06/06/2020

Abel Pintos: "El primer disco que me gustó fue el 'álbum negro' de Metallica"

Para moshear he nacido.

Gentileza
Abel Pintos

Lo primero que llama la atención de Abel Pintos no es la habitación azul eléctrico donde está sentado, ni el piano o los estuches de guitarra que aparecen de fondo. Tampoco el tatuaje sobre el brazo derecho que le toma desde el hombro hasta el codo, sino la imagen de Eddie, el personaje icónico de la banda inglesa Iron Maiden, estampado en la remera que forma parte del vestuario oficial de un seguidor del heavy metal en cualquier parte del mundo.

Detrás del artista de 36 años que acaba de sacar un nuevo single de corte urbano llamado “El hechizo”, detrás del fenómeno popular que se alimentó de baladas épicas y canciones pop que le permitieron llenar dos veces el estadio River Plate en 2017, detrás incluso del recuerdo de aquel adolescente prodigio del folklore que se consagró en Cosquín en 1998, aparece el anónimo y entusiasta aficionado a bandas de metal como A.N.I.M.A.L., Pantera, Anthrax, AC/DC, Metallica y Almafuerte. “El primer disco que me gustó y que elegí fue el Álbum negro de Metallica”, dice convencido Abel Pintos. Eso fue en el 92 y tenía ocho años.

En su casa de la infancia en Ingeniero White convivían dos mundos. Su padre Raúl era aficionado al folklore, tocaba el bombo en la banda de Abel y era un seguidor de los discos de Mercedes Sosa. Sus hermanos mayores, Ariel y Andrés, que le llevaban ocho y 11 años de diferencia, le hacían escuchar Madonna, Depeche Mode, Maiden y Queen. “Entré al rock por ellos, que eran adolescentes a finales de los 80. Había vuelto la democracia y el escenario sombrío había cambiado. La gente empezaba a consumir con devoción aquella música que no se permitía consumir. Mis hermanos estaban en eso, enloquecidos y pegados a los rockeros argentinos y a toda la música de afuera”.

[Durante la cuarentena] releí la biografía de Mercedes Sosa, la vida de David Bowie, dos libros sobre Elvis Presley y la biografía de Keith Richards.

Cuando tenía 13 años le llegó a las manos un álbum de figuritas de rock. Todavía recuerda la sensación. Se ve abriendo los ojos grandes, cautivado por la imagen de esos rockeros a dos páginas. “Venia escuchando esa música pero ahí recién les puse cara a esas bandas”. Poco tiempo después llegó El nuevo camino del hombre (1996), de A.N.I.M.A.L. “Cuando los escuché dije: 'Esto es como Pantera o Sepultura en español'. Ahí empecé a conectar con el metal porque entendía las letras”.

Durante la gira del álbum Para cantar he nacido (1997), producido artísticamente por León Gieco y que lo convirtió en una promesa del folklore, Abel Pintos usaba una remera del grupo de nü metal argentino por los festivales del interior. “La tengo firmada por Martín Carrizo y Andrés Giménez, es como un trofeito. Años después entablamos relación con Corvata", a la postre fundador de Carajo, pero no le hice firmar la remera porque me dio vergüenza”.

Llevabas como una vida paralela: cantabas un repertorio bien folklórico en los escenarios y después en tu casa escuchabas Metallica.
Claro, pero hay una cuestión generacional. En ese tiempo no había tanta distancia para mí entre Mercedes [Sosa] y A.N.I.M.A.L., porque escuchaba algunas cosas de Almafuerte por mis compañeros de colegio. Ellos estaban más metidos en la corriente del heavy metal argentino con V8, Hermética, Malón. Cuando escuché a Ricardo Iorio con Almafuerte conecté con su música porque había canciones de sus discos que eran tangos, chacareras, zambas, que escribía él mismo dándole su impronta. Así que para mí en ese momento, entre los 13 y 15, el metal y el folklore no estaban tan lejos.

