23/01/2021

Gabriel Ruiz Díaz, una vida pisando sin el suelo

Adiós a esa bestia de las cuatro cuerdas.

Cecilia Salas
Gabriel Ruiz Díaz

En diciembre de 2001, a raíz del éxito de Cuentos decapitados y en vísperas de su primer Obras Sanitarias, en la revista La García les preguntaron a los integrantes de Catupecu Machu si eran la banda del año. Y Gabriel Ruiz Díaz no solo cabeceó el centro sino que rompió la red: “Si me preguntás, nosotros somos la banda del milenio”. Todavía quedaban 999 años por delante para comprobarlo, pero ese hambre, esa ambición, esa mente adelantada, pintan perfecto cómo era el bajista, productor y cofundador de la banda de Villa Luro, que murió hoy a los 45 años, tras luchar con las lesiones cerebrales que le dejó su accidente automovilístico de 2006.

“El Amigo, el Hermano, el Artista, el Científico, el Músico, el Hijo. Un Ser Amoroso, Generoso, Bueno, Brillante y, sobre todo, Guerrero”, lo despidió su hermano Fernando en las redes sociales. Juntos conformaron una alquimia de yin-yang (el desquiciado-el pensante) que llevó a Catupecu de ser un grupo alternativo de los '90, en los últimos suspiros del Nuevo Rock Argentino, a convertirse en una nave futurista y experimental que conquistó radios, cadenas de televisión, festivales y estadios.

Dentro de ese terreno, Gabriel Ruiz Díaz impuso una nueva forma de tocar el bajo en estas pampas. Lejos de la escuela refinada de Aznar y Malosetti, más cercana a la vigorosa de Arnedo, pero sobre todo circunscripta en la tradición californiana de Flea y Les Claypool. Empezó con el bajo empastado de wah-wah en Dale! (1997), que emulaba el idioma indescifrable de los monos, hasta encontrar el audio poderoso y definitivo en Cuentos decapitados (2000), la cumbre creativa de Catupecu. Y una vez que tocó ese techo, sorprendió con el silencio absoluto de Cuadros dentro de cuadros (2002), en el que no incluyó ningún bajo. ¿Autoboicot? Para nada: lo suyo era el riesgo y la mutación permanente.

Cualquier bajista hubiera mandado a cagar al productor, pero él, que era un enfermo del sonido, cumplía las dos funciones y sabía cuándo correrse y cuándo lucirse. En los shows arengaba, saltaba y tiraba patadas al aire, pero dentro del estudio de grabación era el cerebro del grupo, el que iba de acá para allá con una laptop en la mochila, garabateando ideas. El director musical que podía guiar una orquesta de cuerdas sobre el escenario y al tema siguiente estar haciendo mosh arriba del público, o colgándose de las bandejas de las tribunas.

Gabriel Ruiz Díaz

Esa bestia de las cuatro cuerdas se apagó en 2006, cuando sufrió un accidente automovilístico manejando por Palermo, acompañado por César Andino, de Cabezones, después de salir del boliche The Roxy, donde tantas veces había brillado con Catupecu. Tuvo un traumatismo craneoencefálico grave y estuvo en coma mucho tiempo. Después inició una rehabilitación que duró hasta sus últimos días y nunca más se lo volvió a ver. El accidente había logrado lo imposible: que Gabriel Ruiz Díaz se quedara quieto, callado, inactivo. Nunca más hubo en un recital esa vitalidad tan particular y su salud pasó a ser algo confidencial, resguardada por su hermano, que siempre estuvo a su lado, hablando de él en las entrevistas con una emoción desbordante.

Gabriel Ruiz Díaz murió el 23 de enero, mismo día en que nació uno de sus ídolos: Luis Alberto Spinetta. Más de una vez declaró que Artaud estaba entre sus discos preferidos, al punto que Catupecu se adueñó del tema “Seguir viviendo sin tu amor” para su disco Laberintos entre aristas y dialectos (2007), el último en el que llegó a tocar. “Seguramente te debe estar esperando para que con tus Cuatros Cuerdas Mágicas hagas lo que más amaste en tu Maravillosa e Increíble Vida”, escribió Fernando. Y acompañó el texto con otra imagen que lo pinta perfecto: Gabriel saltando con su bajo colgado, suspendido en el aire, siempre pisando sin el suelo.