
Desde que separó The Verve por segunda vez en 1998, en el pico de su éxito, Richard Ashcroft se embarcó en una carrera solista que funcionó como un correlato de su vida personal. Lejos de los excesos y el amor por el caos que le valieron el mote de “Mad Richard” en los 90, con el cambio de milenio el músico inglés se presentó ante el mundo como un baladista renacido, que encontró en la religión su motor creativo y también su brújula espiritual. El mismo tipo que antes era capaz de presentarse en un escenario pudiendo a duras penas sostenerse en pie se convirtió en un hombre maduro que empezó a celebrar las bondades de la vida hogareña en sus propias canciones, casi sin solución de continiudad.
De a poco, la fe y su prédica se fueron filtrando en su discografía, con resultados cada vez más dispares, algo que siempre desestimó. Y si las cosas se habían puesto raras en sus tres primeros álbumes, a la altura del cuarto ya rondaban lo indescifrable. Al frente de una banda multirracial, Ashcroft publicó en 2010 RPA & The United Nations of Sound, un disco confuso que le costó la aceptación tanto de su propio público como de la prensa. “Trabajé con No I.D. en Nueva York, grabé cuerdas en Los Ángeles con el tipo que hizo Thriller… fusioné todo eso, pero lamentablemente mucha gente malinterpretó lo que quise hacer”, dice despatarrado sobre un sillón victoriano de un hotel de Recoleta. “Confundí a la gente porque todos hoy necesitan que las cosas sean demasiado claras”.
Quizá por eso mismo, Ashcroft se tomó seis años para calcular su próximo paso. En consecuencia, el flamante These People busca ser una vuelta al pasado, más cercano a las canciones todo terreno que supieron valerle el éxito a The Verve que a la experimentación multiétnica en plan Benetton de su anterior trabajo. Aunque la relación entre sus intenciones y el resultado final no siempre llega a buen puerto, el álbum sirve como excusa ideal para subsanar una deuda con el público local, que podrá verlo el sábado en el Personal Fest junto a Andrés Calamaro y The Kooks, y por su propia cuenta el lunes 24 en el teatro Gran Rex.
Si estás vendiendo algo que tiene una energía legítima, un espíritu y algo de profundidad, es muy difícil, porque el mainstream quiere tener a las masas a un nivel mental bajísimo.
¿Pensaste que con este disco tenías que volver a hacer las cosas de una manera más directa?
Sí, fue intencional. Trabajé de nuevo con Will Malone, el tipo que hizo los arreglos de cuerdas en Urban Hymns y mi primer disco solista. Cuando encontrás alguien cuyos arreglos trabajan muy bien con tu voz, ¿para qué negar eso? ¿Por qué huir de eso? Quería escuchar “These People” y “Black Lines” con sus cuerdas porque sabía que estas canciones eran tan buenas que necesitaban esa hermosa mezcla entre cellos, bajos y mi voz. También hice muchos experimentos con sintetizadores y máquinas de ritmos en mi ático, preguntándome cómo el rock and roll puede ser algo contemporáneo con tanta electrónica, rap y hip hop dando vueltas.
¿Encontraste la respuesta a esa pregunta?
Ellos tienen una ventaja: no necesitan empezar cada canción con una guitarra acústica (se ríe). Jimi Hendrix murió hace mucho tiempo y llevó el instrumento a un nivel al que probablemente nadie alcanzó desde entonces, entonces más te vale caer con algo bastante espectacular para atrapar la atención del mundo con una guitarra. Ahora estamos en desventaja, pero la ventaja que tengo es mi voz. Hay tantas voces sintéticas ahí que la gente se olvidó de cómo suena un cantante de verdad. Me encanta Drake, es un tipo muy talentoso, pero te preguntás qué pasará en un par de años cuando la gente decida que la moda pasa a ser otra, porque ese sonido es muy de este tiempo. ¿Qué pasa con todos esos temas que se grabaron con ese mismo recurso?
¿Y cómo llevás adelante esa competencia?
Soy productor de todo lo que hago, siempre lo fui, y por eso “Bitter Sweet Symphony” fue lo que fue. El tema lo compuse sampleando y haciendo loops, la introducción no tenía guitarras, eran sólo cuerdas y máquinas: es un tema de hip hop. Siempre los chicaneo a los raperos diciendo que es la mejor canción de hip hop de la historia, porque si ellos se pueden llamar a sí mismos rockstars, entonces yo puedo decir eso. Y también por eso es que uso anteojos negros cuando voy a la tele, para que me digan que me los saque. ¿Le dirían lo mismo a Rick Ross? No, entonces no entiendo por qué a mí sí. Hace poco fui a un programa de la BBC por la mañana, con lentes y una bufanda, y los televidentes mandaban mensajes enojados por mi look. Es una boludez, tampoco era Ziggy Stardust. Es increíble que un par de lentes enloquezca a la gente.

Hace un rato mencionaste a Urban Hymns. ¿Qué creés que cambió entre la publicación de ese disco en 1997 y el presente de la música británica?
