27/06/2021

Willy Crook, adiós al creador del swing barrial

Funk porteño como nunca se hizo ni se hará.

Cecilia Salas
Willy Crook

Cualquiera que haya conocido a Willy Crook (que murió hoy a los 55 años) tiene una anécdota con él. Incluso cuando el cruce haya implicado una charla. Entonces, me permito empezar este texto contando la mía. Fines de 2011, se cumplían cinco años de la muerte de James Brown y la fecha era la excusa para armar un panorama de la escena funk en la Argentina. Crook tenía que estar sí o sí. Lo contacté para que me diera unos breves textuales y me citó a la prueba de sonido de Los Quietos, una banda fugaz que había formado con Daniel Melingo, Fernando Samalea, María Eva Albistur, Patán Vidal y Luis Ortega.

Llegó casi una hora tarde. Atravesó la puerta del bar palermitano por entonces llamado Boris Club. Camisa hawaiana desprendida hasta la mitad, un bolsa de esas viejas para hacer las compras en cada mano, las dos repletas de ropa; en una de ellas, además, asomaba su saxo. Y me dijo: "Perdón, en este barrio no hay espacio para estacionar un Torino. ¿Vos sos Sebastián? Esperame que pruebo dos segundos así los dejo tranquilos". Willy Crook hablaba con una rara mezcla de gola crooner y cadencia de doblaje neutro. Para esa época, se comentaba, el saxofonista tenía dos Torino: uno lo usaba para dormir y el otro para trasladarse. Se decía, también, y esto es más discutible aún tratándose de que su casa era un auto, que vivía en Once. Mejor dicho, estacionaba en Once.

Necesitaba que me respondiera dos preguntas simples: qué bandas de funk local escuchaba y qué recordaba de los shows de James Brown en Buenos Aires. La primera la resolvió simple: "No escucho funk local. No tengo nada en contra, solo que no conozco". La segunda la resolvió a lo Willy Crook: "A James Brown y sus músicos los tuve viviendo en casa casi un mes. Los terminamos echando cuando dejó de ser gracioso que se tomen nuestras drogas y miraran a nuestras esposas". A partir de ahí, lo suyo fue un monólogo de 45 minutos que no incluí en la nota pero atesoré en mi memoria por años.

Es difícil describir a Willy Crook. Lo suyo era tener estilo pero jamás entrar en la categoría de cool, así como su Torino no entraba en Palermo. Esa misma diferencia que George Clinton hacía visible en su fábula intergaláctica, él la hacía porteñidad: el funk tiene sangre, tiene la transpiración de la pista de baile, y el olor del whisky que casi nunca es el más caro y por eso no tiene nada que ver con la imagen de lo cool. Porque tener estilo es otra cosa que sostener un vaso de Martini acodado en la barra.

Sus patillas, sus trajes de color que parecían de segunda mano, su inglés que sonaba a hablado por fonética. Ese funk que nunca era del todo funk: era soul de arrabal. La presencia de Willy Crook en el siglo XXI equivalía a la de un maniquí de la galería Quinta Avenida que después de cobrar vida bajó por Talcahuano hasta Avenida de Mayo. Solo que en lugar de cantarse un tango en Los 36 Billares, se puso un cassette de Chaka Khan en el walkman.

Willy Crook dejó un montón de música desde su participación en Gulp! y Oktubre de los Redondos y sus cameos que fueron desde Riff hasta Andrés Calamaro, pero sobre todo dejó ese puñado de discos únicos. Todo lo que grabó con Willy Crook & The Funky Torinos entre mediados y fines de los 90 es un groove y un mood perfecto, pero antes que nada, es único. Un funk que solo es posible acá, procesar el Philadelphia Sound (incluso más que el de Motown) con aspereza porteña y relajo geselino.

"La crisis del 2001 a mí me liquidó", me contó haciendo un racconto de su vida que nunca le había pedido pero que agradezco me haya compartido. "Era demasiado caro para tocar en bares y demasiado informal para que me contraten de sesionista". Tres años después, Cromañón no le hizo ningún favor. Los locales de poca capacidad a donde podía tocar cerraron todos y todo se volvió más cuesta arriba para él.

En el último lustro, Willy Crook había ganado una revalorización merecida y había vuelto a pisar escenarios de todo el país. Claro que nunca lo tomó como una revancha ni como una victoria. Se lo tomó como lo que era: el devenir de algo que no podía controlar. Probablemente en su perfil de bohemio más impulsivo que reflexivo (un impulso con swing, claro) ese tipo de análisis no tenían lugar. Iban contra su estilo.

Pero incluso en ese aura de perdedor hermoso había una victoria que sí se guardaba como trofeo. Durante las últimas giras internacionales de James Brown, su sonidista hacía sonar el primero de Willy Crook & The Funky Torinos como previa al show. Extraña red de música y geografía: mientras el saxo de Crook sonaba en el Apollo, sus sueños se formaban en el apoyacabezas del asiento de acompañante del Torino, estacionado en algún barrio que no era Palermo.

QEPD, Willy Crook.