06/09/2023

Barco y las canciones en movimiento

Disco, llévame lejos.

Gentileza
Barco

En 2018, Barco tenía en su mira darle forma a su tercer disco de estudio. El sucesor de Era es será (2016) tenía repertorio e incluso un nombre posible, Costa brava, pero su materialización quedó inconclusa. “Llegamos a grabar ocho canciones, pero ese álbum se deshizo y rescatamos un par de singles, y otras no vieron la luz nunca” explica el vocalista y guitarrista Alejandro Álvarez, sobre un camino que tardó en decantar cinco años con una pandemia en el medio. El resultado final de esa experiencia es El viaje de la canción, un álbum luminoso y efervescente que presentarán este viernes 8 en Niceto Club (Niceto Vega 5510, Palermo)

Ese viaje al que alude el título implicó para Barco empezar de cero con el proceso creativo. “Cuando llegó la pandemia, arrancamos con la idea de hacer un disco con un concepto, y terminamos llamándolo así porque fue un poco eso, fue el viaje que se tomó el disco hasta llegar a nosotros, o nosotros para llegar a él”, dice Álvarez sobre algo que no duda en calificar como “una alineada de planetas”. Y por primera vez en su historia, Barco encaró la creación de un disco con la intención de poder trasladarlo al vivo de la manera más fiel posible, lo que implicó un viaje más literal, ya que Álvarez vive en Uruguay desde 2018. “A veces, el período de ensayos es acotado, pero intenso y eso sienta siempre una base”, explica el vocalista sobre una rutina sostenida con intercambios constantes a travé de WhatsApp. 

La distancia también se manifestó de otra manera en El viaje de la canción. La producción del disco estuvo a cargo del venezolano Héctor Castillo, conocido por sus trabajos junto a Gustavo Cerati, Los Fabulosos Cadillacs y David Bowie. Con la banda instalada en Buenos Aires, Castillo trabajó junto a su socio, Andy Daze, desde Nueva York, en un ida y vuelta en diferido. “Trabajamos en el estudio Aves, de Nono Di Peco y de Gonza Pallas Spinetta, y ahí hicimos una grabación y una especie de preproducción entre todos, que se la mandamos al equipo neoyorquino”, explica Álvarez sobre una política de trabajo que para él fue “como mandar a pintar un auto y que vuelva todo brilloso y espectacular”. 

El intercambio se extendió durante dos años, lo que de alguna manera trajo también una enseñanza para la banda: “lo que nos propusimos, luego de haber tardado siete años en grabar un tercer disco, es no tardar más de un año en grabar el cuarto”. Sin embargo, la distancia también obró a favor, ya que según Álvarez le permitió al grupo no zambullirse a una creación interminable. “Me imagino que compartiendo sala hubiese sido algo mucho más quirúrgico incluso, algo más puntillista y detallista. Pero en mi caso particular me hizo entrar en una situación en la que trancé al instante que fue como ‘acá yo no meto más mano’”, reconoce. 

Con diez canciones concentradas en poco más de treinta minutos, El viaje de la canción continúa una constante en la discografía de Barco: apelar a la síntesis temporal. “Queremos que quienes se sienten a escucharlo, lo puedan escuchar completo sin aburrirse o sin tener que salir rajando a los cinco o seis minutos a hacer zapping de música en Spotify”, explica Álvarez. “Es proponer el mood y ver quién se copa en sostenerlo media horita. Después, si gusta o no es problema de cada uno. Se propone un gran audio y un momento para volver a escuchar un disco, algo que sigue siendo un valor como proyecto. Tener un disco es lindo, es una creación, y tener un single también es lindo, pero viven en mundos distintos. Los singles viven en Marte y los discos viven en la Tierra”, ensaya.

La carrera de Barco se enmarca en el recambio pop que se vivió en el país en la última década, un fenómeno atizado por la aparición de Miranda! y Adicta sobre el cambio del milenio, y que con el paso del tiempo encontró en Mendoza y Córdoba otras dos grandes usinas creativas para un género que fue durante mucho tiempo resistido por la cultura rockera. Para ello, Álvarez ensaya una explicación: “Creo que ante todo la globalización y la hipercomunicación constante permiten que las barreras sean cada vez menores a la hora de mezclar músicas. Antes se notaba más; ahora esa barrera que antes era un muro de dos metros ahora es un escaloncito. El mundo está súper abierto a pesar de los prejuicios y boludeces intrapersonales de cada uno. Me parece que que la onda es expansiva a nivel mezclarse cada vez más a nivel musical y hasta todo nivel”.