Se diluyó la mentalidad alternativa y los impostores dominaron todo. Son tipos que nunca dicen nada controvertido, hacen cosas como robots, se encierran en el estudio a hacer las mismas canciones y nunca opinan sobre nada a menos que sea un tema de la agenda liberal o un hashtag. Como con cualquier escena, cuando las corporaciones ven dinero, necesitan encontrar la versión de eso que se ponga en línea, siga las órdenes y sea instruido para hacer mucha guita. Lo real no da plata. El hombre real es un ser lleno de problemas e inseguridades, y por eso es que sus canciones resuenan en el público. Es un ciclo en el que las corporaciones ven un dólar y entonces lo replican con algo que es una versión diluida del original, sin el mismo espíritu. Hoy, los músicos son víctimas de su propia codicia y no saben decir que no. Aprendí de los Stone Roses que “no” es una palabra muy poderosa en la industria de la música. No hacemos esto y no hacemos eso otro, vamos a hacerlo de esta manera y ustedes nos van a seguir, no nosotros a ustedes. La industria es otra, la música está devaluada. El aparato en el que la escuchás es más importante que la canción.
¿Y cómo creés que estás ubicado vos dentro de ese escenario?
Si estás vendiendo algo que tiene una energía legítima, un espíritu y algo de profundidad es muy difícil, porque el mainstream quiere tener a las masas a un nivel mental bajísimo. Si mantenés a las personas oprimidas , ya sea a través de Hollywood, el azúcar o lo que sea, es menos probable que empiecen a pensar por su cuenta y a ser individuos. Son una masa, es música Prozac, todos sonríen mientras el mundo se viene abajo y estamos más cerca que nunca de la Tercera Guerra Mundial.
¿Sentís que tenés alguna responsabilidad como artista, entonces?
Sí, una enorme, porque somos muchos los que tratamos de escribir una narrativa distinta para el mundo. Somos miles de millones, sólo que es muy difícil tratar de conectar toda esa energía, y si lo hiciéramos toda esta mierda estaría terminada en un día. No estamos lejos de eso, la tecnología trajo muchas cosas negativas, pero al menos a mí también me mostró cuán conectados estamos. Queremos un buen futuro para nuestras familias y un mejor lugar, y lo único que puedo hacer es inspirar a alguien a hacer lo suyo, como los Stone Roses hicieron conmigo cuando tenía 17. Tres años después de eso estaba haciendo un disco, así que conozco el poder de cuán transformador puede ser un recital.
¿Qué es lo que te motiva en seguir haciendo lo que hacés después de tanto tiempo?
Estoy en una misión. Es una misión pequeña, quizá sólo conecte con un par de miles de personas, ¿pero quién sabe las repercusiones de eso en el futuro? Quizás un pibe que venga a ver mi show termine siendo uno de los mejores compositores que se hayan visto en la Argentina. Tenés que ver a un ser humano de verdad frente a tus ojos, que da todo de sí y testifica: así era la vieja música soul. Viene de la iglesia: testificá, dejalo todo en el escenario, mostrá tu corazón y tu alma a la gente. Cuando lo hacés, a veces es abrumador para los demás, pero quiero que sea así, no quiero que sea simple. He visto hombres adultos llorando como niños mientras toco “The Drugs Don’t Work”, porque por ahí perdieron a alguien. Esa emoción quizá no la habían sacado de su interior en diez años y de repente en esa noche explota todo. Es una cosa muy poderosa ser una válvula para la gente, porque vivimos muy reprimidos.
¿Eso es lo que hace que no te abrume tener que seguir tocando temas que compusiste hace veinte años?
No, soy muy afortunado de todavía estar aprendiendo de mis propias canciones. “Lucky Man” se pone mejor cada vez, porque la aprecio más y resuena en mí más que nunca. Mirame, man. Tengo una mujer hermosa con la que estamos juntos tras 24 años de matrimonio, tenemos dos hijos, soy un músico que viaja alrededor del mundo, tengo fans en todas partes y escribí esa canción en el 90 y pico. No soy de esas personas que dicen “No voy a tocar ‘Bitter Sweet Symphony’, estoy cansado de ‘Sonnet’, me aburrí de ‘The Drugs Don’t Work’”. Olvidate de eso, por supuesto que las voy a hacer. Mi mamá siempre contaba la historia de cuando fue a ver a Neil Young cuando yo era chico. Ella esperaba que él tocase todos esos temas folk tipo “Old Man”, pero Neil estaba en su etapa del vocoder de Trans, así que a la mañana siguiente ella estaba espantada. Me decía “Fue muy raro, cantaba como un robot” (se ríe). Nunca me voy a olvidar de su cara de desilusión, así que siempre lo tengo presente.
¿Pensás que a los músicos les da miedo convertirse en artistas populares?
Puedo entender lo que le pasó a Kurt Cobain, porque empezó a tener problemas con la misma gente que empezaba a ir a sus shows y no podía entenderlo. Te voy a explicar qué te pasó: estás en la banda más grande del mundo y ahora no podés decidir cómo tiene que ser tu propio público, no podés decidir si es cool o no. Tenés que entender que esto es para todos, y eso es algo que los norteamericanos no pueden entender. En Inglaterra, para las clases obreras el fútbol y la música son dos pasiones muy unidas, y pasa lo mismo en Estados Unidos con el hip hop y el basket, así que no tenemos esa actitud de “¿qué hace ese albañil en mi recital, por qué vino ese pibe en jogging?”. No me importa una mierda quién vino a mi show mientras esté ahí y lo viva, esto es para todos. No podés juzgar a la gente ni sobreestimar cómo a veces la gente va por una sola canción, porque quizás ese tema les cambió la vida. Quizá se casaron, lo escucharon en el funeral de alguien querido o lo que sea. Todo cambió por una canción, nunca subestimes ese poder. El problema es que la industria lo sabe y lo diluye a propósito para que todo sea chato y poder decirte: “La vida es fantástica, seguí comprando mierda”.