25/06/2020

Pedro Aznar: "En mí conviven muchas músicas"

A solas con el mundo, volumen 2.

Gentileza

En el fondo hay una biblioteca. Allí están los libros que Pedro Aznar hojea para sacar los textos que comparte con la gente durante sus transmisiones en vivo: Pablo Neruda, Walt Whitman, Eduardo Galeano, León Felipe. Hay dos columnas que cortan la sala en dos. En una pared a la izquierda un cuadro con una figura circular. En la zona más iluminada está su estudio de grabación, la mesa donde hicieron las mezclas de la reedición 40 aniversario del disco La grasa de las capitales de Seru Giran junto a Ariel Lavigna.

Hay dos monitores a los costados que miran de frente. Alrededor, todo el equipamiento técnico y los instrumentos de Pedro Aznar: guitarras con cuerdas de acero, eléctricas y criollas, y bajos, muchos bajos sin trastes, que le dieron el sonido melodioso -como si el instrumento cantara- con el que sobresalió en el panorama local y con el que llamó la atención del músico Pat Metheny, que lo invitó a formar parte de su banda. Sobre unos de los racks del estudio lleno de cables interconectados hay un retrato con una foto, también en blanco y negro. No se ven sus tres gatos.

Sentado en el mismo lugar cuando ofrece los conciertos vía streaming desde su casa -mañana viernes, a las 20, realizará el espectáculo A la carta. Vol 2 por la plataforma TicketHoy, a beneficio de la Fundación Sí-, Pedro Aznar recuerda cuando escuchaba los discos de Arco Iris y su fusión con el folklore en los 70, cuando tocaba con Alas y empezó a hacer sus primeras canciones de tango para Madre Atómica, cuando era parte de Seru Giran; cuando conoció a Leda Valladares a los 12 años en la escuela de San Justo, y cuando fue al concierto de Mercedes Sosa en el Teatro Opera en 1982. Ese regreso del exilio de la gran cantora tucumana, en medio de la dictadura y que reunió en varias noches a músicos del rock, tango y folklore, lo marcó de por vida, a él y a toda una generación de músicos. “Ahí Mercedes sentó las bases para la música popular argentina actual”, dice el cantante, compositor y multi-instrumentista.

En el ADN musical de Pedro Aznar conviven los Beatles, el folklore, la influencia del Brasil, Piazzolla y el sonido del jazz rock de una leyenda del bajo llamada Jaco Pastorius. Todo eso se refleja en una producción con una veintena de discos, entre trabajos en estudio y álbumes en vivo como solista o a dúo con David Lebón, colaboraciones con Charly García en el original proyecto Tango y el álbum conceptual dedicado a Luis Alberto Spinetta. También en sus últimas producciones de 2019: un disco de canciones con el músico chileno Manolo García, heredero de la tradición cancionista de Víctor Jara y la insolencia pop de los 80, llamado Abrazo de hermanos; y el álbum de tango junto al violinista y compositor Ramiro Gallo, exdirector musical de la orquesta El Arranque.

La apuesta de "La grasa de las capitales" era tomar de lo universal y de lo local, y hacer nuestra propia masa con eso.

¿Cómo te llevás con el concepto de música popular argentina, que rompe con esa idea del rock, el tango, el jazz y el folklore como tribus separadas?
Me siento parte de la generación del rock 2.0. La primera generación es Manal, Almendra, Arco Iris, Sui Generis, Billy Bond, Pescado Rabioso. Yo tengo diez años menos que esa generación, de la cual seriamos tal vez Fito, Fabi Cantilo, gente que anda por los 60 años, y a nosotros nos tocó en buena parte ser los que consolidaron dentro de su trabajo una fusión de estilos y de música, romper la fronteras y hacerlas mas permeables, dejar que todo se comunique con todo. Para mí fue revelador ver a Mercedes en el Opera en el 82, ahí sentó las bases de la música argentina como un crisol donde se podían fundir todas esas joyas y hermanarlas. Lo que hizo Mercedes fue contundente: abrió un nuevo camino en la música argentina y nada volvió a ser como antes, particularmente porque los músicos de rock entendimos claramente ese camino abierto. Incluso, Mercedes lo abrió para los músicos de tango y folklore que pensaban que los músicos de rock hacíamos música de otras tierras. En ese momento, fue como si Mercedes hubiera dicho: “Muchachos, relájense, todo esto es música argentina, todo esto puede convivir y crear belleza junta”.

