22/09/2022

Kevin Johansen: “Prefiero pecar de generoso y no de tacaño”

Un toco de respeto.

Gentileza
Kevin Johansen

Hay cierta suma de factores que construyen las características distintivas del universo musical de Kevin Johansen. Casi como un correlato de su vida migrante repartida entre Alaska, Uruguay, Estados Unidos y Argentina, su música es una suerte de folklore del mundo que conecta con toda latitud posible. Sobre ese andamiaje sonoro, el autor de “Desde que te perdí” impregnó su prosa con constantes juegos de palabras y chistes que no pasan desapercibidos, pero que tampoco buscan imponer su protagonismo, herencia de una infancia al calor de los discos de Les Luthiers y Leo Maslíah.

En una suerte de ejercicio autobiográfico, Kevin Johansen decidió prescindir de esa cuota humorística en Tú ve, el disco que presentará este sábado 24 en el teatro Gran Rex. En vez de eso, optó por un ejercicio autobiográfico armado no desde una selección de su propio repertorio, sino de canciones de otros artistas que terminaron por formar su propio ADN compositivo. Bajo la producción de Juan Campodónico, el repaso va desde Erasure y Talking Heads, a Violeta Parra, Eduardo Mateo y Caetano Veloso, pasando por algunas reversiones de su propio repertorio, con una lista de invitados que incluye a Jorge Drexler, David Byrne, Natalia Lafourcade, Rubén Rada y su hija Wiranda Johansen. “Lo único que quería, y es lo que le dije a Campodónico, era que él estuviera en su zona de confort. Se rió, entendió, y recogió el guante”, explica Kevin. 

Creo que el desafío de reversionar es interesante, porque también estás recomponiendo y descomponiendo, es una delgada línea entre el homenaje, aprender y aprehender de la composición de otro.

Gran parte del repertorio del disco son canciones de otros, pero sea por la elección de artistas o por la manera de interpretarlas, el resultado describe bastante bien a tu persona artística. ¿La idea era que esa selección hablara de vos?
Los elegí porque son parte de un imaginario, desde una canción de Violeta Parra que escuché desde la cuna, una canción de Eduardo Mateo de mi adolescencia en Uruguay, a un tema de Erasure de los 80s. Juan fue quien realmente eligió qué temas le parecía que tenían que ver con ese imaginario propio, y después le puso ese condimento que tan bien maneja de tecnología con tracción a sangre que se desdibuja, y no entendés donde termina uno y empieza el otro.  

El humor es algo bastante característico de tu obra, y esta selección de canciones hace que eso esté más ausente en el disco ¿La idea era marcar distancia?
Creo que es un elemento más, no tengo tanta conciencia de cuando estoy manejando más la ironía y cuando me sale algo un poco más triste. Es como el teatro griego, está la risa de un lado y del otro el lloriqueo. A Liniers, el dibujante, le encanta Radiohead y yo siempre le digo en chiste “debés haber tenido una infancia muy buena para bancarte un disco entero”.  Yo escucho dos temas de Radiohead y ya me quiero morir, habré tenido una infancia más complicada, no sé qué pasó. Desde el hecho compositivo siempre mantuve un equilibrio, me parece que está bueno aplicar la ironía o el humor, siempre desde la observación social. Mark Twain decía que el problema con el humor es que nadie se lo toma en serio, y es cierto que este disco, al ser temas de otros, tiene su sobriedad.

Para este disco trabajaste por primera vez con Juan Campodónico. ¿Cómo resultó esa experiencia?
Juan tiene dos características de las que yo carezco: elegancia natural no forzada y criterio. Más allá de eso, creo que para los dos también fue muy lindo conocernos porque él tiene algo parecido a mí, porque tiene una cultura que cruzó culturas, valga la redundanci. Tuvo su infancia y adolescencia en México, un padre dramaturgo y madre actriz, y yo tengo una madre súper intelectual académica de Filosofía y Letras, y también una infancia gringa para después venir y ser un argenteenager. Ahí hubo también como una coincidencia quizás generacional también muy atravesada por un folk del norte, y por el folklore nuestro del Sur, y eso también está presente en el disco.

¿Creés que haber tenido ese tipo de vida peregrina y no haber echado raíces en ningún lado ayudase a que tu música fuese de ningún lugar?
Puede ser, mi género es la canción. Hace unos años en España, un periodista me insistía preguntándome “¿pero qué género hacés, tío?”, parecía muy preocupado por saberlo. Me puse a pensar cómo responderle y salió decirle “Soy un desgenerado”, y estuvo bien, salió en el periódico como título. Más allá de eso, la canción es mi género, es un género literario desde que Bob Dylan lo consagró con el Premio Nobel. Una buena canción es siempre nueva, atraviesa los tiempos y eso es lo que por ahí más me interesa. Con la post pandemia yo estaba haciendo un ciclo en Congo de “antilunes” en el que tocábamos con los Cover Lovers todas estas canciones. Así nació una versión samba de de “Perfect Day” de Lou Reed, una versión amilongada de “Heaven” a lo Zitarrosa y a través de Jorge Drexler y Campodónico salió este de candombearlo a Leonard Cohen. Creo que el desafío de reversionar es interesante, porque también estás recomponiendo y descomponiendo, es una delgada línea entre el homenaje, aprender y aprehender de la composición de otro o de otra. Te hace dar cuenta de la arquitectura de la canción, entonces si algo es art decó, por ahí podés llevarlo a un estilo más romano. El disco está en la línea entre el respeto y la falta de respeto con el que honra (y no que trata de honrar) estas grandes composiciones.