Abel Pintos

En 2001, Abel conoció al baterista Martín Carrizo, uno de sus ídolos musicales de la adolescencia junto a Mercedes Sosa, quien le produjo el álbum Cosas del corazón. “Para mí fue una sorpresa que haya aceptado ser el productor de mi disco. Me encontré detrás de esa estrella a la que admiraba... Bueno, no creo que exista persona que no hable cariñosamente de Martín: carismático, cariñoso, educado y talentoso por demás”.

¿Estás al tanto de la situación y su enfermedad?
Por respeto no quise meterme mucho teniendo cercanía con su familia, pero sí me enteré por sus colegas y amigos, y colaboré para una movida que se hizo entre varios músicos para el viaje que tenía que hacer a Estados Unidos.

Con Andrés Giménez, el otro integrante de A.N.I.M.A.L. con el que hiciste buenas migas, llegaron a tocar juntos. ¿Cómo fue recibido ese cruce?
Aquel encuentro que tuvimos nació de un gesto de amistad. Fue un momento en el que yo estaba preparando un disco y él estaba preparando su proyecto nuevo, D-Mente. Vivíamos enfrente uno del otro, con una calle de por medio. Estábamos todo el día juntos y nos hicimos muy amigos. Jugábamos videojuegos, tomábamos mate, íbamos a conciertos, hacíamos música y escuchábamos discos. Pasábamos mucho tiempo de camaradas y fue una idea que nació en su casa. Un día dijimos "¿por qué no hacemos un show?". Quedó en la idea. A los pocos días llamó un productor amigo del programa de televisión Sin estribos y le dije, "¿te animás que cante con Andrés folklore?". Hicimos ese programa y fue una locura lo que pasó. Alguien se arengó y quería hacer una gira, pero la idea era hacer lo que pasaba en la cocina de Andrés, tocar juntos. Hicimos una única función en el ND/Ateneo, donde tocó D-Mente y después yo con mi banda, y se llamaba Unidos. Después, con el paso de los años, empezamos a entender cómo ese show fue como la unión de dos mundos y géneros, pero para nosotros fue una cosa de volados, de lo mucho que nos queríamos y nos queremos.

Hoy entre los músicos no se ve esta cosa de "guetos musicales", como en otra época.
Coincido. Como dice mi hermano Ariel, todos nos convertimos en una playlist y le damos espacio a un montón de cosas. En la adolescencia me acuerdo que tenía un amigo que le encantaba una canción de los Backstreet Boys, pero como venía de una familia ricotera no lo podía decir. En la era del playlist todos relajamos un poco con eso y podés decir que escuchás a Roberto Carlos, un baladista que antes muchos escuchaban a escondidas. Eso hoy no pasa, resultaría absurdo, pero en otras épocas era un condicionamiento como tantos otros. A medida que la sociedad fue derrumbando tabúes más significativos, todo esos prejuicios también se fueron derrumbando.

En estos últimos meses subiste a las plataformas digitales una versión de “Cuando ya me empiece a quedar solo”, de Charly García. ¿Por qué elegiste esa versión y porque lo elegiste como corte del proyecto sinfónico Universo paralelo?
Esa es la primera canción que escuché en la voz de Mercedes Sosa. Siempre estuve buscando el momento de interpretar esa canción para homenajear con amor ese encuentro con el tema que significó tantas cosas para mí, más allá de conocer a Mercedes, quién sigue siendo mi referencia fundamental en la música. Siempre supe que tenía que ser en un momento especial y el hecho de hacer un concierto sinfónico era el argumento emocional perfecto para cantar esa canción en ese contexto.

El proyecto sinfónico Universo paralelo, con arreglos de orquesta del maestro Guillo Espel, se presentó en noviembre de 2019 con tres funciones con entradas agotadas en el Movistar Arena. Esos conciertos fueron el resumen de una retrospectiva de unos 25 años en el ruedo artístico, resumidos en unos diez discos de estudio, desde aquel providencial encuentro con el cantante de tangos Raúl Lavié en un festival donde le entregó un demo. El cassette viajó unos 600 kilómetros desde Bahia Blanca hasta que volvió a sonar en la oficina de Pity Iñurrigarro, de Abraxas Producciones. A la semana, León Gieco lo invitaba a subir a un escenario en San Justo y a grabar un disco en Buenos Aires.

