blue (1987)
Hoy es difícil de imaginar, pero incluso después de la explosión de Like a Virgin se veía con escepticismo la vida útil de Madonna. Sí, la muchacha sabía llamar la atención, ¿pero tenía con qué sostenerla? True Blue es el sí rotundo y el disco que la puso en el lugar de la popstar más grande de los 80 (además es el más vendido de toda su carrera).
Como si estuviera impulsada por un hambre de complejidad, Madonna encuentra tonos medios y graves en su voz que le dan su primer gran salto como intérprete. Con menos shock por el shock mismo, pone a andar muchas facetas que definirán su obra, desde la agitadora social a la transgresora de géneros y culturas, traficando ideas complejas en canciones azucaradas: habla de embarazo adolescente en “Papa Don’t Preach”, empieza su coqueteo con el mundo hispano en “La Isla Bonita”, y cita a los grupos de chicas de la primera era Motown en “True Blue” y a sus héroes del cine en “White Heat”.
El álbum de nueve tracks fue compuesto junto a Stephen Bray y Patrick Leonard, sus grandes socios de los 80, y Madonna firma la coproducción de cada canción por primera vez. Quizás en los 80 era fácil desestimar a confecciones pop perfectas como “Open Your Heart”, pero cuando Madonna apareció con algo tan melodramático y misterioso como “Live to Tell” -todavía uno de sus grandes logros como compositora- se supo que además de ponerte a bailar podía dejarte pensando.
4. Confessions on a Dance Floor (2005)

Si viste una gira de Madonna, sabés que no hay nada que le guste más que rediseñar sus propias canciones. Por eso es tan fan de los remixes. Cuando son muy buenos, los hace singles oficiales por encima de las originales. Y más de un productor novato se encontró trabajando con ella en el estudio después de haberle volado la peluca con una reversión. Madonna dice que Confessions on a Dance Floor nació de querer ir directo al remix. Qué dios le conserve esa ansiedad.
Con algunas ideas de canciones de un musical que se frustró, llamó o director de sus dos giras anteriores Stuart Price -en ese entonces mejor conocido como Les Rythmes Digitales o Jacques Lu Cont- y se encerró en un departamentito mal acustizado de Londres. Salió de ahí con un disco que suena como un DJ set, con las canciones secuenciadas y mezcladas para que se reproduzcan de forma continua sin interrupciones. Luego de una seguidilla de discos abiertamente modernos, Madonna mira un poco al pasado para sus referencias: ABBA, Donna Summer, Pet Shop Boys, Bee Gees, Depeche Mode, ella misma…
En los 55 minutos que dura el set, invita a un viaje de dance-pop para divertirse primero y confesarse, después. Abre con una trifecta de hits: el cachetazo “Hung Up” -con "ese" sample de “Gimme Gimme Gimme”-, el favorito “Get Together” y “Sorry”. Le sigue “Future Lovers” -el único aporte de Mirwais-, que samplea “I Feel Love” mientras Madonna te invita a olvidarte de tus problemas... para darte lecciones: que el éxito y la fama no son lo que pensás (“Let It Will Be” y “How High”), que lo que importa es tu familia (“Jump”, su homenaje a “West End Girls”) y que el decorado se calla ("Like It or Not", un espectacular cierre de Bloodshy & Avant).
Nada que no haya dicho antes, la verdad. Pero el hecho de que Confessions esté tan maravillosamente cantado y tan sofisticadamente producido genera que el todo sea más que las partes y que la reiteración funcione como un hechizo.
3. Ray of Light (1998)

Después de un conservador compilado de baladas y de rendir el examen de actriz y cantante seria en Evita de Alan Parker, la dirección de la carrera de Madonna llegando a los 40 apuntaba más a dama de la canción que a aventurera musical. De hecho, había empezado a trabajar en un séptimo disco con el genio del R&B Babyface, quien la había devuelto al primer puesto unos años antes con el culebrón “Take a Bow”. Pero también se había convertido en mamá y estaba abrazando un mystic attack intenso mientras escuchaba a Björk, Tricky y Massive Attack. Cuando se cruzó con el británico William Orbit, un geek adepto a samplear los sonidos del mundo, Madonna encontró el verdadero socio para un rumbo nuevo. Y chau Babyface.
Ray of Light acompaña el redescubrimiento espiritual de Madonna con la mezcla más expansiva de sonidos orgánicos y electrónicos que haya tenido hasta ese momento. Violines, cellos, guitarras, flautas, sitar y percusiones, se combinan con samples y sintetizadores en capas y capas de sonido. Es el mood de una Madonna iluminada y lista para saltarse el Y2K. Con un agregado: la nueva voz. En los 15 años que habían pasado desde su debut, nadie la había escuchado cantar así en un disco. El entrenamiento técnico que necesitó para no pasar vergüenza en “Don’t Cry for Me Argentina” acá está puesto a correr libre y en todos sus colores.
El tema que le da título al disco ejemplifica bien todo esto: una explosión de EDM y guitarras pop, con Madonna subiendo y bajando por todo su rango. Es más suave y concentrada en “Frozen” -coescrito junto a Patrick Leonard- una balada electrónica de 6 minutos con una grandilocuencia casi operística. Hay momentos de big beat hindú ("Shanti / Ashangti") y epifanías trance (“Sky Fits Heaven”), pero Ray of Light es, a mucha honra, un producto de esa época en la que el rock buscaba abrazar la electrónica con discos como Pop de U2 o Earthling de Bowie, sobre todo en sus momentos guitarreros con “Swim” y “Candy Perfume Girl”.
Madonna encuentra la forma de no sonar a bodrio new age y que cierta propensión a lugares comunes (“Nada realmente importa, solo necesitamos amor”) se sienta como una declaración de principios vital. No hace falta que compartas su mambo: con estar ante la presencia de su más majestuosa reinvención alcanza y sobra para difundir la palabra.
2. Erotica (1992)

