23/09/2021

A 30 años de “Screamadelica”: Primal Scream y la pastilla correcta

Píldoras, emociones y dolores de panza.

Screamadelica

En 1989, Bobby Gillespie estaba en plena llanura creativa. Primal Scream, la banda que había creado en 1982 para evocar todas las lecturas posibles que brotaran de su melomanía, tenía ya una obra de dos discos con una recepción poco menos que tibia. En tiempos en los que la cultura del acid house ganaba cada vez más adeptos en el Reino Unido, pocas cosas parecían más fuera de lugar y demodé que una banda de rock and roll. Lo que Gillespie no se había imaginado era que la solución a esa merma artística estaba a una pastilla de distancia, y daría como resultado dos años después a Screamadelica, un álbum con un legado que sigue tan vigente hoy como en 1991. 

Con una lógica de mutación constante, en solo dos discos Primal Scream ya había sido una banda de jangle pop y neo psicodelia en su debut (Sonic Flower Groove, 1987) y de garage y hard rock al paso siguiente (su disco homónimo, de 1989). Ya entregados a la cultura electrónica, convertida en una tendencia dominante, en abril de 1989 Gillespie aceptó la sugerencia de su amigo Alan McGee, dueño de Creation Records, y consumió éxtasis por primera vez. La experiencia fue reveladora: en pleno trance narcótico, el cantante entendió que ese mundo que le parecía ajeno era en realidad un terreno en el que podía encontrar todo aquello que la cultura rockera no le estaba dando.

“Empezamos a ir a boliches. Ya no íbamos más a recitales porque no nos gustaban las bandas rockeras. El rock estaba muerto en los 80, por eso empezamos a escuchar música de los 60 en el 83. Existía, pero ya no era desafiante”, dijo Gillespie en diálogo con Matt Healy, de The 1975, el año pasado. “Perdimos el interés. No era algo sexy ni rebelde, simplemente tenías un montón de estudiantes con sus pintas de cerveza. Mientras que ibas a un club y estaba lleno de mujeres hermosas, todos de éxtasis y siendo amigables”, agregó para describir la carencia de líbido de un escenario y el festín dionisíaco del otro.

En una de esas noches que duraban días, Primal Scream conoció al DJ Andrew Weatherall, y tras una charla que empezó a la madrugada y terminó al mediodía siguiente, Gillespie decidió que era la persona con la que la banda debía trabajar su próximo disco. No sólo tenían bastantes puntos artísticos en común (“Nos gustaba el free jazz, el funk, el soul, el country, el dub, el blues, la música electrónica, el ambient, un montón de mierda rara”), sino además por un detalle clave: Weatherall no era productor, y por ende su rol en el estudio estaba lejos de la ortodoxia. Y en 1990 apareció la revelación.

En tren de mostrar las infinitas posibilidades que ofrecía la música house, Weatherall tomó el arreglo de vientos de “I’m Losing More Than I’ll Ever Have”, una balada rockera del segundo disco de Primal Scream, le sumó un sample de Peter Fonda salido de la película The Wild Angels, la base de un remix pirata de Edie Brickell y el estribillo ralentizado de un hit disco sesentoso. El resultado final fue “Loaded”, el desembarco definitivo de Primal Scream en la escena house, una canción que sintonizaba con el espíritu de época desde el diálogo inicial con la voz de Fonda:
-¿Qué es lo que quieren hacer?
-Queremos ser libres para hacer lo que queremos hacer. Queremos estar puestos… Queremos pasarla bien, y eso es lo que vamos a hacer. Vamos a pasarla bien, vamos a hacer una fiesta.