Las dos cosas que te enamoraron al principio de la música fueron los Beatles y el folklore. ¿Cuál fue la impresión que te provocaron estas músicas?
Había una magia muy potente adentro de esas dos músicas como el rock y el folklore. La había en el tango, pero estaba eclipsada por el prejuicio de los jóvenes con el tango. Para nosotros, era una música de otra generación, y le hablaba solo a esa generación con imágenes del pasado y que no miraban al futuro, entonces mi prejuicio me hizo quedarme con Piazzolla. Y a muchos nos pasó eso con el tango. Poníamos a todo el tango en la misma bolsa, y después me fui enterando que los hermanos Homero y Virgilio Expósito se venían de adolescentes en tren desde Zárate a Buenos Aires a comprar partituras de Gershwin y Cole Porter, y a partir de eso componían. O el Cuchi Leguizamón, por ejemplo, que hacía zambas, y escuchaba Stravinsky, Bartok y a otros grandes músicos de jazz. A medida que fui descubriendo eso, me di cuenta de que todos éramos un poco víctimas de prejuicios... y a la vez todos estábamos abiertos a otras músicas del mundo, pero nadie decía mucho. Todos hemos aprendido de la misma manera.

¿Cómo era eso?
Recuerdo que de las primeras cosas que me emocionaron profundamente fue el grupo Anacrusa, que hacía unas cosas preciosas en los años 70, y después lo de Leda Valladares fue revelador del origen del canto americano y la hondura que tiene en sus entrañas. Una cosa que ella me dijo fue fundamental para poder entender por qué existía esa magia tanto en el rock como en el folklore. En el canto de la baguala, lo que se expresa es un canto cósmico, es un canto del hombre frente al misterio de la vida y es un canto que sale de la entraña. Leda me dijo: “Los convoco a ustedes, los músicos del rock, porque vienen de cantar una música que es heredera de los spirituals, la música afroamericana del blues, que también es un canto de libertad y de la entraña. Ustedes que vienen cantando eso inmediatamente van a enganchar con la baguala y se van a dar cuenta de que en el fondo es lo mismo, porque es un canto esencial”. Ella venía de cantar jazz hasta que se dio cuenta de que en el jardín de su casa había unos blues que eran de ella, que eran de su suelo y que eran parte de cada átomo de su cuerpo. Para mí, esa charla fue un momento revelador y me di cuenta que no había ninguna separación entre géneros. En el fondo, la belleza que residía en el rock y el folklore estaba toda conectada porque es la belleza de lo humano cuando se canta desde la entraña.

A fines de 2019 sacaste un disco de tango con Ramiro Gallo llamado Utopía que pasó un poco inadvertido.
Se lo tragaron el cambio de gobierno, las vacaciones y la pandemia, porque salió en diciembre de 2019. Es un disco que quiero mucho y es una obra muy interesante, donde siento que está perfectamente hermanada la poética con la música. Eso es resultado de la profunda comunicación humana y artística con Ramiro Gallo. Nos hicimos muy amigos y encuentro en él a uno de los mejores artistas argentinos al día de hoy. Hay algo que informa su música que es muy hondo. Fue hermoso trabajar juntos y ya tenemos ocho tangos más para un volumen 2. Estoy muy orgulloso de ese disco que grabamos de punta a punta en dos tardes. Estoy como como cocompositor y cantante. Eso fue una revelación. Fue como un bautismo, inaugurar una cosa en mí que va a quedarse siempre. Incluso tengo otros proyectos de tango. Estoy componiendo con la gente de Tanghetto, tenemos prácticamente un disco entero listo para grabar. Mi participación en el tango está asegurada por un tiempo.

Poco antes de la pandemia, hicieron el lanzamiento y la escucha de la nueva reedición masterizada por el 40° aniversario de La grasa de las capitales, de Seru Giran. En términos emocionales, ¿que significó reencontrarte con esas canciones tanto tiempo después?
Emocionalmente fue fuertísimo. Lo que más me pasó fue recordar la impronta que había en el grupo, la búsqueda y la intencionalidad de lo que queríamos lograr. Ahora que pasó el tiempo, pude escucharlo con un oído fresco y con un buen sonido. A medida que le íbamos sacando los velos que lo tapaban y aparecía la música, era emocionante escuchar con lujo de detalles los arreglos, la manera en que se grabó, y me hizo recordar porque buscábamos todo eso. Era una apuesta muy fuerte. Estábamos decididos a encontrar la canción -no una canción, “la canción”- como forma que expresara lo que era vivir ese momento de ese país, y lo que nos pasaba a nosotros como artistas y personas en ese momento. El disco lo logró con creces. Es una obra de arte, puedo decirlo ahora que pasó el tiempo. Cuando terminé de escuchar este trabajo quedé conmovido por todo: cómo está tocado, cantado, compuesto, las letras, cómo se lo dice, el concepto vanguardista y los modos de romper con lo que se venía haciendo habitualmente. Es un disco que abrió un nuevo modo de hacer sonar la música en la Argentina, y en esto capítulo aparte para el ingeniero de sonido Amílcar Gilabert, que hizo un trabajo maravilloso, marcó un antes y después en el sonido de los discos argentinos. La grasa de las capitales captó ese momento histórico. Fue grabado de una manera avasallante, es un tour de force tremendo.

