
Empecemos por el detalle de que Fernández 4 hace ya dos años que son cinco pero se siguen llamando Fernández 4.
Es cierto, el desajuste numérico no importa demasiado (el G-20 no son 20 países, por caso). Nadie va a andar contándole las costillas ni los miembros a esta suerte de grupo intermitente que decrece, crece, se va y aparece en las noches de Buenos Aires sin demasiadas explicaciones de lógica ni de calendario: Fernández 4 graba discos y a veces toca. Punto.
Y anoche, miércoles, tocaron en La Tangente. El arranque fue con "Nadas de Nadas", un tema que se construye primero a partir de dos sintetizadores que se cruzan en ritmo y textura (texturritmia) para que se sume la voz de Nico Sorín también cargada de efectos. Parece una balada de r&b alternativo. Hasta que Pipi Piazzolla y Mariano Sívori le incrustan un beat que la transforman en hip hop alternativo. Hasta que el tema se parte al medio y emerge un riff de rock alternativo. Hasta que la improvisación colectiva lo convierte en jazz alternativo.

Pero la alternatividad de Fernández 4 no es una que se construya desde los márgenes, sino más bien desde el centro. Desde el centro de Spotify y de la llamada Black American Music. Como Thundercat y como Robert Glasper Experiment, Cirilo Fernández y los suyos son humanos delinenando un swing digital. Diseñadores gráficos del groove.
A la salida del show de Judas Priest en Tecnópolis a principios de mes, los periodistas José Bellas y Diego Mancusi acordaban que siempre que veían a Rob Halford y compañía se iban con la sensación de que eran la mejor banda del mundo. Y también se preguntaban si acaso no era algo que había que exigirle a cualquier banda que suba a un escenario: que deje a su público con la certeza de que no hay nada mejor que el recital que acababan de ver, aunque esa certeza sólo dure lo que el viaje de regreso a casa.
Fernández 4 en vivo deja varias certezas: que no parece haber mejores músicos que ellos entendiendo de manera tan lograda la música actual; que no parece haber músicos capaces de componer y de sobrevolar por encima de sus propias composiciones mejor de lo que lo hacen ellos; que la música les importa y que nadie la toca mejor que ellos.
Esas certezas pueden durar un instante, claro. Pero son demasiado espectaculares como para no querer volver a vivirlas.