
Aunque Guillermo Piccolini tiene casi cuatro décadas de carrera a cuestas, tardó el mismo tiempo en darle forma a su debut como músico solista. El músico que fundó en España Los Toreros Muertos, fundó Pachuco Cadáver con Roberto Pettinato, fue parte de Lions in Love y estuvo al frente de Venus no se había planteado en ningún momento hacer algo por su cuenta, hasta que finalmente llegó el quiebre. "Me dediqué muchos años a la producción y tenía a Venus, que era un proyecto con cierta ambición en cuanto al número de integrantes y con las complicaciones que eso implica para un grupo underground", explica para poner en contexto. "En un momento dado decidí que no iba a hacer más el trabajo de producción, y tampoco quería tener un grupo en esos términos. La manera de simplificar y no ser tan ambicioso era canciones que se pudieran tocar con una guitarra y un piano, no tener ambición sónica ni de sonar rockero nada, sino simplemente construir canciones desde la base", completa para explicar la génesis de Futuro imperfecto, su primer disco en solitario, que presentará este jueves en Café Berlín (Av. San Martín 6656).
La idea inicial era simplemente contar con un repertorio de instrumentación austera que le permitiera presentarlo en vivo sin la presión de tener un registro sonoro, hasta que la llegada de la pandemia tuvo otros planes. "Empezamos a tocar en algunos shows, pero no lo quería grabar, no quería entrar en la situación que había sido mi trabajo tantos años, producir y arreglar para otra gente", dice Piccolini, que estuvo tras la consola en discos de Todos Tus Muertos, El Otro Yo, Susana Rinaldi y Daniel Melingo. Una vez que el aislamiento lo alejó de los escenarios, Picco comenzó a hacer grabaciones caseras de su repertorio, que subía periódicamente a internet. "Ahí me di cuenta de que había un problema. Yo estaba haciendo un proyecto que tenía que ver con lo efímero y que cada vez que tocás una canción la tocás distinta, no quedaban plasmadas en un registro sonoro, pero a mi pesar estaba pasando. Entonces me propuse grabarlas bien, un poco en plan el primer disco de Bob Dylan o del Cuchi Leguizamón, con guitarra y piano, apuntándole a una cosa muy cruda y simple".
De a poco, la austeridad comenzó a perder peso una vez que se incorporó Sebastián Schachtel como productor y "confesor", según las palabras de Piccolini. "Me empezó a llevar de a poquito. De repente puso un sintetizador, después apareció Alejandro Terán un arreglo hermoso de violas para 'Abejitas', y el disco empezó a crecer, pero conservando el espíritu chúcaro", dice. La clave estuvo en ampliar la paleta sonora, y también a convertir a los instrumentos de madera en los únicos protagonistas. "De hecho no hay platillos, por ejemplo. Esa serie de pensamientos un poco estúpidos terminan delineando un concepto nuevo, entonces había que delimitarlo por algún lado, porque sino a mí enseguida me pinta el síndrome Sgt Pepper. Había que poner un límite y estuvo bien, porque eso es lo que le da una unidad sonora, y también una unidad de concepto, que la tiene por las letras, la poética", dice.
De algún modo, la instrumentación elegida le da al Futuro imperfecto un aire folclórico, una suerte de distanciamiento del rock por parte de alguien que fue parte de la escena por casi cuatro décadas y lo vio pasar de contracultura a entretenimiento. ”Es una música contracultural que hoy está en la vidriera de los bancos para que saques una entrada en 6 o 12 cuotas. En esos términos de intercambio cultural, los latinoamericanos en general y los argentinos en particular siempre salimos perdiendo. Ocasionalmente nos dejan meter un gol, pero normalmente lo que ocurre es que consumimos lo que nos traen”, dice Picco mientras resalta el poco lugar que se le da a la música de raíz en los medios de difusión. “Vos apagás Nacional folclórica y no suena una zamba en la radio argentina ni de casualidad. Es más fácil escuchar música clásica, hay otras emisoras la pasan ocasionalmente. El folklore está en radios pequeñas, la música de acá está huérfana, y entonces ese espíritu de la tradición me lleva a pararme en ese lugar de ‘Vamos a hacer un disco que sea difícil de poner en la radio’. ¿En qué radio lo ponés? ¿En Nacional Rock o en Folklore? En los dos entra en falsa escuadra, pero adoro que sea así”, admite. Además, la semana pasada Picco estrenó "La fe", un adelanto de un nuevo disco por venir que traza un puente entre ambos mundos al sumar sintes y guitarra eléctrica a la mezcla.
Con una carrera lo suficientemente abarcativa y amplia, Piccolini asegura encontrar algunos rastros distintivos en la diversidad de proyectos de los que fue parte, aunque también busca que el parecido no sea tan inmediato. “Yo amo a Los Toreros Muertos, pero no sigo en el grupo por una razón. Me resulta genial tocar esas canciones, pero de vez en cuando. Seguir tocando las canciones todos los fines de semana está buenísimo, pero son las canciones de los 20, y yo no tengo más esa edad. A mí esa cosa del grito de ‘no cambies nunca’ me da mucho miedo”, dice antes de largar una carcajada. Y agrega una anécdota, para ejemplificar su política: “Cuando se empezaron a poner de moda los tatuajes, me resultaban bastante chocantes. Tenía amigos que se los hacían y me decían ‘Tío, esto es para toda la vida’, y yo los miraba horrorizado porque ese era justamente el problema que le estaba viendo”.
“Creo que el cambio está bien y que seguir haciendo lo mismo es un poco aburrido para el artista”, retoma. “Creo que de Pachuco, Toreros,Lions, Venus... hay una línea de conducta más o menos ahí en todo eso”, dice y grafica como cada proyecto es una ramificación de un tronco creativo general que le permite sumar canciones de cada etapa a su presente, por más que las formas sean otras. “Hay temas de Venus que nacieron power pop y ahora las venimos tocando como si fueran una milonga. La canción es la misma, y no sé si no es más linda como queda ahora. No me cuesta mucho encajar ciertas canciones de mi pasado en el repertorio ocasionalmente. No desentonan demasiado, hay una línea de pancitos que quedó en ese bosque”.