18/03/2019

Juana Molina: "Tengo que bajar un poco la autoexigencia"

La cantautora proyectará su "Halo" sobre Lollapalooza.

Cecilia Salas
Juana Molina

Juana Molina ha dicho que la pone muy mal tocar en festivales grandes donde siente que la gente que no fue a verla se está aburriendo, aunque también hay muchos que la descubren en esa clase de encuentros multitudinarios. La cantante, música y compositora argentina tiene larga experiencia al respecto, porque pasó por Glastonbury, Coachella y Roskilde, y está a punto de tachar otro casillero importante: Lollapalooza Argentina. "En un festival tan grande, creo que es importante exponerse a un montón de personas que de otro modo no me vería", le explica a Silencio.

Y enseguida continúa con una honestidad que se agradece: "Además, lamentablemente la industria se maneja de un modo en el que, cuando te buscan afuera se fijan en qué festivales tocaste. Si no tocaste en un festival, valés una guita; si tocaste en tales, valés tanto. Es así, es como una cosa que hay que manejar. (Se ríe) Es horrible lo que estoy diciendo, pero es real. Yo tengo como una chapa por haber tocado en Glastonbury, por ejemplo. Es chapa, más que nada, por haber tocado en festivales muy grandes. Algunos te dan más chapa que otros, como Roskilde, Glastonbury y Coachella, y supongo que Lollapalooza también. Eso después sirve para negociar, porque si a grandes empresas como Live Nation le interesa que vos toques, si hay otro que está muy inseguro de lo que quiere, dice 'Ah, ellos llamaron a Juana Molina, llamémosla nosotros también'. Es un poco así".

Me gusta descubrir cosas nuevas. Algo nuevo tiene que entusiasmarme para arrancar, aunque después llegue a lo mismo. Todos los caminos conducen a Roma, sí, pero necesito empezar siempre por un camino distinto.

La sensación debe ser mejor cuando ves que hay gente que descubre lo que hacés por tocar en un festival.
Me acuerdo de un festival más chico que estos monstruos en Long Beach, Nueva York, donde me daba cuenta de que nadie me conocía. Tocamos medio temprano y nos quedamos porque nos gustaba lo que había, y estuvimos toda la tarde recibiendo elogios de gente que no nos conocía. Fue muy lindo, particularmente en ese festival, porque además había sido un show lleno de inconvenientes, porque no estaba nuestro backline y teníamos muy pocas cosas, entonces hicimos un show medio improvisado, con mucha frescura. Nos pasó lo mismo en Roskilde el año pasado, aunque fue peor porque no nos había llegado nada en el avión. Salimos a hacer una especie de show semi punk... No sé qué les pasó a los que no nos conocían, pero los fans se volvieron locos. Fue un show completamente distinto, con versiones inesperadas de todos los temas, y aparte sabiendo que era todo cocinado en el momento, una minuta que sacamos con lo que había. Fue un show muy apreciado.

¿También por vos? Porque da la sensación de que te gusta tener todo bajo control.
Sí, pero después me gusta esa adrenalina que viene cuando hay algo que falla. Antes no sabía manejarlo... Tuve un muy mal comienzo con la música porque era muy estricta conmigo misma y la pasaba medio mal cuando las cosas no me salían. Por ende, el público la pasaba pésimo. Pero, bueno, eso se fue transformando, fue mejorando notablemente.

Ahora se te ve con gran soltura arriba del escenario, pero en los comienzos de tu carrera parecía que estabas sufriendo en los shows.
¡Es que estaba sufriendo! En Rara (1996) yo era sólo sufrimiento (risas). Tenía esa cosa de la pureza de la música, que quería que todo estuviera perfecto, y no tenía en cuenta lo que es tener que llevar a cabo un show. Más allá de lo musical, que es lo que más me importa, también está el hecho de que cuando la gente va a verte y paga una entrada, básicamente va a pasar un buen momento. Entonces, vos no podés estar ahí exponiendo... O sí, qué sé yo, he visto shows de Cat Power que no sabés lo que fueron... Me sentí muy hermanada con ella. En el festival Triptic, en Escocia, tocábamos las dos, y su show fue lamentable: paraba el tema por la mitad, se ponía a llorar... Cuando vos sos muy fan de alguien, te bancás esas cosas; es más, hasta quizá las agradecés. Pero cuando recién estás empezando, si a la gente le mandás eso, te tira con lechuga, tomates y todo lo que haya a mano. Además, yo tenía una especie de expectativa muy fuerte, que me jugaba muy en contra con la personalidad que tenía, porque venía de (el programa televisivo) Juana y sus hermanas, con un éxito rotundo, y era como invulnerable. Pero arriba del escenario era como una hoja al viento en otoño. No es la misma personalidad hacer personajes y burlarme del mundo que hacer algo tan íntimo como la música, en la que sos vos medio desnuda, muy expuesta. Lo fui manejando, pero me llevó muchos años.