El tema fue el puntapié necesario para establecer una única pauta de trabajo: toda opción era válida. Primal Scream no solo no descartó ideas, sino que además decidió buscar a las personas más idóneas posibles para llevarlas a cabo. Con el grueso del trabajo delegado en Weatherall y Hugo Nicolson, a medida que las canciones tomaban un giro distinto, se incorporaban más productores al cuadro general. El dub espeso y alucinógeno de “Higher Than the Sun” quedó en manos del dúo The Orb, mientras que la devocional “Movin’ On Up” y la balada sureña “Damaged”, ambas atravesadas por un espíritu stone, fueron producidas por Jimmy Miller, el hombre detrás de las consolas entre todo lo que grabaron Sus Majestades Satánicas entre 1968 y 1973.

El espíritu de ensayo y error estuvo regido por la experimentación narcótica. Como resultado, Gillespie llegó a un nivel de inmolación tan notable que debió cederle el papel de cantante al guitarrista Robert “Throb” Young en la relectura sintética (sonora y química) de “Slip Inside This House”, de The 13th Floor Elevators. También permitió pensar al álbum como un terreno en donde lo improbable era la regla. “Come Together”, lanzada en 1990 y que se volvería en otra de las canciones clave de Screamadelica, existió en dos versiones: como una canción pop luminosa con estrofa y estribillo en su formato de difusión, y como una pieza instrumental que mezcla gospel, dub y electrónica suave. En el medio de esa mezcla, otro sample, esta vez del pastor bautista Jesse Jackson, a modo de declaración de principios:
Este es un hermoso día, un nuevo día.
Estamos juntos, estamos unidos, y todos de acuerdo.
Porque cuando estamos juntos tenemos poder.
Hoy en este programa escucharán gospel, rhythm and blues y jazz.
Todos esos son solo etiquetas, sabemos que la música es música.

El influjo narcótico llegó hasta su arte de tapa. Paul Cannell, encargado de varias de las portadas de Creation Records, tomó la idea de ese dibujo abstracto (¿Un sol? ¿Un organismo unicelular? ¿Una pintura de una civilización precolombina?) después de quedarse mirando una mancha de humedad en el techo de las oficinas del sello en pleno trance de LSD. Su creación final, tan imprecisa como distintiva a la vez, iba de la mano con un álbum capaz de hacer convivir a la euforia de “Don’t Fight It, Feel It” con el trip introspectivo de “Inner Flight” y el vuelo free jazz de “I’m Comin’ Down”.   

Publicado el 23 de septiembre de 1991, Screamadelica fue un punto de quiebre tanto para Primal Scream, como para la cultura británica. Mientras del otro lado del océano, el grunge veía al mundo a través de un prisma gris plomizo (“Una sinfonía de marrones”, como se refirió Simon Reynolds al hablar de Pearl Jam), en el Reino Unido todo era una celebración caleidoscópica. De acuerdo al propio Bobby Gillespie, no hay nada original en el disco, solo un montón de ideas, referencias y samples aglutinadas en un mismo lugar. Una afirmación tan cierta como también propia para describir a la cultura electrónica de las décadas posteriores, y que tomó a Screamadelica como un álbum formativo, con Daft Punk y The Avalanches como alumnos aplicados. 

Y si por propia definición Primal Scream pensó su carrera como una reinvención constante, Screamadelica llevó las cosas aún más lejos. Para su siguiente trabajo, la banda viajó a Memphis y grabó Give Out But Don’t Give Up, un disco de rock arenoso y soul que tomó distancia radical de su antecesor, un gesto que habla tanto de su búsqueda como de la necesidad de marcar la mayor diferencia con el pasado, y también de su relación con el contexto. En tiempos en el que el britpop tenía al chauvinismo a punto caramelo, Gillespie y los suyos aterrizaron en las bateas con un disco cuyo arte de tapa es una bandera confederada. Quizás el mayor encanto de Screamadelica radique en ser un álbum ajeno a su época. Ideado y concebido al comienzo de una década, su contenido no tiene anclaje temporal: así como no pintaba al presente en 1991, tampoco es una viñeta del pasado 30 años después. Una burbuja en el tiempo con incandescencia propia.