13/06/2021

Pato Larralde, un extranjero en este siglo

El cantante de Los Antiguos murió hoy a los 55 años.

Cecilia Salas
Pato Larralde

“La emoción más vieja y fuerte de la humanidad es el miedo, y la clase de miedo más vieja y fuerte es el miedo a lo desconocido”, escribió H.P. Lovecraft en El horror sobrenatural en la literatura. En las siestas de verano en su pueblo Huanguelén, Pato Larralde purgaba su adolescencia devorando libros del autor estadounidense, y así aprendía a hacer de lo oculto su mejor aliado. No es el grito lo que tensiona en la música de Los Antiguos y Sauron: lo que inquieta es lo que acecha.

Acaba de abandonar la Tierra el cantante del último fenómeno de convocatoria de la música pesada argentina, un proyecto que integró con amigos de Avernal, Anomalía y Cruz Diablo por el placer de invocar al monstruo de turno y que, medio de sorpresa, terminó llenando teatros gracias a que el mundo stoner -el de las noches de Club V y Uniclub y el Noiseground- los abrazó fuerte desde el primer EP, Simple (2013).

La banda parecía bautizada en honor a él, “el viejo” (así le decían entre amigos: le llevaba algunos años al resto del grupo), pero no: los homenajeados eran los seres mitológicos que Lovecraft imaginó como primeros colonos del planeta. Así, Los Antiguos eran -venga la paradoja- algo nuevo de verdad en una escena en la que muchas veces se descansa en la carrera por ver quién se parece más a Black Sabbath como único recurso. No por experimentales o revolucionarios: su lenguaje era, más que nada, el del buen metal old school.

El diferencial era que Pato sabía darle órdenes a la incertidumbre: lo había aprendido quemándose las retinas con fantasía y lo aplicaba tanto en las letras como en su impronta de frontman. Era indescifrable ese metalero que intimidaba con las venas de la frente hinchadas desde atrás de la barba larga y canosa que heredó de su tío famoso, el “Pampa” José Larralde. El contraste con sus modos cálidos “de civil” era gigante.

Su primera criatura era Sauron, la banda que formó con su hermano JB en el 92 y en la que se dio todos los gustos literarios: el nombre lo aportó J. R. R. Tolkien, los hermanos Boex pusieron un disco (La guerra del fuego, 2009) y -cómo no- Lovecraft prestó palabra por palabra de El color que cayó del cielo para otro del 99. Una de sus canciones se llamaba “Mis demonios”, otro apartado que supo inspirarlo: “los rostros son los mismos, son los sin cara”, cantaba con Sauron, y profundizaba preguntándose “¿cómo salgo de este infierno? Si lo hice a mi medida” en “Hecho a mi medida” de Los Antiguos. Demonios no le faltaron, pero a todos los manoteó por los cuernos y los puso a marchar.

“Estaba destinado al rock”, dijo alguna vez, porque cuando los Larralde se fueron de Huanguelén justo fueron a caer en un departamento enfrente a los estudios TNT, donde grababan Manal, Los Gatos, Pappo, Spinetta, Vox Dei, Charly. Su dieta de estricto rock setentoso lo llevó al hard rock y de ahí al heavy puro (aunque tampoco se le caía ningún anillo para elogiar a Jeff Buckley, por ejemplo), pero no era “del rock” nomás por cantar: por 25 años se lo vio, bolso en mano, recorriendo rockerías para dejar discos de una distribuidora. Así se ganaba el mango que el arte casi siempre amarretea.

“Ir al Lara era como ver a Zeppelin en vivo. Íbamos y nos parábamos a aplaudir los solos de Jimmy Page. Tenía una claraboya gigante y se abría, y tenías las estrellas en tu cabeza y en la pantalla Led Zeppelin. Obviamente: la cinta hecha mierda. Tenía dos copias, y nosotros le gritábamos ‘gallego, poné la buena’. Ya sabíamos la parte en que se cortaba, en que se paraba la película. Todo el mundo entraba con escabio, faso, era un quilombo tremendo”, le contaba -con el entusiasmo de un nene- a este cronista hace apenas meses sobre las ¡54 veces! que había visto La canción sigue siendo la misma en el cine.

Valga la anécdota como instantánea de un hombre de otra época: Pato Larralde, “el viejo”, ese para el que su querido Lovecraft parecía haber escrito aquello de “ya sé que siempre soy un extraño, un extranjero en este siglo y entre los que todavía son hombres” en The Outsider.