02/04/2021

La muerte del rock y el asesino menos pensado

Nadie va a hypear tu remera.

Imagen tomada con Motorola G8
muerte del rock

El debate sobre si el rock está muerto o no se instaló hace un par de años, cuando se hizo notorio que la relevancia y el éxito comercial de los discos de artistas del género quedaba muy por detrás de los del hip hop, el trap y el pop. Desde entonces se señalan diversos “asesinos” para esta música que puso al mundo patas para arriba, “inventó” a los adolescentes y les dio razón de ser, evolucionó hasta límites insospechados y generó negocios por todos lados. Varios de esos sospechosos de la muerte del rock fueron mencionados por Sebastián Chaves acá, aunque se podrían apuntar algunos más: los cambios en el acceso a los bienes culturales marcados por el streaming, los costos que implica “mover” a una banda en comparación con los que generan un rapero y/o un DJ, la pandemia, y hasta la pura y simple falta de creatividad de los exponentes.

Quizá la muerte del rock (o de su relevancia cultural y económica) tenga que ver con una combinación de esos factores. O, mejor aún, con la acumulación de ellos, hasta el punto de que nuevas generaciones hayan dejado de encontrarle sentido a implicarse en el asunto. Porque el rock siempre precisó de gente dispuesta a meter los pies en el plato, ya fuera desde la creación y todo lo que la rodea (incluida la industria discográfica y la producción de shows), hasta chiques que pegaran el póster de su artista favorito y trataran de desentrañar letras de canciones como si se tratara de mensajes del más allá.

Hace unos años, me generó notable sorpresa ver que el hijo de un amigo músico, que venía de grabar un disco de punk junto a su banda, había desarmado su sala de ensayo improvisada, y desde un escritorio con una computadora estaba tirando beats de trap y bases para freestyle. Casi no le entendí de lo que hablaba, pero sí me di cuenta de que el que debía aggiornarse era yo: el pibe sabía “todo” lo que había que saber para arrancar con el rock mientras que su lenguaje a mí me resultaba muy vagamente familiar. Me fui de ahí pensando sobre cómo el hecho de vivir comunicados a través de aparatos y cada vez menos en forma directa podía haber cambiado el enfoque artístico: ¿para qué explicarle al baterista que no se saltee un compás si uno puede hacerlo por sí mismo en la computadora del plan Conectar Igualdad?

El signo de los tiempos también está marcado por el ritmo de la vida de quienes hacen música y quienes les rodean. El álbum debut de Arctic Monkeys era el mejor ejemplo posible de qué significaba ser joven en 2006: velocidad, vértigo, frenos abruptos, cambios de dirección, volver a lo anterior como si nada… Pero pasaron 15 años desde entonces, los Arctic Monkeys sacaron un álbum para el lounge de un hotel interestelar retrofuturista –con la consecuente pérdida del pulso de la calle-, y en el medio irrumpieron un montón de chiques que encontraron en las barras la manera de expresar sus vidas. El flow cambió, es evidente, y seguramente volverá a cambiar cuando esos sonidos y esas inflexiones –por no meterse con las letras- ya no reflejen lo que suceda en el momento.

Por supuesto que la industria discográfica tiene que ver en el hecho de que ningún artista de rock aparezca en la lista de los 10 que generaron más ganancias en 2020. Pero, también es justo decirlo, los sellos llegaron bastante tarde a los fenómenos del trap y del hip hop en la Argentina: mientras los ejecutivos se preguntaban azorados qué hacer con todo esto, Paulo Londra y Duki multiplicaban exponencialmente sus reproducciones en YouTube. Cuando reaccionaron, cayeron en la cuenta de que deberían haberle dado más bola a ese tal Travis Scott, sí, aunque con el pop las discográficas siempre la tuvieron bastante más clara.

