
El 26 de enero de 2014 tuvo lugar la 56° entrega anual de los premios Grammy. En una ceremonia que tuvo a los franceses de Daft Punk como principales protagonistas (se llevaron las estatuillas de Grabación del Año por “Get Lucky” y Álbum del Año por Random Access Memories), se entregó también el clásico galardón a la Trayectoria, destinado a artistas particularmente influyentes, prolíficos y exitosos. Entre los homenajeados estuvieron nada menos que The Beatles y Kraftwerk, dos de las bandas más importantes de la cultura rock/pop. ¿El tercer premiado? El maestro Armando Manzanero. Así de fundamental fue para la música del siglo XX el compositor y músico mexicano, que murió hoy lunes víctima del covid-19.
“Yo le podría decir a usted que la genialidad del compositor ocupa el 25% y lo demás es insistir, buscar quien te grabe. No decepcionarse cuando te digan que no les gusta tu canción”, le decía Armando Manzanero a la BBC en una entrevista cuando le otorgaron el Grammy. No fue aquel un problema que lo haya aquejado: siendo un adolescente había compuesto “Nunca en el mundo” y atraído la atención de la industria discográfica, a punto tal que apenas había pasado los 20 años cuando la división mexicana del sello CBS lo fichó. Su primer éxito fue un bolero: “Voy a apagar la luz”. Su segundo hit, un rock n’ roll: “Eddy, Eddy”. “Yo soy músico, yo fui músico y voy a morir músico. No especifico los ritmos ni nada por el estilo”, decía hace apenas dos meses.
Con todo, el tiempo convirtió a Armando Manzanero en la voz del amor, gracias a lo cual la ortodoxia rockerista -siempre reacia a toda demostración de sensibilidad- lo miraba de reojo. Y sin embargo ahí estaba Elvis Presley grabándole “Somos novios” en 1972 (con el nombre de “It’s Impossible”), o Tony Bennett versionándole “Esta tarde vi llover” (“Yesterday I Heard the Rain”) en el 68. Lejos de limitarse a la canción latina romántica, su influencia se expandió por todo el pop gracias a su estilo que combinaba un profundo dominio de los ritmos de raíz, un vasto conocimiento de instrumentación clásica (“yo soy de Mozart, yo soy de Chopin, yo soy de Tchaikovsky”, decía) y un acercamiento a las formas del pop anglosajón, con melodías y estribillos pegadizos, baterías sutiles tomadas del jazz y demás. Su influencia se expande por todo lo que se pueda considerar “balada” de los 60 en adelante.
Otra prueba de su comprensión del lenguaje pop fue su rol de productor en Romance (1991), el disco en el que tomó a una estrellita juvenil llamada Luis Miguel y la convirtió en una especie de Frank Sinatra latino. “No es un disco para nosotras sino para regalar a las abuelas”, decían desde el prejuicio algunas fanáticas a las que les preguntaron en la previa por un posible álbum de boleros del intérprete de “La incondicional”. El diario del lunes dijo otra cosa: disco de Platino en Estados Unidos con un millón de copias vendidas, disco de Diamante en la Argentina con 40 mil más. Estaba claro que el talento de Manzanero también trascendía generaciones.
Así, el rock de mente abierta, oído atento y espíritu cancionista lo abrazó como referente. Fito Páez lo invitó a cantar “Esta tarde vi llover” en un inolvidable show que dio en México en 2010 (Manzanero también tocó el piano en “Yo vengo a ofrecer mi corazón”). Andrés Calamaro lo homenajeó en el disco que le produjo Litto Nebbia, El palacio de las flores (2006): su versión de “Contigo aprendí” es pura reverencia.
Lo de Manzanero era atemporal, nunca oportunista. “Si yo incursiono en un ritmo moderno, específicamente en el reggaetón, sería una falsedad por parte mía y sería como una pretensión para estar de acuerdo con algo que realmente no me interesa tanto”, declaraba hace tiempo. Sin faltas de respeto, se desmarcaba del género argumentando que la canción romántica sobreviviría por siempre porque “mientras las parejas se necesiten decir te amo, no se lo van a decir con reggaetón". Su meta era convertirse en clásico: “Me interesa ser como Mozart, como Tchaikovsky. Si usted revisa la obra mía, se da cuenta que hay mucho de eso”, repetía. Y así fue, como Mozart, como Tchaikovsky o como los Beatles: inmortal.