
En 1996, Oasis se autopercibía como la banda más grande del mundo. Las cifras estaban a su favor: cada simple de la banda se vendía como pan caliente, habían derrotado a Blur en una insólita batalla por el primer puesto de los rankings, su disco (What’s the Story) Morning Glory? sonaba prácticamente en cada hogar británico, y para agosto de ese año rompieron un récord de convocatoria con dos shows en el predio de Knebworth ante 125 mil espectadores por noche, y para los que dos millones y medio de personas intentaron conseguir entradas. Y ahí, justo en el momento en que la sensatez pedía hacer una pausa para calcular el próximo movimiento, Oasis simplemente siguió su marcha y colisionó contra su propia ambición.
En el verano (boreal) de 1996, Noel Gallagher aprovechó unas vacaciones que con su pareja habían planeado con Johnny Depp y Kate Moss a la isla privada de Mick Jagger en Mustique, en el Caribe. Equipado con un arsenal de instrumentos (y un teclado de juguete que le robó a la hija de Su Majestad Satánica), el líder de Oasis no sólo compuso la totalidad de las canciones del disco, sino que también las demeó de una manera bastante avanzada. Gallagher hizo que el productor Owen Morris viajase a Mustique con una grabadora de ocho canales, y juntos le dieron forma a catorce canciones de las cuales diez terminarían en el disco, y las otras cuatro como lados B.
Con el material ya demeado, Oasis se embarcó por una gira por Estados Unidos que terminó, para sorpresa de nadie, en una nueva pelea entre los hermanos Gallagher. Y ahí, donde cualquier alma sensata hubiera entendido que un hiato era algo necesario, la banda encaró para Abbey Road en octubre de 1996 para medirse en la cancha en la que los grandes hicieron historia. No pudo ser: con un cóctel que incluyó consumo indiscriminado de cocaína, la constante presencia de la prensa en los alrededores de los estudios y una ingeniería sonora que iba más allá de lo que las paredes y los trabajadores del lugar podían soportar, al poco tiempo derivó en tener que buscar una locación nueva, y así fue como partieron a Ridge Farm, un estudio enclavado en la campiña en Surrey.
El cambio de locación sirvió para trabajar con más tranquilidad, pero no redujo la megalomanía. Todas las canciones eran extensas, con una duración promedio de siete minutos. Para peor, Owen Morris intentó transferir los demos de Mustique para agregarle el aporte de los demás músicos, pero había un inconveniente: para superar el límite de canales que tenía la grabadora que habían usado en el Caribe, Gallagher y Owen utilizaron el método de reducción de pistas, en el que se pasa la grabación de varios tracks en uno nuevo y así sucesivamente. Como consecuencia, no había manera de aislar el material aislado, sino con lo que hubiera sido mezclado. La base sobre la que construir las canciones ya estaba sobrecargada, y al no poder despejar, la solución fue sumar más y más capas de sonido.
Como espejo de esa mezcla de fama, ambición y exposición mediática, Noel Gallagher quería que el disco sonara “colosal”, y la manera de alcanzar la meta fue replicando partes de guitarra en grandes cantidades por cada tema para crear una pared de sonido maciza y distorsionada. Si para Definitely Maybe la estrategia de Morris había sido de eliminar toda capa de sobregrabación para dejar la banda casi al desnudo, en Be Here Now funcionó por oposición, al punto que en canciones como “My Big Mouth” hay una treintena de guitarras interpretando exactamente lo mismo. Sobre ese molde, Oasis se permitió reformular la secuencia de acordes de “Wonderwall” y usarla para la carta de presentación del disco, “D’You Know What I Mean?”, siete minutos y monedas adornados con acoples, audios pasados al revés, un sample de NWA y una letra en la que se mezclan guiños a Bob Dylan y The Beatles para luego desembocar en un estribillo propio de un delirio mesiánico dirigido a “toda mi gente”. “Fade In/Out”, otro de los temas mastodónticos del disco, fue edificado sobre el demo grabado en Mustique para no sacrificar su esencia original, lo que implicó dejar en el disco una guitarra slide tocada por Johnny Depp al no poder separarla de las demás pistas.
Casi un retrato del estado de ánimo de sus propios creadores, todo en Be Here Now suena envalentonado y arrogante. Para muestra, “I Hope, I Think, I Know” (“Si tropiezo, agarrame cuando caiga, porque nena, después de todo, nunca olvidarás mi nombre”), la ya mencionada “It’s Gettin’ Better (Man!!)” y su muro de guitarras y la canción que da nombre al disco, sostenida a partir de un sample de un teclado de juguete de uno de los hijos de Jagger. Sin embargo, al menos en su difusión, el álbum estuvo sostenido por dos baladas: “Don’t Go Away”, un tema que Noel Gallagher había comenzado a escribir en 1994, y “Stand By Me”, que tiene la particularidad de narrar un episodio de intoxicación gástrica de su compositor en su primera línea (“Preparé el almuerzo y vomité un domingo, tengo mucho que aprender”).