Sobre todo con tu interés por la música en sí, separada de la letra.
Sí. Por qué, no sé, pero sí sé que crecí escuchando música en idiomas que no entendía y muchísima música instrumental, empezando por la clásica, y pasando por el jazz y el rock progresivo, donde no había mucha letra, era casi todo música. Me copo por ahí, me entusiasmo con el lenguaje musical exclusivamente… Bueno, no exclusivamente, pero con un gran porcentaje de exclusividad. Y como es tan importante la música, por eso cuido tanto las letras. No voy a cantar algo que entre, que rime y ya está. Por eso para mí es tan arduo el trabajo de la letra… Es muy difícil encontrar qué decir; cómo decirlo, después, me resulta más o menos fácil. Pero es tan abstracto el universo musical que, cuando de golpe llega una letra a meterse ahí… es como despertarse de un sueño, un poco. No sé, se me ocurren imágenes que no sé si tienen mucho que ver, pero…

¿Por ejemplo?
Es como estar franeleándote a lo loco con otro y de golpe alguien te pregunta algo (risas). O te dice “te quiero”... No quiero que me digas “te quiero” cuando estamos ahí, es otra cosa, es otra parte. Ni me hables… ¡No hables! No hables (risas). No sé si le pasa lo mismo a todo el mundo de tener ese viaje abstracto musical. A mí la letra me la baja un poco. Pero, a la vez, como canto, a veces me cuesta no decir nada, porque también apoyo la melodía en la letra. Hay partes que no tienen letra y quedan bien, pero me doy cuenta de que otras necesitan una letra. Pero no dejo de sentir que la letra es un hondazo que baja la música al plano terrenal de manera ineludible.

En los últimos tres discos usaste la voz pero sin letra, como anticipabas en la canción "Un día". ¿Considerás a la voz como un instrumento más?
Siempre fue un instrumento más. Cuando escribo las letras, no tienen que modificar eso que la melodía propuso originalmente. Por eso es tan difícil escribirlas, porque las hago a medida de la melodía original. A veces, tengo la suerte de que cuando canto me sale un par de palabras, entonces tengo de dónde agarrarme, la canción ya tiene un tema, algo que vislumbra un poquito la letra. Pero en otras ocasiones no dicen nada. Y entonces siento que es como un pájaro que vuela libremente, y al que de golpe le enchufan un anillo o algo para identificarlo.

Mejor la libertad.
Y sí, pero a la libertad tampoco la sé manejar del todo.

¿Cómo es eso?
Tiene que ver con eso que te decía… Muchos martes voy a improvisar con La Grande, el grupo de Santiago Vázquez, y ahí es divino porque hago lo que quiero. Hago lo mismo que cuando compongo, que es cantar la melodía que se me ocurre. Pero si tuviera que repetir todas las noches eso que no quiere decir nada… No sé, es medio inexplicable por qué algunas fonéticas tienen que transformarse en letras y otras pueden quedar.

En varias entrevistas dijiste que te falta soltarte para ser más libre, pero desde el principio de tu carrera da la sensación de que no hacés cosas que no tengas ganas.
Es así, pero igual sigo dudando. Hay muchas cosas de las que digo “esto no lo voy a publicar, es un delirio” y después se hace famoso alguien por publicar eso (risas). Y me quiero cortar las venas, porque me pasa por boluda. Por no creer, por dudar… y por no ser libre. Lo que pasa es que a veces dudo de si eso que hice me gusta o no. “¿Qué es esto tan raro que hice?” Y lo dejo como a un costado. Pero después aparece algo similar (risas). La historia de mi vida… Soy una idiota. Porque, ¿qué vas a decir? (Pone voz de personaje) “Ay, no, yo hice lo mismo antes, y si no me creen, acá está la fecha del archivo, que el archivo no se puede alterar”. ¿Para qué sirve todo eso?

¿Haber logrado reconocimiento te dio seguridad para animarte a más?
No puedo aseverar qué fue lo que me fue soltando. Creo que lo primero fue la experiencia, sobre todo en vivo. Cuando estoy en el estudio, no siento diferencias en el estado de ánimo y en la manera de hacer las cosas, pero sí cambió con los años mi manera de representarlas después. Con respecto al reconocimiento, creo que el hecho de cantar en castellano limitó cierto acceso en los países de habla inglesa. Aunque me va bien, a los tipos si es en otro idioma no les interesa. Hay un porcentaje bastante chico de gente que se banca música en otro idioma. Todo lo “importante” que se hizo es en inglés, entonces tienen un acceso directo no sólo a la música sino a la letra y a cómo la interpretan. Tienen todos los códigos descifradísimos, entonces dicen “sí” o “no” con la misma velocidad con la que yo lo digo acá, en la Argentina. Pero me pregunto cuántas de las cosas que me gustaron me habrían gustado si hubiese entendido las letras y la intención, si hubiese sabido quién era el que lo cantaba… Cuando más entendés el código, más prejuicioso te ponés. Cuando llegás a China, ves a un tipo en la calle y te parece genial, pero por ahí los chinos piensan que es una porquería. Como no tenés referencia en el código ni nada con qué compararlo porque es una sensación nueva. Al final, el gusto es algo muy intelectual, algo que tiene que ver con los códigos que uno conoce y en los que uno se reconoce: “esto no tiene que gustarme porque a todo mi grupo de pertenencia no le gusta”. Digo esto porque tuve cartas confesionales de gente que me escuchaba a escondidas…A escondidas de la familia, de los amigos…

