
Preguntale a tu boomer más cercano lo que opina sobre Phil Collins y será iluminado (o no). ¿Niño Dios o chanta insoportable? La discusión es eterna. Germinó cuando Peter Gabriel dejó Genesis, brotó con el cambio de sonido de la banda y echó raíces en los 80, durante los diez años del reinado Collins.
De todo aquello pasaron cuatro décadas. Pero odiar a Phil Collins se mantiene como el requisito principal para obtener el carnet de cool. Y amarlo convierte a cualquier persona en un divorciado que escucha Face Value en loop.
Cada tanto se dan uno de esos milagros que sólo en internet son posibles. Por ejemplo, que un par de hermanos reaccione en vivo a una canción que jamás en su vida escucharon. Y que esa canción haya sido nada más ni nada menos que “In the Air Tonight” deja al descubierto un hecho: lejos de cualquier discusión que lo desmerezca o endiose, Phil Collins importa.
No tanto con su presente, vale aclarar. Hace diez años que no toca una batería y poco menos de veinte desde que lanzó por última vez material original. Pero luego de haber amagado con retirarse más veces que Mirtha Legrand, nadie puede decir que no se mantiene activo. En una improbable contestación a Mario Pergolini, llamó Not Dead Yet a su autobiografía y subsecuente gira que lo trajo a la Argentina en 2018. Y todavía le queda en el tintero una reunión con Genesis, reprogramada por obvias razones para el año que viene.
Sin embargo, para entender esa importancia, su pasado está (y estará) disponible. ¿Qué mejor lugar para empezar que esta lista?
8. Testify (2002)

Por primera vez en su vida un estreno no le coincidía con una separación traumática, así que se dedicó a las canciones de amor. Y mejor quedar en que a Phil Collins el enamoramiento no le sienta bien. Tanto, que el video de “Can’t Stop Loving You” parece un slip de leopardo a la medida de Maná. Testify no sólo carece del músculo y la acidez que hicieron de su despecho una marca registrada, sino que tiene el sonido del pop más decolorado de principios del milenio. “The Least You Can Do” y el tema homónimo se salvan por los pelos. Inevitablemente, terminan ahogándose en un mar de somníferos.
7. Dance Into the Light (1996)

La alanfaenización de Phil Collins. Una ofrenda a Yemayá que jamás zarpó y se pudrió en la orilla. Además de camarones y sandía, hay guitarras tan poco inspiradas como las letras (“Love Police”), baladas que podría haber compartido con Eros Ramazzotti en un duelo de voces nasales (“The Same Moon”), un intento de trip-hop para quedar canchero (“Just Another Story”) y algo de jit tipo Bhundu Boys (“Wear my Hat”, “Take Me Down”). “Lorenzo” y “River So Wide”, tal vez lo más interesante del disco, pagan el pato con sus ritmos y atmósferas africanas de Animal Kingdom. Preferible recordarlo con el espectacular Live and Loose in Paris.
6. Going Back (2010)

El disco de covers es una trampa. Sin nuevas interpretaciones, pasa por debajo de la alfombra. ¿Mucho hacerse el rarito? Bienvenido a la infamia. A Phil Collins nunca le importó jugársela por ninguna de las dos. Con “Tomorrow Never Knows”, “You Can’t Hurry Love” y “Separate Lives” dio justo en ese clavo tan esquivo y balanceado del gran cover. No tanto con los de “The Times They Are A-Changin’”, “A Groovy Kind of Love” y “True Colors”. Going Back está en el medio. El principal problema es que su recorte del catálogo Motown suena a probeta, como hecho en una máquina del tiempo. Pueden rescatarse “Papa Was a Rolling Stone”, “You Really Got a Hold on Me” y “Ain’t that Peculiar”, pero en su afán de perfección y ascetismo pierden contra cualquier versión original.
5. ...But Seriously (1989)

Arquitecto y maestro mayor de obras del "sonido Aspen". “Another Day in Paradise” se sostiene como la segunda canción más malinterpretada después de “Every Breath You Take”. Más en la culpa filantrópica que in the mood for love, Phil Collins escribe algunos de sus mayores hits y peores desaciertos. Por un lado, “Something Happened on the Way to Heaven” levanta cualquier muerto y “I Wish it Would Rain Down”, adornada con magia pélvica de Eric Clapton, es perfecta para volver a enterrarlo. “All of my Life”, un destello de mica en la cascada, se toma un whisky con los fantasmas de toda una vida.
En la parte desafortunada, estalla el indignómetro del noticiero: “That’s Just the Way It Is” quiere pinchar la vena antibélica de Edwin Starr y le hace un absceso; “Colours” habla de apartheid con la elocuencia de Cristina Pérez mientras “Biko” de Peter Gabriel la mira de reojo; y en “Heat on the Street” factura pasta base de pop-rock para la brutalidad policíaca. Como el Homero hippie, puso margaritas en las escopetas y algunas se las terminaron incrustando en el medio de la frente.
4. Hello, I Must Be Going! (1982)

“Un hombre de alcoba”, tituló Pelo en 1984. Pero en la habitación está él solo, de la misma manera que en “Thru These Walls”. Es el voyeur, el impotente en esta equivalencia a recibir los papeles del divorcio y que vengan impregnados en antrax. Una masterclass de la máxima de John Lydon: si el enojo es energía, a Phil Collins la separación le cae como tomarse una damajuana de combustible para aviones. Abre con “I Don’t Care Anymore” y lleva el noise gate a Notre Dame. Crea la batería tocada por neandertales. El estribillo de “Like China” es engañoso; promete sexo dulce con tono violento.
Los teclados de “Do You Know, Do You Care?” son una campera de matambre crudo. Comparte el sector VIP con “Idiot Wind”, “Hangin’ Round” y “Cementerio Club”: el subgénero se llama cómo destruir a una persona con un par de frases. “It Don’t Matter to Me” y “I Cannot Believe It’s True” anticipan groove Sussudio. El simple de “Why Can’t It Wait ‘till Morning” tal vez tenga una de las tapas más representativas de una canción. Todas esquirlas que se le disolvieron poco a poco en el corazón.
3. Both Sides (1993)

