
Juan Pedro Martí, o simplemente “Pucho”, habla tanto como cualquier español de pura cepa: en cada palabra contagia su emoción casi de niño. Vetusta Morla, su banda, está en Buenos Aires para presentar Mismo sitio, distinto lugar (2017), mañana en el Teatro Ópera. En el disco -grabado en los míticos estudios Hansa de Berlín, donde David Bowie, Iggy Pop y U2 registraron obras maestras- confluyeron diversas energías y sensaciones, y le sirvió a la banda como catarsis grupal. “Fue como una bajada a los infiernos y decir ‘acá vamos a sanear todo, de una manera u otra’”, explica el vocalista.
El disco habla de esa necesidad de salir de ciertos hábitos y costumbres que hasta ahora nos habían funcionado, pero la banda había evolucionado y nosotros también.
Ustedes le prestan particular atención a los shows, pero al componer este disco decidieron dejar de lado esa parte para no limitarse en el estudio. ¿Cómo fue el proceso de adaptar las canciones al vivo, una vez lanzado el álbum?
Muy complicado. Fue un proceso bastante largo y, de hecho, todavía no terminó. A las giras te lanzas porque tienes esas fechas... A Latinoamérica llegamos un poco preocupados porque no habíamos tenido todo el tiempo que hubiéramos precisados para adaptar las canciones a lo que queremos en directo. El trabajo fue volver a abrir todos los temas y hacer un ejercicio de arquitectura, de elegir los pilares fundamentales que consideramos que tienen que estar y sonar de la mejor manera posible.Creo que todavía falta para que las canciones suenen, aunque opino que no tienen que estar iguales al disco.
Desde el nombre, el disco apunta a la búsqueda de los lugares casi de una manera introspectiva. ¿Cuáles te parece que fueron esos “sitios” a los que llegaron?
Los lugares básicamente son los de cada uno de los seis. El disco habla de esa necesidad de salir de ciertos hábitos y costumbres que hasta ahora nos habían funcionado, pero la banda había evolucionado y nosotros también. Hay ciertos códigos que necesitábamos actualizar a lo que éramos y sentíamos, tanto a nivel individual como colectivo. A través del proceso de grabación fueron saliendo conflictos, cosas a nivel creativo y a nivel colectivo, como banda.
¿Diferencias creativas entre ustedes?
Sí, diferencias no solo en lo creativo, sino más allá. En lo humano, muchas veces. Llevamos veinte años juntos y bueno, al final hay una evolución de cada uno y cosas que te servían en un momento, ahora no. Son esos lugares a los que llegamos, un poco de manera común. Y vimos que al final lo que nos une es la música, el tocar y hacer canciones los seis juntos. Es un proceso que iniciamos sin saber muy bien a dónde nos dirigíamos y al final del camino nos dimos cuenta que abrimos aún más caminos.
También hay algo de confrontación con el otro, entonces.
Sí, hay mucho “tú y yo”. Igual, muchas veces hablamos de la confrontación con el otro, pero el disco también tiene mucho de confrontación con uno mismo. “Echar balones fuera", como decimos allá. Al final, si analizás un poco, te das cuenta de que estar acusando al otro es una autoacusación de tus miedos y tu mierda.
¿Y por qué les salió un disco tan introspectivo en este momento?
Pura necesidad. Llevamos tres discos haciendo las cosas de la misma manera a nivel creativo y técnico. También cerrábamos una etapa de cuestiones contractuales con el productor. Teníamos la necesidad de abrir el campo de batalla, de ampliar horizontes. Tampoco sabíamos muy bien qué era lo que queríamos, porque el disco estuvo invadido por cierta incertidumbre todo el tiempo. Somos bastante intuitivos. Fue como una bajada a los infiernos y decir "acá vamos a sanear todo, de una manera u otra".
Y de la intuición y la libertad también proviene el caos, ¿no?
Totalmente. Hubo mucha inestabilidad de manera continua. Yo no hago las letras y eso me pone un poco fuera de la vorágine de egos y del creador. Viví todo el proceso de una manera muy tranquila, veía el caos que había desde afuera. Además, fui prestando atención al papel de Campi [Campón, productor del disco] y me daba cuenta cómo iba jugando las cosas para generar ese caos. El autor siempre quiere tener el control de todo y hay un punto en el que hay que dejar que ocurran cosas. “Estamos en Berlín, dejá que te empape la ciudad,estamos con Dave Fridmann, dejá que él intervenga". Yo soy un poco caótico, es mi manera de funcionar.

¿La decisión de grabar en Hansa también tuvo un dejo de esta búsqueda interna? Es un estudio cargado de historia.