Pero en todo este panorama falta un actor de peso, el “asesino” menos pensado para el rock: Google. No, no es porque encontrar a ciertas bandas en el buscador sea tarea de titanes, sino por lo que el hecho de que casi toda nuestra vida online (y quizás haya que sacar esta última palabra) pase por Google ha provocado enormes cambios en la forma en la que accedemos a la información. Los periodistas de generaciones anteriores hemos aprendido a los golpes los beneficios de un buen título SEO, con las palabras claves adecuadas, para que una nota quede bien posicionada en las respuestas a una búsqueda y, más recientemente, para que Google incluya ese texto entre las recomendaciones que todos los días recibimos en nuestros celulares.

¿Qué tiene que ver eso con la muerte del rock? Bueno, una de las cosas que mantenía viva la escena rockera en el pasado era el hype, esas notas de tapa de NME que encontraban semana por medio a “la mejor banda británica desde los Beatles” (más tarde fueron los Smiths) y que generaban interés tanto en los potenciales oyentes como en la industria. El juego consistía en que esta luego volcaba sus recursos a tratar de convertir a esos cuatro desarrapados de Sheffield en aquello que el semanario había vendido de modo rimbombante. Hoy no sólo NME no existe más como medio en papel sino que su web, que sí funciona y muy bien, también está bajo el imperio del SEO (igual que esta web en la que estás leyendo esto).

Y eso que NME es un medio poderoso, de los pocos que pueden sostener el hecho de pagar por algunas notas que no generen tantos clics para dar a conocer algún artista que recién grabó su primer single. Hay otros con igual o más poderío que directamente se duermen en los laureles de las efemérides, llegando a ridículos como el séptimo aniversario de un disco. ¿Qué (nos) queda al resto? En la mayoría de los casos, apostar a notas que en su título lleven nombres conocidos, de esos ya probados por la Historia del Rock, en lo posible con varios libros publicados sobre ellos. Si el cabezal incluye palabras como “Beatles” o “Zeppelin”, el algoritmo entra en alerta. Si además dice “Netflix”, es garantía de que esa nota te va a llegar en las notificaciones del celular.

No quedan tantos medios que publiquen críticas y casi nunca son de artistas nuevos. Pitchfork siempre se destacó en ese terreno, al punto de convertirse en referencia ineludible cuando uno escribe “review” en el buscador. Y lo hacía antes de ser adquirida por Conde Nast, el gigante de los medios que también es dueño de Vogue, The New Yorker, GQ y Vanity Fair. Por otra parte, TinyMixTapes, una web que le tomó el pulso a la música de corte más experimental durante la década pasada, debió bajar la persiana por la imposibilidad de sostener económicamente el emprendimiento.

Las redes sociales siempre pueden oficiar como cierto balance para compartir datos y gustos, pero su efecto está más cerca del consejo de un amigo o un disquero que del impacto de los medios gráficos en el pasado. Y ni que hablar de la distancia con el poderío de las recomendaciones de Google. Entonces, la pérdida del hype se ha tornado en un factor más para sumar a la lista del comienzo de esta nota.

No es la intención de estas líneas recordar con nostalgia tiempos “mejores” sino ver el panorama actual desde distintas perspectivas, que seguramente otras miradas podrán mejorar. Si el rock está efectivamente muerto, los que lo disfrutamos antes seguiremos haciéndolo, ojalá que con los oídos abiertos a propuestas que reflejen cómo suena la vida hoy. Y si nuestras vidas siguen sonando a AC/DC, todo bien: la de mi abuelo siguió sonando a Troilo hasta que se murió, y apenas soportaba que yo me moviera como lo dictaban Bon Scott y Angus Young. Esa música en esa adolescencia sin dudas dejó huella en la persona que hoy escribe esto, pero también lo hicieron en años más recientes Kanye West, Kendrick Lamar, Tyler, The Creator, Beyoncé, Lana Del Rey y Billie Eilish.

Para el final, en medio de tantas dudas, una certeza: esta nota no tiene título SEO. O sea que no va a leerla “nadie”, como sucede con los discos de rock.