Con 13 años, Abel Pintos tenía una voz grave como un trueno y una convicción interpretativa que había sido influída por los discos de Mercedes Sosa. “Aprendí a escuchar música con Mercedes. Ella funcionaba como una especie de plataforma digital para mí porque iba escuchando todos los artistas con los que me linkeaba. Ella grababa con Nilda Fernandez o con Peteco [Carabajal], y yo iba a buscar esas grabaciones. Como todos orbitaban alrededor de Mercedes, para mí hacia lo que me había dicho mi viejo que hacia Mercedes que era folklore. No importaba si cantaba con Sting o Pavarotti. Mercedes era folklorista y así la interpreté”.

Abel Pintos

En estos días sin gira, aislado en su casa con su mujer, otra vez las historias de Metallica y Mercedes Sosa se cruzaron en su vida. Durante el tiempo de pandemia, mientras piensa cómo será su futuro como padre y como artista, no solo se dedicó a componer nuevas canciones sino a encontrar un nuevo hábito de lectura de biografías musicales. “No sé por qué se me dio; leo mucho y desordenado, pero empecé con una biografía de Metallica que me hizo comprender muchas cosas de la banda que desconocía por completo. Para mí era un misterio cómo era la relación entre ellos y jamás se me había despertado esa curiosidad, pero este libro me acercó a todo un mundo. Entonces me engolosiné y empecé a recorrer toda su discografía de nuevo para reinterpretar su música. Cuando terminé hice lo mismo con un montón de artistas. Releí la biografía de Mercedes Sosa, la vida de David Bowie, dos libros sobre Elvis Presley y la biografía de Keith Richards”.

Eso le calma la ansiedad: el álbum que tenía pensando editar en mayo se postergó para 2021. “Lo vamos a dejar para más adelante porque cuando edito un disco, quiero salir a tocarlo”, dice, dejando una puerta abierta para que entren otras canciones que surgieron en cuarentena y que no estaban previstas en el nuevo material: “Este tiempo es muy movilizante por lo que está pasando y lo que a mí me está pasando”.

Mientras tanto, Abel Pintos sube los temas que ya estaban grabados a las plataformas digitales. Hasta ahora se conocieron dos singles a modo de adelanto: la balada “Quiero cantar”, que salió en abril, y la reciente “El hechizo”, producida por el cubano Yotuel Romero de Orishas, banda pionera del hip hop en español.

“Cuando decidí trabajar con él confié en su punto de vista, y él lo llevó a ese universo de música urbana mixeada con la raíz de la música latinoamericana”. El video de la canción, donde participa la cantante y actriz española Beatriz Luengo, tuvo su golpe de efecto y se encamina a las tres millones de reproducciones.

En el primer single que sacaste, “Quiero cantar”, parece que hablabas de todo el run run que se genera alrededor de un artista y la presión de la industria. ¿Es así?
La canción la hicimos con Gian Marco, que es un autor y compositor peruano, y con él estábamos conversando de nuestros estadíos emocionales cuando no estábamos haciendo conciertos. De ahí nació la idea, pero la lectura que hacés es acertada, coincido, porque en realidad cuando uno dice "siento que la industria me presiona", en realidad es uno el que deja que esa presión se ejerza. No suelo poner la responsabilidad en otras partes, suelo asumir las responsabilidades de las cosas que me tocan y me afectan. A mí me encanta estar al tanto de todo, la industria, el mercado; ojalá te guste la canción que estoy haciendo, pero antes que todo eso, después de 25 años, me gusta seguir sintiendo que lo que más me gusta es cantar. Si a vos te gusta, golazo y si no habrá otras canciones para encontrarnos. Hay que relajar un poco, porque llega un punto donde uno se autoexige tanto que si no encontrás vos la salida para descomprimir, no te la va a dar nadie. Esa canción la hice para mí y para descomprimir. Está todo bien en trabajar en pos de una estrategia, de llegar a tal público, de mantener el vínculo que creamos. Me encanta eso, pero realmente lo que me pasa cuando me despierto es que quiero cantar. Es lo único que realmente me importa.