
Como cada vez que allí se realiza un concierto amplificado, el Teatro Colón es objeto de debate. El hecho de tratarse de una sala lírica, creada para representar allí óperas, oratorios, sinfonías, o demás expresiones de lo que se llama música clásica o académica, hace que cuando se programan allí conciertos cercanos a la música popular se discuta en cuánto perjudica la amplificación a la acústica y la estructura del teatro.
En medio del Festival Únicos, que comenzó este martes y se extenderá hasta el viernes 2 de marzo -con artistas que van desde Joan Manuel Serrat hasta Rick Wakeman, pasando por Hernán Cattáneo y Lali Espósito-, Silencio consultó a distintos referentes del área para abordar la cuestión de la acústica del Colón y los peligros que suponen realizar conciertos amplificados.
Opinan Gustavo Basso, ingeniero especializado en acústica, profesor titular de Acústica en la Universidad Nacional de La Plata y encargado de las reformas del teatro en 2006; Gustavo Iglesias, sonidista de Babasónicos, a cargo de la presentación del grupo en el Colón en 2016; y Martín Liut, compositor y profesor de Historia de la Música en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de Quilmes.

Mitos y realidades
Martín Liut: La amplificación de la música tiene como principal tema a resolver el cómo adaptarse a la acústica de lugares muy diversos: desde un sótano hasta una cancha de fútbol o un teatro lírico. El Colón fue diseñado para que funcione muy bien para espectáculos líricos. Tiene una reverberación un tanto larga, que es muy buena para los cantantes sobre todo, pero que genera problemas cuando le inyectás potencia extra por los parlantes. Pero no es algo que no pueda resolver un buen sonidista. Lo que ocurre es que es medio una "picardía" que un teatro que funciona tan bien sin amplificación sea usado para espectáculos que sí o sí la requieren.
Gustavo Basso: Los sonidos muy potentes de baja frecuencia, por debajo de 300 hertzios (Hz), pueden dañar estructuras delicadas como las molduras, algunos adornos y el cielorraso del Teatro Colón, que ya tienen más de cien años... Es un fenómeno similar al de un vidrio que vibra con la música: si la vibración excede cierto valor puede aflojarse y, en casos extremos, a caerse o romperse. Entonces, la pregunta es: ¿los equipos que se usan en música electrónica o popular pueden llegar a provocar algo así? Sus woofers y subwoofers, alimentados con mucha potencia, sí -hace un tiempo medimos en una fiesta electrónica niveles muy altos, que llegaron a picos de 125 decibeles (dB)-. Pero ¿puede pasar en el Teatro Colón? No si se mantiene la potencia a los niveles típicos de una orquesta sinfónica, que nunca ha dañado sus estructuras más delicadas. Las autoridades han dicho que los técnicos especializados del teatro van a controlar que los niveles no superen en ningún momento los 90 dB, un valor seguro. Si lo hacen con el celo necesario no debería haber riesgo.
Gustavo Iglesias: En el show de Babasónicos sabíamos que estábamos haciendo un acústico. La potencia nunca iba a ser algo fundamental, lo que importaba era que hacerlo sonar bien. El Colón es increíble. Es cierto que cuando subís los pisos se escucha mejor, arriba sonaba híper claro. Lo más crítico es el tema de los subwoofers; el teatro vibra y sufre porque no está preparado para eso. No quería que sonara aburrido, pero sí fui muy respetuoso. Había dos personas encargadas, pero nadie que te podía explicar bien qué querían, había mucho de "está muy fuerte" y teníamos que ir a chequear en los pasillos porque ahí hay resonancia y tenés que estar súper medido.

Respetar las reglas
Gustavo Basso: Hay dos formas de poner límites. Una es la científica: llenar de sensores el Colón y medir las vibraciones, que se puede hacer con rigurosidad absoluta. Pero eso implicaría cablear zonas que no están cableadas, es caro, lleva demasiado tiempo y no sé si tiene sentido realmente. La segunda tiene que ver con la práctica. El Colón funciona desde hace 110 años y se sabe que se banca perfecto el tutti de una orquesta, que corresponde a 90 db; eso está medido y dentro de esos parámetros no hay ningún riesgo. Entonces, lo que hay que asegurarse es de que los sonidistas que lleva el artista no se pasen de eso. Cuando tocó Charly García, en 2013, el sonidista del teatro en ese momento me dijo: "El Colón es nuestro, si alguien quiere subir el volumen, nosotros le ponemos el límite". El nivel de 90 db se mantiene para todos y es controlado por un técnico del Colón, pero tiene que ser de policía absoluto, no vale que te vayas a tomar un café. Si el sonidista no lo supera, no hay riesgo. Es una cuestión de cantidades: si te tomás una copa de vino, no pasa nada; si te tomás dos botellas, estás en problemas. Los sonidistas del Colón son clave en esto. Ellos saben mucho del teatro y saben cuándo poner límites. Cattáneo dijo algo muy sensato: que va a respetar al Colón.
Gustavo Iglesias: Tuvimos muchas restricciones, aunque nos daban una medida muy vaga, sin demasiadas especificaciones. Una vez que me puse de acuerdo, no tuve problemas. Tal vez deberían ser más específicos, pero entiendo que la nuestra fue una de las primeras veces que hicieron algo así. Son otro tipos de shows y no sabían cómo llevarlo adelante. Nos pusieron el límite de los 90 db, pero no es lo mismo si son de agudos o de un subwoofer. Pero también me imagino que todos los sonidistas tienen el mismo criterio: yo no fui al Colón con la idea de romperlo, fui a disfrutarlo.

¿Quién se adapta a quién?
Gustavo Basso: La cuestión estética es importante acá. La música electrónica tiene a las bajas frecuencias como componente clave; bueno, en el Colón van a tener que conformarse con otra paleta sonora, porque el Colón es así. Los que toquen en el Colón tienen que adaptarse al teatro y no al revés. Con respecto a lo de los conciertos amplificados, hay una soterrada una cuestión estética en la que no me quiero meter, pero la amplificación se usa en todos los géneros: cuando se estrenó Prometeo, de Luigi Nono, nadie se quejó. Porque no es un tema de amplificación, es un tema de cómo se la use. El Colón suena solo, tiene una acústica increíble. Es un auto que sale andando cuando apenas lo empujás con el dedo. Y los sonidistas tienen que acostumbrarse a eso, es muy distinto a las experiencias de River o el Luna Park.
Gustavo Iglesias: Siempre fui muy consciente de dónde estaba, entrar al Colón es entrar a esos lugares que tienen otra energía. Cuando fuimos a la primera reunión, estaban probando un vibráfono, que era justo un instrumento que nosotros íbamos a usar, y era increíble cómo se escuchaba solo, sin amplificación. El desafío es fantástico: hacer que todo suene claro, envolvente, con poco volumen, y explotar las características propias del lugar. Debería ser así para todos. Vas a trabajar a un lugar icónico y tenés que estar a la altura. Es una vez, es una final.