La grabación del disco le sirvió a su creador para saldar una deuda histórica. Después de que se unió a Oasis en 1991, Gallagher tomó el control compositivo de la banda, y muchas de esas canciones interpretadas durante años fueron a parar al álbum debut. Hubo una de ellas, sin embargo, que tuvo que esperar: “All Around the World” fue compuesta en 1992, pero se optó por guardarla hasta que la banda pudiera financiar una orquesta completa con la cual grabarla. Cinco años después, la canción vio su forma definitiva como una suerte de fábula beatle cuyo final mira de cerca al de “Hey Jude”, y con un videoclip deudor del imaginario visual de Yellow Submarine. En el disco, el tema reaparece sobre el final como una suerte de epílogo, mientras se escuchan unas pisadas que se alejan y cierran una puerta, un simbolismo quizás demasiado evidente.
Y si Be Here Now era lo que Noel Gallagher llamó “el sonido de cinco tipos pasados de merca sin que nada les importe un carajo”, su arte de tapa estuvo a la altura de las circunstancias. La idea original del fotógrafo Michael Spencer Jones era tomar una foto de cada integrante de la banda en un destino distinto del mundo, pero tuvo que ser cancelada por costosa. Su reemplazo, de todos modos, no fue una solución económica: en abril de 1997, se alquiló la mansión Stocks House en Hertfordshire, y se utilizó su parque como locación principal. Para la foto, se compró un Rolls Royce blanco y se lo sumergió en la pileta del lugar (un homenaje a Keith Moon, que hizo lo propio con su auto en su mansión tras una noche de juerga) y se decoró la escena con una selección aleatoria de objetos: un scooter, un reloj sin brazos, la reproducción gigante de una llave Yale, una cabina telefónica (que fue eliminada de la toma final) y hasta un calendario con la fecha de lanzamiento del disco para que, “los fans creyeran que comprar el disco en el día que salía era como participar de un evento histórico”, como afirmó el periodista John Harris.
Al momento de mostrarle el disco a su compañía, las cosas empezaron a tambalear. Alan McGee, director de Creation Records, aseguró manifestar su miedo de que el disco vendiese “solamente” siete millones de copias, por lo que Ignition, el management de Oasis decidió apartarlo de toda la toma de decisiones. Como algunas radios habían roto el embargo a la hora de difundir “D’You Know What I Mean?”, se decidió adelantarle un CD con tres canciones del disco al DJ Steve Lamacq para que las reprodujera en la BBC con la condición de que hablase encima de ellas para que el material no fuera pirateado. Al día siguiente, Ignition le avisó que no le pasaría más material porque “no había hablado lo suficiente encima de las canciones”. La paranoia aumentó cuando decidieron enviar cassettes a distintos medios a modo de adelanto, previo firmar “un contrato de confidencialidad, en el que los periodistas debían comprometerse a no hablar del disco con nadie hasta la fecha de su lanzamiento, incluidas las personas con las que convivían”, según recordó Mark Perry, redactor de Select.
Había un fenómeno más a atender. Cuando Oasis publicó …Morning Glory?, parte de la prensa musical británica lo reseñó negativamente al no continuar la línea de su sucesor, y aún así fue el disco que propulsó el éxito de la banda a niveles impensados. Por eso, según el propio Noel Gallagher, el periodismo inglés no quiso volver a quedar en off side con Be Here Now: “No es un gran disco, pero tuvo reseñas de 10 sobre 10 en todos lados. No tuvo ni una sola crítica negativa porque no querían quedar como pelotudos de nuevo”, dijo en el documental Return to Rockfield. Todo era de una magnitud demencial: los fans del grupo acampaban en las disquerías desde la noche anterior para procurarse una copia del disco, y las cifras eran más que prometedoras, pero así y todo en el seno interno de la banda el espíritu de insatisfacción era evidente. En palabras del propio Noel: “Que vendas un montón de discos no significa que seas bueno. Mirá a Phil Collins”.
Para promocionar el álbum, Oasis se embarcó en una gira mundial que en un su tramo europeo tuvo una puesta en escena a tono con la portada de Be Here Now y su circo auto referencial: la banda salía a escena desde una cabina telefónica gigante, la batería estaba montada sobre una tarima que replicaba el frente del Rolls Royce, y todo estaba coronado por un reloj gigante cuyos brazos giraban aleatoriamente. Aunque toda esa utilería no cruzó el Atlántico, sirvió como excusa para que Oasis llegase por primera vez a la Argentina en 1998, con dos shows en el Luna Park que fueron el correlato del disco que venían a presentar: todo sonó largo, ruidoso y a un volumen altísimo. Al igual que el álbum dividió aguas: de un lado, los que lo consideraron una experiencia rockera genuina; del otro, las quejas por la duración, el repertorio y la actitud de una banda a la que parecía darle lo mismo estar ahí que en cualquier otro lado.
Aunque con el paso del tiempo la mirada retrospectiva fue más benevolente con Be Here Now, el repaso histórico también le encontró el peso simbólico de ser el cierre de dos etapas. Por un lado, el fin del britpop como movimiento: el disco que debía ser la obra triunfal y definitiva del período terminó naufragando con un disco ambicioso en sus formas pero chato en su contenido. Pero el verdadero daño estaba hacia el interior del grupo: después del lanzamiento del disco y su posterior tour mundial, Oasis perdió su status de banda de identificación popular. Como lo desarrolló el periodista Paolo Hewitt en el libro Forever the People, cada paso que daban iba acompañado de la añoranza de cómo eran las cosas tan solo tres años antes, y en vez de intentar hacer un balance para mantenerlas, todo condujo a la reconversión del grupo en un fenómeno de otra liga, un traspaso del que es imposible salir ileso.