
Neil Hannon es la clase de persona que se aferra a las ideas no por temor al cambio sino por la necesidad de abrazar una propuesta estética a la que siempre pueda sacarle algo más. A los 19, formó The Divine Comedy junto a algunos amigos del colegio en 1989, y al año siguiente el grupo publicó su debut, Fanfare for the Comic Muse, una colección de canciones que miraban de cerca la discografía de R.E.M. con muy poco disimulo. Al poco tiempo, sus compañeros abandonaron el barco y, lejos de dejarse apabullar, Hannon se adueñó del nombre del proyecto y se aventuró en una misión que incluyó un viraje sonoro radical.
Después de dos temporadas encerrado en la casa de su padre en Irlanda del Norte, Hannon reapareció en 1993 con Liberation. Convertido en el único integrante fijo de un ensamble de pop barroco y orquestal, el cantante se perfiló como un dandy histriónico y elegante, como si Jay Gatsby se pusiera al frente de un ensamble dirigido por Burt Bacharach. Lejos de un cambio casual, la fórmula se mantuvo inalterable en álbumes como Promenade, Casanova, Absent Friends, y ese mismo espíritu es el que domina las doce canciones del flamante Foreverland, publicado hoy.
Y por primera vez en mucho tiempo, Hannon se tomó todo el tiempo que consideraba necesario para completar al sucesor de Bang Goes The Knighthood, de 2010. “Quería ser más como Scott Walker”, dice entre risas desde su casa en Irlanda. “Lo bueno de envejecer es que nadie se preocupa demasiado y podés tomarte todo el tiempo que necesites. No sentí que hubiera un gran público demandando un disco nuevo, así que tuve otros proyectos en los que ocupé mi tiempo”, explica. Mientras musicalizaba series de la BBC e integraba The Duckworth Lewis Method, un dúo que publicó dos discos conceptuales sobre cricket, Hannon se volvió más exigente con su propio trabajo: “Creo que llegué a la etapa en la que no estoy preparado para sacar un disco hasta estar realmente seguro de que es lo suficientemente bueno para lo que puedo lograr, porque la vida es muy corta”.
Me gusta un rango diverso de distintos tipos de música, y tomo a todos, los combino en una especie de plastilina orquestal junto con mi fetiche con Jacques Brel y Alan Bennett. Soy una mezcla rara.
¿Habías tenido esta sensación antes?
No, por lo general en el pasado fui bastante conformista, era muy de decir “con eso está bien, ya me aburrí de esto”. Intenté evitar eso esta vez y como resultado estuve corriendo en círculos un poco. O, para decirlo de un modo elegante, desaparecí dentro mi propio culo (se ríe). Pero a veces tenés que ir ahí… (vuelve a reír).
La canción que abre el disco se llama “Napoleon Complex” (Complejo de Napoleón) y el primer single es sobre la emperatriz rusa Catalina la Grande. ¿De dónde salió esta fijación por las figuras históricas?
Esos personajes representan a mí y mi novia, básicamente. Lo de “Napoleon Complex” es para mí, porque al igual que él, soy petiso y quiero dominar el mundo. Y “Catherine the Great” es para ella, porque se llama así y es genial (“great”, en inglés). Es una canción que se reparte mitad y mitad entre la Catalina original y ella.
Cuando The Divine Comedy empezó a levantar vuelo, era el apogeo del britpop y los miraban raro. ¿Pensás que la banda encontró su lugar después de tanto tiempo?
Uno chico, un espacio en un rincón. Tuve bastante suerte de haber empezado cuando lo hice, porque no puedo ver mi música trepando charts en ningún momento histórico a no ser que fuera a mediados de los 60. Tuve que lidiar con que la NME determinase que yo ya no debía ser escuchado jamás a principios del 2000, pero eso no fue un drama porque ya escribían mierda sobre mí en los 90 (se ríe). Desde Regeneration en adelante, solo pensé “lo que hago es lo suficientemente diferente al resto como para estar distanciado de los demás”, así que planeé mi propia estrategia. Tuve suerte, tuve fans bastante fieles y son los que me permiten seguir en esto.