Madonna le pone fin a su primera fase imperial de un latigazo en la cola. Después de casi una década de ascenso y ascenso, Erotica marca el momento en el que sus provocaciones se sintieron un poquito demasiado para los pakis; un supuesto paso en falso indivisible de la polémica por su libro soft porn Sex y por un thriller erótico muy pero muy malo (que igual hay que ver). Dos años antes había llevado al mainstream la subcultura del ballroom con el housazo histórico “Vogue” y había gemido sobre un beat de hip hop en la sexualmente cargada “Justify My Love”. Esos sonidos y productores (Shep Pettibone y Andre Betts, respectivamente) aparecen acá, pero con Madonna deliberadamente cantando vale cuatro: toma todo lo marginado por la ola de pánico moral que sobrevino con la epidemia del sida, y lo pone en un contexto emancipado y celebratorio.
Algunas son canciones sobre distintas sombras (de Grey) del deseo sexual: presenta su alterego dominatrix Dita en “Erotica”, le canta a la calentura insatisfecha en “Waiting”, demanda que le chupen la concha en “Where Life Begins” y sale de fiesta marica en “Deeper and Deeper”. Pero también hay fábulas melancólicas como “Bad Girl” o directamente tristes como “In this Life”. En un balance perfecto de lo sucio y lo sofisticado, Erotica incorpora disco, house, hip hop, jazz y, reconociendo involuntariamente el impacto de Rhythm Nation de Janet Jackson, R&B y New Jack Swing.
El disco fue un bajón en ventas en ese momento y un quiebre en su relación con Estados Unidos -apenas lo tocó por ahí, lo que dio lugar a su primera visita a la Argentina con The Girlie Show-, pero hoy es un favorito de los fans y, sin dudas, su obra más culturalmente gay. En perspectiva, se puede apreciar cómo corrió la ventana de Overton en cuanto a sexualidad en el pop. Abajo de los escenarios también hay gente más libre gracias a la existencia de este disco.
1. Like a Prayer (1989)

Quizá no haya tal cosa como un mejor disco de Madonna. Tu Madonna favorita puede ser la de los rayes espirituales, la de las provocaciones eróticas o la de las confesiones bailables, pero todas están, de alguna forma, dentro de Like a Prayer y por eso es tan difícil ponerlo por debajo de cualquier otro. Es la quintaesencia de Madonna porque condensa todo lo que era como artista en ese momento y qué tan profundo estaba dispuesta a ir.
Divorciada, entrando a los 30 y con ganas de dejar una marca, Madonna se juntó de nuevo con Patrick Leonard (quien la había ayudado a dar sus primeros pasos hacia la madurez en True Blue) y Stephen Bray. “En el pasado, mis discos tendían a ser un reflejo de las influencias actuales”, le dijo a Rolling Stone. “Este álbum trata más sobre influencias musicales pasadas. Las canciones ‘Keep It Together’ y ‘Express Yourself’, por ejemplo, son una especie de tributo a Sly & The Family Stone. 'Oh Father' es mi tributo a Simon & Garfunkel, a quienes amaba”.
Lo cierto es que, mientras que varios otros discos de Madonna no tienen una producción tan fechada, Like a Prayer no puede evitar sonar ochentoso. Sí se entiende la intención de las citas musicales, el uso de batería y guitarra en todos los temas y ese bajo moog muy Motown que aparece en varios. El arte del disco incluye fotos de Madonna morocha en look hippie y salió aromatizado con un perfume a patchouli. También incluía un folleto con lo que se sabía del sida hasta ese momento. Fue escrito y grabado en tiempo récord. Madonna trabajó con músicos en vivo y se negó a pulir demasiado o a hacer retomas vocales: quería ir directo al sentimiento.
Lo que realmente elevó a Like a Prayer del resto fue Madonna en estado de autoanálisis profundo, inspeccionando su relación con su familia -la de sangre y la elegida-, su madre muerta, su padre estricto, su formación católica, el sexo y el amor. Pero no estaba haciendo una ruptura experimental o uno de esos pasos al costado no aptos para consumo masivo. El disco tenía sus momentos más personales y también sus canciones más sólidas hasta esa fecha. El gospel pop que le da título al disco con los matices sexuales de sus gritos de fe, la demanda feminista de “Express Yourself”, el forcejeo cachondo con Prince en “Love Song”, la cachetada verbal a Sean Penn de “Till Death Do Us Part”... Cada canción de este disco es como una revelación maravillosa, un lugar al que Madonna no había ido antes.
Incluso cuando baja la tensión en momentos tiernos como “Cherish” o “Dear Jessie” (la “Eleanor Rigby” de Madonna), toca fibras emocionales sin nada de cinismo. El disco tiene un cierre rarísimo, “Act of Contrition", con la pista de “Like a Prayer” en reversa, la guitarra de Prince improvisando encima y ella recitando suavemente el "Acto de contrición" católico hasta que se convierte en una Karen gritona a la que no le abren las puertas del cielo: “¡Tengo una reserva! / ¡¿Cómo que no está en la computadora?!”. Orgullosamente pecadora.