Se condensaron un montón de cosas en ese disco, porque por un lado se estaba viviendo la dictadura militar y ustedes la habían pasado mal, porque el grupo fue mal recibido por la prensa en su primer disco.
Ahora, pasado el tiempo, entendí que lo que el grupo hizo en el primer disco era una apuesta a la belleza y era una búsqueda de una utopía en un momento negro del país, en un momento terrible, oscurísimo, y quizá no se nos entendió por eso al principio. A mucha gente le pareció una tontería pasatista. Se preguntaban queé hacíamos y por qué cantábamos una canción con palabras inventadas. "¿Por qué no dicen lo que hay que decir?", se preguntaban, en vez de pensar que estar cantando en un idioma que no se entendiera era todo un pronunciamiento. No se podía decir mucho más. Eso era un guiño y teníamos que inventar nuestro propio idioma. Creo que cuando salió La grasa de las capitales a la gente le cayó la ficha de lo que queríamos de decir.

En el grupo había una influencia de todo lo que resonaba a nivel mundial, pero había un tango fatal sonando atrás.
Absolutamente, es eso. La apuesta de La grasa de las capitales era tomar de lo universal y de lo local, y hacer nuestra propia masa con eso.

En uno de tus conciertos streaming leíste un fragmento del poeta Walt Whitman, donde recitabas: “Mi lengua, cada átomo de mi sangre, provienen de este suelo y de este aire”. ¿De alguna manera ese fragmento te define como músico popular?
Es un poco así. Es un lindo paralelismo. Esta comunicación tiene mucho de eso, hablar desde tu lugar, tu terruño, llevado al microcosmos acá en mi estudio, donde están mis instrumentos, el lugar donde creo. Comunicar desde acá es muy fuerte porque es el reconocimiento de un origen común, donde estamos plantados. Somos los hijos de este suelo y así es como creamos, cantamos, y esa es la potencia de lo que ocurre. Esa es la liturgia.

En estos encuentros que fuiste haciendo en tiempo de pandemia aparecen Spinetta, Yupanqui, Chico Buarque, los Beatles, el folklore y el tango. Tu presente tiene que ver con esa multiplicidad de voces.
En mí convive mucha música y lo que fui haciendo a lo largo de los años fue sacar capas para dejar lo medular. El lugar que encuentro más genuino en mí es el músico que habita todos esos lugares, porque toda esa música me habita y me informa. En mi cabeza convive todo eso y esos elementos aparecen en lo que hago. Respetar esa multiplicidad es mi camino.

Con este nuevo tipo de recitales A la carta, vía streaming, ¿te estás reinventando?
Esto es un nuevo vocabulario que estamos aprendiendo todos. Esta modalidad de los conciertos en línea tienen su propio lenguaje. La verdad es que le fui encontrando el gustito y es algo que voy a mantener con el tiempo, incluso después de volver a los escenarios, porque tiene un tiempo muy especial, tiene una intimidad particular. La gente te escucha en su casa en primerísima fila, compartiendo una copa de vino o una comida, y tiene la posibilidad de enviar mensajes. Es una comunicación fluida, directa y personal. A pesar que si lo contaras alguien podría pensar que es algo frío, notablemente no lo es, cobra una calidez muy particular.

¿Cómo fue hacer el primer concierto desde tu casa, sin tener el el ida y vuelta del directo con la gente?
La primera experiencia requirió toda mi atención porque no podía tener un equipo técnico. Yo solo me encargaba de todo: la ambientación, el sonido, la configuración del teléfono para que se vea bien y la música. Para mí fue una curva de aprendizaje tremenda, pero con los subsiguientes conciertos se fue refinando la cosa hasta llegar a este formato A la carta, que quedó con un sonido profesional y HD en un formato en directo muy bello por una plataforma profesional. Al principio todo surgió como algo más emocional. Era la necesidad de acompañar y poder aportar algo. Me hizo muy bien en lo personal. Recibí mensajes hermosos y los contestaba todos. La gente lo sintió como una compañía cálida, que aliviaba el peso de estos días de estar adentro. Hice recitales todos los viernes de cuarentena y era placentero ir preparando semana a semana repertorios distintos. Fue muy divertido y emocionante hacerlo porque la sensación era de quién tira un mensaje en una botella al mar. Yo estaba en la misma que todas las personas. Estaba solo en mi casa con un telefonito desde el cual estaba transmitiendo este mensaje y esto llegaba a un océano de gente que no veía, pero que conectábamos porque a todos nos pasaba lo mismo. Esa sensación de lo personal sigue estando en estos conciertos. Las transmisiones no difieren mucho de cuando ceno con amigos virtualmente. Es como preparar la mesa, poner las copas mas lindas que uno tiene y hacer una comida rica. Estos shows tienen esa cosa ritual de estar pasando un momento juntos.