¡Qué locura!
(Se ríe) ¡Te lo juro! La primera de esas cartas fue algo muy lindo. “Confesión”, se llamaba la carta. Era de un pibe que se burlaba de la hermana porque me escuchaba, le hacía bullying junto a sus amigos por eso, pero un día se encontró en un bondi tarareando algo que no sabía qué mierda era, hasta que se dio cuenta de que era una canción mía. Entonces, cuando la hermana no estaba, le sacó el disco y se fue a escucharlo a escondidas. Me decía: “Me transformé en tu fan número 1, pero no sé qué hacer porque no se lo puedo decir a nadie” (carcajadas). A mucha gente debe pasarle eso con otras cosas… “No, pará, no le gusta a nadie, no voy a ser el boludo al que le guste”.

Para quienes te conocieron en la televisión, cuando empezaste tu carrera como música la sensación fue de desconcierto. Pero quizás algo de eso todavía persiste, porque tus canciones ubican al oyente como en una perspectiva distinta, como sucede con artistas como Radiohead o Björk, por nombrar a los más populares.
Muchas veces me dicen “Ay, es la Björk argentina”. Yo me considero cero parecida a Björk. Cero. Y en una crítica, Jon Pareles, en el New York Times, dijo “en cuanto a la comparación con Björk, sí, se parecen mucho; se parecen en que las dos hacen lo que se les canta el culo”.

Claro, ese es el punto.
Para mí fue muy lindo que alguien me dijera eso y no que soy como ella, porque te hacen quedar como una segundona.

Y encima sudaca.
¡Claro! Me hacen tenerle bronca a Björk (risas). ¿Qué tiene que ver ella? Pobre…

Antes mencionaste que en el estudio seguís manejándote como al principio. En tu caso, ¿la producción no es parte de la composición?
Sí, por supuesto. Absolutamente.

Es un concepto parecido al de la música electrónica.
Quizás es por eso que me meten un poco dentro de la música electrónica. Para mí, la composición y la producción son algo simultáneo, no es que compongo algo y después veo… Todo lo que va pasando a medida de que avanza la canción ya es la canción en sí. Después, bueno, podés mezclarlo un poco mejor, afinarle acá, sacarle graves, darle brillo, ver de qué manera hacer que todo se entienda más. A la vez, también me pasó que una vez vino un productor alemán, divino, me encanta lo que hace y todo, pero cuando me mezcló el tema fue como si “afeitara” todos los sonidos y quedaron los ingredientes por separado. En lugar de quedar una torta, quedaron los huevos, la harina, el azúcar, el dulce de leche y la crema. Había perdido todos los pelitos que hacían que cada cosa se conectara con la otra. No es que estuviera mal, pero no era más yo. El tipo había desestructurado tanto con esa cantidad de limpieza tímbrica que era como una especie de cubismo de lo que yo hacía. Fue rarísima la experiencia: entendí que los discos que él hacía me gustaban tanto porque los sonidos ya venían concebidos de esa manera. Si vos me das esos sonidos todos limpios y me decís que trabaje con eso, yo hago otra cosa, pero no eso que ya estaba hecho. Para mí es como un tejido, como una pintura. Una pincelada podés taparla con otra, pero es en ese lugar, no es que podés correr esa pincelada al lado izquierdo del cuadro.

Cuando salió Halo (2017) hablaste de una continuidad con Wed 21 (2013), el disco anterior. ¿Pensás profundizar en ese camino?
Cada vez que hago un disco creo que no voy a poder volver a hacer otro porque no se me va a ocurrir nada más. Después, hay veces que siento que hago cosas que ya hice y ahí me vienen las confusiones, porque pienso en John Lennon… Si agarrás un tema de Lennon y no sos muy experto, no podrías decir a qué época pertenece. El tipo hacía una canción y era igual al resto de sus canciones; pero era John Lennon, y tenía esas letras y ese timbre que reconocés de acá a la China. Pero, justamente, creo que es tan reconocible porque hacía eso. Y nadie le decía “Che, pero este tema se parece a tal otro”. Pero las secuencias de acordes, las cadencias y cómo se va moviendo la melodía es muy similar en todos los temas que hizo. Y yo me preocupo porque quizás estoy usando el mismo acorde de una manera similar a la que lo usé en otra canción… Tengo que bajar un poco la autoexigencia, hacer lo que me salga y chau. Lo que pasa es que a mí me gusta descubrir cosas nuevas. Algo nuevo tiene que entusiasmarme para arrancar, aunque después llegue a lo mismo. Todos los caminos conducen a Roma, sí, pero necesito empezar siempre por un camino distinto.

¿Y ya estás trabajando desde un camino nuevo?
No, todavía no. Tengo que arreglar unos problemas extramusicales para estar en paz y poder volver a arrancar, para no tener interferencias.