
A Joaco Che e Ignacio Zubeldía los separan más de 1600 kilómetros de distancia pero ambos nacieron en el Alto Valle del Río Negro, al norte de la Patagonia. Juntos acaban de editar Ir y venir, un disco de canciones sensibles con aroma a cordillera que trasciende a la distancia, desafía la geografía y celebra un camino artístico y de amistad recorrido en conjunto desde finales de los 90. Ambos formaron parte de Subsole, un grupo que habitó el indie porteño de fines hasta mediados de los 2000, y tras veinte años vuelven a encontrarse para darle forma a un primer disco a modo de dúo, ahora bajo el nombre de Joaco Che y Zubeldía.
Impulsados en el sprint final por el confinamiento y aprovechando la virtualidad, conectaron al barrio de Saavedra con Villa La Angostura enviándose maquetas, melodías, archivos y mensajes. Luego de un año desde ese impulso inicial en 2019, convocaron a Javier Montalto para sumar a Mendoza al corredor de archivos y canciones. “No nos cambió la manera en la que veníamos trabajando”, dice Zubeldía desde su casa porteña. “Para nosotros ya era un tema natural. Vivimos muy lejos y tenemos una relación a distancia. Compartimos música a distancia, escribimos canciones a distancia. Cada tanto nos vemos, durante el año pasado se hizo un poco más largo, pero nada más”. De esa forma, durante un año y medio o dos, más que con ellos dos moviéndose de su casa, los que viajaron fueron esos archivos y bits yendo y viniendo, algo que dio nombre al disco de Joaco Che y Zubeldía.
En los 90, casi de casualidad, algún amigo en común los presentó y juntos formaron Subsole, un grupo que llegó activo hasta el 2005. “Fue nuestro motorcito durante muchos años”, dice Joaco. “Fue un proyecto, un trabajo y una forma de vida. Unos cinco o seis años en esta vida giraron en torno a eso”. “Los 90 eran explosivos. Fueron años muy activos y de una efervescencia que de alguna manera te invitaba a hacer eso”, recuerda Zubeldía. La amistad de tantos años y haber crecido al fuego de una banda que les funcionó como una escuela y un experimento iniciático, construyó una complicidad fraternal y creativa que jamás discontinuaron y sirvió como base para construir esta nueva aventura. “Yo me alejé de la música, vendí la guitarra y el ampli y estuve casi diez años sin tocar”, recuerda Joaco. Hace unos años, asentado en la ciudad de la provincia de Neuquén, volvió a tomar clases de guitarra y los ejercicios y composiciones se los iba compartiendo a Zubeldía a la distancia para que lo ayude y opine. “Ese fue el inicio de llevarnos y traernos canciones. En un momento ya íbamos por el cuarto o quinto cover y dijimos `¿por qué no hacemos algo nuestro?´”.
Ambos integrantes de Joaco Che y Zubeldía se declaran amantes de la canción, y mediados por la distancia comenzaron a construir melodías y letras que devinieron en canciones. Sin embargo, aún siendo construidas entre capas de recursos electrónicos, la llegada del productor externo aportó una nueva visión y deshizo esos revestimientos hasta dejarlas despojadas y con un sonido sanguíneo, para nada artificial y lejos de lo virtual. “Cuando arrancamos era un disco que tenía bajos y baterías electrónicas. Después se fue abriendo, y en ese proceso se transformó en algo más orgánico”, dice Zubeldía.
Si la geografía modifica procesos, en este caso compositivos y de la dinámica de una relación de amigos que comparten un proyecto en común para hacer canciones, también logra colarse en su música. “Creo que nuestras letras, sin dudas. Por ejemplo la canción que abre el disco, 'De pie', habla del frío. Y donde yo vivo es un lugar totalmente frío. Sin querer hay cosas que se transpiran”, dice Joaco. “¿Qué circunstancias de la que te rodean no te condicionan o no se escuchan en la música que hacés? creo que todas”, agrega Zubeldía. “La edad te cruza, el clima te cruza, la geografía te cruza. No te sabría decir dónde se escucha eso, pero no tengo duda que te atraviesa. Las canciones en algún punto siempre son autorreferenciales por más que hables del cosmos”.
Para el otoño próximo, el dúo se plantea dos objetivos. Por un lado, publicar un puñado más de canciones que sirvan como complemento a la narrativa ya planteada desde el álbum. Por el otro, el siguiente desafío es darle forma en vivo a los temas creados en la virtualidad y la distancia. Así como en alguna parte del proceso, uno viajó a la ciudad del otro para trabajar y sumar al proceso compositivo, ahora deberán armar una banda para poder defender el repertorio tanto en Buenos Aires como en la Patagonia. Puede que en Ir y venir no se perciba la distancia ni la virtualidad de las herramientas. Puede que tampoco se perciba necesariamente ese sonido sureño, pero puede, y eso sí, que a esto suene la amistad.