Phil Collins se autodocumenta como Francois Truffaut al personaje de Antoine Doinel. Factótum de sí mismo, compone, graba y produce en completa y austera soledad. Revisita el dolor de Face Value blindado con baladas fantasmagóricas y el temple de un monje tibetano. Se arrastra por el piso, hace acrobacias sobre las letras y apuñala a traición con el sigilo de un shinobi (“I’ve Forgotten Everything”). Abre el último vino que guardaba del casamiento: está avinagrado (“Can’t Turn Back the Years”). Es Prometeo llamando a una exnovia de la secundaria (“We Fly So Close”). Hace bebés por celular, pero con la lágrima cruda (“There’s a Place for Us”).
“Todo el pasado vuelve”, le dijo a Videomatch ese mismo año. Con el diario del lunes, el panorama siempre es más claro, y ahora es inevitable reconocer la delicadeza de Both Sides. Rumió su propia historia armado de la bendición del sabio; mojó el pie en la profunda laguna de la sobrevida, el horror del rockero adulto. Y casi sin pensarlo, “como un acto reflejo”, entregó una canasta con su último gran puñado de canciones.
2. No Jacket Required (1985)

Un título atinado: acá nadie te va a pedir nada. Ni siquiera te pongas el saco. Entrá en cuero, vas a transpirar como el de la tapa. Es la no imagen de un pelado chivado, que una vez más te mira incómodamente. Es el sebo versus el fijador. Labios y ojos pintados contra la jeta monocrómica que asoma entre las luces estroboscópicas de la disco. ¿Es la frivolidad que capturó a Patrick Bateman? Quizás, o tan solo sea un eufemismo para no tener que decir irreductiblemente, orgullosamente y atemporalmente pop.
Se puede señalar el fraseo incendiario de Daryl Stuermer en “Don’t Lose My Number”; en tándem con “Who Said I Would”, a cualquiera se le derriten los tobillos y la cara. Apenas empieza “Sussudio”, una mariposa bate sus alas. “I Don’t Wanna Know” está fundada sobre la todopoderosa garganta de Phil Collins y el cemento de contacto de Leland Sklar. En un universo paralelo, John Cusack sostiene el grabador con “One More Night” y no “In Your Eyes”; en ese mundo, mientras manejás de noche, aparece en la radio y si no parás el auto para apretar, te multan. Con “Take Me Home” hace temblar cualquier cadena: himno de liberación definitivo.
Pocos ametrallaron al público con tantos hits como Phil Collins en tan poco tiempo. Venía de escribir tres de los cinco más grandes éxitos de Genesis. Se guardó otro póquer de ases para, al año siguiente, llevarlos a la estratósfera y de ahí a cualquier parte del mundo con Invisible Touch. Desafió al tiempo y el espacio en el Live Aid. Produjo cuanto artista se le cruzó. Escribió para bandas sonoras. Y todavía le alcanzó la nafta para hacer un álbum de disfrute absoluto. Sin concesiones, efectivo pero no efectista, de requisitos mínimos y entrega total.
1. Face Value (1981)

Hay dos hitos que marcan una rotonda en la carrera contemporánea de Phil Collins. El primero es su aparición como personaje en GTA Vice City Stories (2007). Antes de los conciertos en Fortnite, estuvo él, o su avatar poligonal, cantando “In the Air Tonight” frente a más de cuatro millones de jugadores. ¿Cuántos pueden decir que conocieron su música en ese preciso instante? Aquello es el superestrellato pop mordiéndose la cola una vez más.
Ahora, el segundo y más reciente mojón es un gesto. Muy simple y significativo. Cuando en 2016 reeditó su catálogo entero, reemplazó todas las tapas con fotos actuales. Quien haya visto sus portadas alguna vez sabe lo que esto significa: poner su semblante ajado en siete discos, a excepción de Going Back, donde la imagen y la música señalan un comienzo prehistórico. Así, alcanza al tiempo y asume su edad. No es el mismo, nunca más lo será. Tampoco el envoltorio de su música.
Face Value siempre fue un portal de dos vías. De su alma a la del espectador, y viceversa. Hoy es incluso más potente que antes. Es mirar a los ojos de la mortalidad. Es el máximo valor del rostro; aquello que puede cambiar, pero que con el tiempo vuelve a ser el estándar de la identidad. Y así al infinito. Hasta que se olvidan, desvanecen y finalmente mueren.
Imposible que eso suceda con la cara de Collins. No después de este disco, tan lleno de frustración, rabia, dolor y resignación. Porque ya está fusionada con “In The Air Tonight” y habrá moldeado a golpes el sonido de los 80. “You Know What I Mean” seguirá sintiéndose como alzar a un recién nacido: no se puede comprender cómo la vida funciona en un paquete tan mínimo y tierno. “The Roof Is Leaking” será el reflejo del ánima, el hogar del ser humano. “Behind the Lines” y “I Missed Again” se bailarán con la gota en el ojo. Face Value continuará como el disco que cinceló la efigie de Phil Collins. Y aunque él asegure que su lápida va a rezar “Vino, escribió ‘In The Air Tonight’...y se murió”, el mundo seguramente lo recordará por mucho más que eso.