15/01/2020

El primer disco de Almendra, 50 años más tarde

Quédate hasta el día.

Almendra

Fue hace poco más de una década, en la inolvidable noche de Las Bandas Eternas en Vélez. Las voces de Luis Alberto Spinetta, Edelmiro Molinari, Emilio Del Guercio y Rodolfo García volvieron a entrelazarse para cantar "Muchacha (ojos de papel)", una suerte de "Himno nacional" paralelo, y pareció como si el mundo se detuviera por un instante a escuchar. Como si en ese simple hecho de la última reunión de Almendra se cristalizaran demasiadas historias, tanto de los protagonistas como de quienes obramos como reparto para el sólo lucimiento de tremenda banda sonora.

Pero son también nuestras historias entremezcladas con las de Almendra, ese disco que hoy cumple 50 años y sigue siendo una obra cumbre del rock (de TODO el rock). Ese disco que abrió las puertas de cierta popularidad para un movimiento formado por jóvenes que soñaban con un mundo diferente y que cambió muchas de las reglas del juego establecidas, pese que otros vaivenes -políticos, económicos, humanos- no hayan podido derretir todo el hielo en la ciudad.

"La música es un lenguaje que está en el cosmos, como todo lo que nos rodea", le decía a Clarín un Spinetta que todavía no había cumplido 20 años. "El músico que se pone en contacto con el cosmos, que sabe indagarlo con amor, que consigue la comunicación con los otros seres y con Dios... ese hombre-músico podrá apoderarse y utilizar ese lenguaje como si leyera una clave que para los demás parece indescifrable. Y hará su música, sin detenerse jamás. No tendrá fronteras ni limitaciones..." ¿Hace falta decir que parece estar hablando de Almendra?

El cuarteto fue crucial en momentos oscuros de la historia argentina, durante dos dictaduras nefastas: los colores que proponía esa música que abrevaba tanto en los Beatles como en los sonidos urbanos de Buenos Aires permitían figurarse otras realidades posibles, esperar el día con la ilusión de despertar sobre el mar, soñar con ombligos que florecieran en conexión con la naturaleza. Miradas desde un presente cínico, esas canciones tenían una dosis de ingenuidad propia de cuatro pibes de entonces. Pero es precisamente esa característica la que hace que se pueda volver a ellas como a una parte íntima pura, sin el lastre de toda una vida transcurrida.

El legado de Almendra es generacional, por supuesto, pero trasciende las épocas por la belleza de las canciones y la luminosidad de esa mirada esperanzada pese al entorno de hombres tristes. El rock ganó varias de sus batallas, incluidas las de ponerle un soundtrack más adecuado a la realidad de su tiempo y generar con ello varios cambios de rumbo.

Hoy los números de los algoritmos marcan otros intereses, la vida es diferente y la música también, y el mensaje de Spinetta en Artaud ("aunque me fuercen yo nunca voy a decir / que todo tiempo por pasado fue mejor / mañana es mejor") torna en un contrasentido la idea de abandonarse a la nostalgia. La música de Almendra sigue ahí, de cualquier modo, a veces saltando con su belleza desde playlists inesperadas, inundándolo todo de melodía. Y permeó hasta el presente como las grandes obras, como esos tangos que puede silbar un chico aunque no sepa cómo se instaló en su mente. O como lo que provoca ponerse frente a un cuadro de Antonio Berni así uno no tenga la mínima idea sobre plástica.

Que nadie despierte al niño. Déjennos seguir soñando felicidad.