Mencionaste Regeneration, un disco más emparentado con Radiohead en el que trabajaste con Nigel Godrich. ¿Qué te llevó a eso?
¡Radiohead! (se ríe). Estaba un poco confundido sobre qué hacer en el próximo paso, en parte porque habíamos caído en Parlophone desde nuestro sellito independiente y pensé “bueno, supongo que deberíamos hacer algo más grande”. No me sentía particularmente satisfecho cuando terminamos el disco porque no estaba muy apegado. Las canciones están bien pero no tienen partes de mi cerebro repartidas por todos lados, algo que sí está en todos los demás álbumes. Fue más un disco de grupo y no creo ser muy democrático en mi arte.
Pero el primer disco de The Divine Comedy sí es un álbum de grupo.
¿El chiquito, Fanfare for the Comic Muse? Odio esa mierda. Fue nuestro primer intento, así que estaba destinado a ser una porquería, pero no tiene mucha relación con todo lo que hice después, por eso reniego de él.
Te tomaste tres años para sacar siguiente álbum de The Divine Comedy. ¿Qué pasó en ese tiempo?
No despertamos el interés de nadie y los otros tipos en la banda muy poco sorprendentemente me dijeron un día: “Nos parece que vamos a anotarnos en la universidad” (se ríe). Se fueron, y yo me volví a la casa de mis padres y me puse a dar vueltas por su altillo escribiendo canciones para la etapa siguiente durante un par de años. Supongo que todos esperaban que madurase y me consiguiera un trabajo, pero yo estaba demasiado obsesionado, de una manera maniática. Esperé mucho porque Ian Broudie, de The Lightning Seeds, había dicho que iba a producir el disco. Al final nunca pudo hacerlo, así que terminé viajando a Londres para grabarlo bien rápido por mi cuenta con un ingeniero.
¿Qué ves en el recorrido histórico de tu propia discografía?
No pienso que la motivación que impulsó todos esos discos haya cambiado lo más mínimo. Básicamente, viví mis sueños a través de ellos. A veces mis sueños son bastante melancólicos, pero aun así son algo fantástico. Me gusta un rango diverso de distintos tipos de música, y tomo a todos, los combino en una especie de plastilina orquestal junto con mi fetiche con Jacques Brel y Alan Bennett. Soy una mezcla rara.
¿Y qué incluye esa mezcla?
Elvis Costello, Kurt Weill, Ravel, Stravinski, Scott Walker, The Kinks, The Left Banke. Human League, R.E.M., My Bloody Valentine, Arcade Fire, Burt Bacharach y Hal David… Corto acá, pero podría seguir para siempre.
Cuesta imaginarte escuchando synthpop...
Era un gran fan cuando tenía 11 o 12 años. Me encantaba lo primero de Depeche Mode, Soft Cell, Human League, OMD... A Kraftwerk llegué un poco más tarde porque todas esas bandas se remitían a ellos. Y terminaron gustándome más, son la banda más cool de la historia. Parte de lo que me gusta tanto de ellos no es simplemente los sintetizadores sino las canciones: eran muy muy buenos componiendo canciones que te atrapan con una simpleza mágica.
Formaste una carrera que incluye citas y referencias hechas en una época previa a la masificación de internet. ¿Cuál era tu manera de instruirte?
Antes sólo necesitaba escuchar una cosa, quizás 30 segundos en un programa de tv o algo, y eso alcanzaba para abrir mis orejas. Estaba esta canción, “Poupée de cire, poupée de son”, que fue la representante de Luxemburgo en el concurso de Eurovisión a fines de los 60, cantada por France Gall y escrita por Serge Gainsbourg. Sólo escuché un pedazo de la canción, como mucho un minuto, y tuvo un efecto enorme en mi música. Tenía una base de batería marchante, así que creo que es la responsable de “Something for the Weekend”, “Tonight We Fly” y todos esos temas que tienen ese ritmo galopante. Oía fragmentos de muchas otras cosas y no necesitaba escucharlos de vuelta porque me bastaba con eso para asimilarlos. Recién ahora, de grande, empecé a tomarme el trabajo de investigar un poco más a la gente.