Es un lugar de peregrinaje para quienes nos dedicamos a esto. Influyó en el sentido de que, al final, todos esos músicos habían llegado a Hansa en un momento de sus carreras donde buscaban un cambio de piel dentro de lo que había sido su guión. Nos llamaba mucho la atención ese espíritu del cambio.
Además, Berlín también está atravesada por el cambio constante.
Es dejarse llevar por una ciudad que durante el siglo XX tuvo una gran cantidad de cosas: guerras, contracultura, cabarets, la caída del Muro. Todas esas capas de historia se ven ahí mismo. Y en el disco, esa energía de transformación se ve, pero antes era necesario hacer un balance: “¿Qué quiero cambiar, de dónde vengo?”. Proyectas hacia el futuro, y esa mezcla de tiempos, donde también entran el pasado y el presente, se ve en Berlín. Aparte, en Hansa hay un ambiente... Llegas y es un estudio como cualquiera, pero de repente te pones a hablar y hay una relación intuitiva con los instrumentos. Hacíamos una canción al día.
Para haber sido un caos, suena bastante organizado.
Sí y no, porque en otros discos la organización venía desde la preproducción y era casi como reproducir las maquetas que habíamos hecho. Acá no, hubo canciones que no estaban nada cerradas, fuimos viendo qué pasaba allá. Sacábamos instrumentos de ahí y de repente nos poníamos a tocar un teclado y decíamos "Puta, este es el que sale en Heroes (de David Bowie),¡mirá lo que es el sonido!". Y el propio técnico de ahí nos contaba historias de esos instrumentos.
Un parque de diversiones para un músico.
Y también teníamos nuestras bromas: en el control me dormía una siesta en el sillón y decíamos "tené cuidado porque ahí hay baba de Bono". (Risas). Estábamos impregnados por los grandes. El técnico que llevamos de España de repente se iba a una habitación de cacharros, que le decíamos "la habitación de Brian Eno", porque era súper loca y había grabadas cosas de él. Llegábamos y nos decía "encontré una caja de ritmos de los 70 que usó Depeche Mode". Joder, al final usamos todo lo que había ahí.
Entonces, ¿el sonido que imaginaron antes de grabar terminó siendo diferente?
Nada de lo que imaginamos. Y eso fue una vez grabado, además quedaban las mezclas. Queríamos a un mezclador que aportara creativamente al disco.
¿Por eso eligieron a Dave Fridmann (ex Mercury Rev y productor de The Flaming Lips y MGMT)?
Teníamos mucho recelo a trabajar con gente de afuera, sobre todo por un tema de letras, por eso elegimos un productor que hablara nuestro idioma. Y también por la experiencia que nos había contado mucha gente, que al final con los mezcladores es como "te lo hago, te lo mando y me olvido". Fridmann mostró interés desde el principio, de hecho mandaba ciertos datos según le íbamos mandando maquetas: "Ah, eso está bueno, puedes sonar de tal manera". Nos dijo que quería que fuésemos a trabajar allá (Tarbox Road Studios, en el estado de Nueva York), y eso hicimos. Tiene un método muy artesanal para hacer las mezclas, es como un laboratorio. Incluso, el ayudante hasta se pone una bata. Hay muchas cosas que hacía de forma analógica.Supo darle el envoltorio que le hacía falta al disco.
Grabaron en Berlín y mezclaron en Estados Unidos. ¿Creés que Vetusta Morla tiene una identidad española marcada? Hoy, todo está globalizado y, a veces, las fronteras parecen borrarse.
Un tanto español, pero a lo mejor tenemos más conexión con cierta latinidad. Aunque, sobre todo, miramos mucho hacia afuera, a lo anglo.
¿Por qué?
No lo sé, hay cosas que escuchamos en nuestro idioma y que son la hostia, o están a la altura de lo que se está haciendo fuera. Lo anglo tiene ese punto de ombliguismo y parece que no nos interesa cuando suena algo distinto. En España, por ejemplo, el acercamiento que hay hacia Latinoamérica es mucho menor que el que hay hacia el mundo anglo. No tiene mucho sentido, por idioma aunque sea.
Encima, el español respeta tanto su idioma que las palabras en inglés las pronuncia en castellano...
¡Decimos U Dos! Igual, nosotros al revés, hemos escuchado mucha banda de acá que a mí me gustaba casi más que las cosas que se estaban haciendo en el mundo anglo. De hecho, el otro día di un golpe en la camioneta diciendo que ya no iba a escuchar más música en inglés, que iba a escuchar de todo el mundo menos de eso. Porque, al final, siempre encontrás cosas muy interesantes en los márgenes, ¿no?