
Es abril de 2013. Mientras en las afueras del Planetario miles de personas esperan por los hits raquíticos de Franz Ferdinand, Major Lazer pega una de Nirvana con una de Elvis Crespo. En el escenario se agitan banderas, vuelan globos y papel picado, y Diplo, con su proyecto en el que juega a ser un etnomusicólogo de la era digital, no necesita transición alguna para pasar del riff de "Smells Like Teen Spirit" al pedido de un beso suave en clave de merengue. De Seattle a Puerto Rico sin escalas.
Fast forward caprichoso a 2020. Shakira se apodera (y empodera) del show de medio tiempo en el Super Bowl LIV y, justo antes de "Ojos así", la banda que la acompaña dispara riff de "Kashmir", de Led Zeppelin. Tampoco hay solución de continuidad entre el swing tosco de Jimmy Page y el movimiento de caderas con recorrido de mapa mundi incluido. El viaje ahora es con escalas. Desde Inglaterra a Colombia, pasando por Bahrein, Beirut, el Norte y el Polo Sur.
Si la idea de la participación de Shakira, Jennifer Lopez, Bad Bunny y J Balvin en el Super Bowl fue la de transmitir el orgullo latino desde Miami -donde el 70% de la población es de habla hispana- al resto de los Estados Unidos, la inclusión terminó más por darse en los parámetros del orgullo pop y su voracidad de referencias que por una que por una supuesta representación de valores y tradiciones.
Por suerte.
Primero vayamos al caso de Shakira, una máquina transcultural perfecta. Latina de genética asiática capaz de cantar en inglés, de jugar de local en Johannesburgo ("Porque esto es África") y de incluir en pleno set del Super Bowl algunos versos de "En Barranquilla me quedo". Aunque su periplo haya sido gradual, la organicidad nunca fue factor porque no lo es para el pop, esa etiqueta que en los 60 aplicaba para el primer disco de Pink Floyd y hoy tiene a sus mayores exponentes en jóvenes de Corea con pelos de colores saturados.
En el pop todo convive porque sí. Todo se asimila y se usufructúa en pos de la masividad, de la viralización y del baile. Cuanto menos se pregunta sobre sí mismo, mejor se sostiene. El pop es inclusivo por naturaleza y por necesidad. No existe allí discusión posible sobre la apropiación cultural, porque nunca el objetivo es apropiarse. El objetivo es asimilar y visibilizar.
Aunque en la misma sintonía, Jennifer Lopez representa un caso inverso al de Shakira. Nacida en el Bronx, salió eyectada desde el centro del mundo a reconocer que sus raíces son bien periféricas. Jenny es from the block, pero también se acopla a J Balvin para preguntar en español "¿Dónde está mi gente"?, cita a Bruce Springsteen diciendo que nació en el país del norte ("Born in the USA"), hace participar a su hija en una versión pseudo góspel de "Let's Get Loud" y se envuelve en una bandera de terciopelo que de un lado es de Estados Unidos y en el otro de Puerto Rico.
"Muchas gracias", dijo Shakira, "Thank you very much", dijo Jennifer Lopez. Así cerraron juntas su presentación en el Super Bowl LIV. Una búsqueda por la inclusión que no tuvo como tesis la exaltación de un pasado en común entre los presentes sino la celebración de la existencia de lo otro. No se trata de representar lo latino porque lo latino es tan difícil de representar como lo es el pop en apenas 14 minutos.
Para Shakira y Jennifer Lopez se trató de bailar sobre las diferencias y celebrar que toda la música está a un golpe de cadera de distancia. La vida cotidiana y la diplomática bien podrían aprender que es tan fácil como eso.