Antes de regresar a Buenos Aires, comenzaste tu carrera solista tocando en el CBGB, que uno asocia más a Ramones y Television que a tu música…
Llegué tarde (se ríe). Las siglas del CBGB significan “country blue grass & blues”, y lo conocí a Hilly Kristal de un modo muy de película.Un amigo argentino me habló de los bares para ir a mostrar un demo en cassette en 1990, y este fue uno de los lugares que me recomendó. Hilly me dijo enseguida “I like what you do!”, después de tocar diez canciones un martes de lluvia para dos amigos haciéndome el aguante, con no más de 15 personas haciendo el aguante en CB’s Gallery, que estaba al lado. Armó ese espacio para cantautores porque esa había sido su primera intención con el CBGB: que pudieran tocar bluseros y songwriters, hasta que cayeron los Ramones. Hilly fue un tipo que me bancó e hinchó mucho con la cuestión de que no me importase congeniar las dos culturas, me decía que escribiera un tango en inglés y yo pensaba “En Buenos Aires me matan”. Fue una figura muy importante para mí en ese momento, yo tenía 25, 26 años y estaba todavía con la timidez de no saber si mostrar mis temas en castellano o en inglés. De ahí surgió “Guacamole”, una canción sin sentido que me vino muy bien para romper un poco mis propios prejuicios conmigo mismo, congeniar las dos culturas y darme cuenta que tenía lo mejor de dos mundos.

Si bien tus primeros discos habían sido bien recibidos, tu carrera tuvo un giro después de que una canción de uno de ellos, “Down With My Baby”, sonara en el prime time televisivo un par de años después. ¿Esperabas que tuviera ese tipo de llegada?
No tenía la menor idea, no fue algo buscado. Metieron el tema en una serie que rompía un poco con el molde de las teleseries que venían sucediéndose, y la verdad que me agarró bastante chucho. Más que artista de culto, yo era oculto, sobre todo en Nueva York, y ya había vivido una exposición tempranera sin que estuviera listo y preparado. Entonces, ya tenía treinta y pico y tampoco estaba preparado para entrar al mainstream argento, con una balada en inglés allá Barry White, me agarró el miedo de “Uy, van a pensar que solo hago temas cachondos”. Después me relajé y dije “Bueno, que se fijen. En ese disco está ‘La cumbiera intelectual’, está ‘Sur o no sur’”... Hay una frase hermosa del cantante senegalés Youssou N'Dour que dice que la música es el primer idioma. ¿Cuánta gente hay que no entiende inglés y ama a los Beatles? “Down With My Baby” fue un poco eso, un tema que mucha gente no entendía de qué iba, pero que la atravesó, la conmovió y le movió algo. 

¿Haber creado ese formato se puede volver un peso al momento de querer encarar búsquedas que se salgan de esa norma?
Todo cambia. Uno a veces tiene momentos donde quiere mostrar solamente lo nuevo, y otros en los que dice “bueno…”, es una línea muy delgada. Finneas, el hermano de Billie Eilish, decía hace poco “A mis ídolos los iba a ver y me mostraban los temas del disco nuevo y nada más. Y los entiendo, pero también quiero que me des el hitazo que hiciste”. Todo esto tiene que ver con manejar el ego, y a la vez es también un hecho de generosidad y de compartir. No somos trabajadores esenciales, somos presenciales, nos gusta el escenario. Eso ya tiene un lugar donde vos sos un anfitrión y tenés que ser generoso, no podés ser tacaño. Entiendo cuando pasó que Bowie no quería cantar más “Heroes” o Spinetta “Muchacha”, era entendible que quisieran romper un poco con lo que la gente esperaba. Pero no es mi caso, tampoco. Prefiero pecar de generoso y no de tacaño. 

O sea que por más que el día de mañana decidas emprender una búsqueda artística distinta, vas a terminar volviendo a guitarra y voz en algún momento.
Totalmente. Tengo el sí fácil, y si hay uno gritando “Guacamole”, haré un pedacito, no era la idea, pero bueno, dale. Creo que la gente también percibe mucho y se da cuenta que el artista que ellos quieren ver también quiere mostrarles otra cosa. En el disco City Zen hice “Oops”, un bolero que se lo dediqué a Les Luthiers, que dice “¿Quieres que te diga lo que quieres escuchar, o vas a escuchar lo que te quiero decir?”. Ese es el dilema del artista, así que estamos en esa.