19/12/2019

Wos en el Luna Park: la revalidación del título

De las competencias en las plazas a ídolo de masas con conciencia de clase.

Wos

En diciembre de 2018, Wos alzaba el cinturón de campeón de la final internacional de la Batalla de los Gallos, después de un duelo afilado con el mexicano ACZINO. Un año después, el fin de 2019 lo encontró celebrando otro título, pero esta vez personal: ante un Luna Park desbordado, Valentín Oliva revalidó el crecimiento a paso de gigante de una carrera que acumuló demasiado en sólo doce meses, una parábola que va de héroe de las competencias en las plazas a ídolo de masas con conciencia de clase.

Hay varios factores en juego a tener en cuenta para abarcar el fenómeno Wos, o al menos intentar descifrarlo. En un contexto en el que el establecimiento de la música urbana como banda de sonido del fin de década es ya un hecho, el freestyler más rápido de Parque Los Andes ganó terreno con un fraseo capaz de disparar palabras a la velocidad de la luz sin trastabillar. Pero mientras la mayoría de los exponentes llegaron al género para no salir jamás de ahí, Wos lee el rap desde la cultura rock, y viceversa también. Sobre ese andamiaje, una militancia discursiva en sintonía con, para y por el público joven. Lo que la presencia de Ofelia Fernández representa en la Legislatura porteña se traduce a la de Oliva sobre un escenario.

En el primero de los dos shows en el Luna Park que agotó en materia de horas, Wos demostró también la elasticidad de su universo simbólico y estilístico. “Luz delito” buscó sentar las bases de la fórmula ganadora, entre el riff de “Luzbelito y las sirenas” del comienzo y un beatbox rabioso en el final. “Okupa”, un R&B díscolo, tuvo más intenciones que logros, en parte por un audio brumoso en el que también se mezclaba la efusividad de un público capaz de celebrar en demasía cualquier gesto, sea un hit por derecho propio (“Terraza”) o un comentario entre temas. Ese aura de celebración cobró relevancia en “Abacanado”, su primer tema, un funk acuoso con mojada de oreja para sus haters (“Verás, que no te hace rapero usar visera / Serás como ese mono que viste de seda / ¿Dónde están los que agitan cualquiera? / Esos raperos hacen humo y yo lo fumo a ver si pega”).

Con un formato de show de rock potenciado por una banda con más énfasis en su pívot rítmico que en las guitarras, “Pantano”, un soul gorillezco abrió las puertas al primer freestyle de la noche. La presencia de Banzai FC sumó voltaje político a “Protocolo” primero (“Este tema toca lo que estamos viviendo en América latina. Están pasando cosas de gobiernos de derecha que pensamos no se iban a repetir”, dijo) y nervio rap rock en “Mosaico” después. Poco después, Acru fue el cómplice necesario en “Animal” y otro free en el que se midieron mutuamente las cilindradas, de vuelta plantando bandera (“Que el pueblo se quede acá y se vayan los oligarcas”). Entre uno y otro momento, “Fresco”, un funk deforme como interpretado por la banda de la cantina de Mos Eisley de Star Wars

Después de un interludio a dos baterías y vuelo allá Thundercat, “Canguro” tuvo una carga simbólica duplicada tanto en tiempo (a una semana del cambio presidencial) como espacio (a escasas cuadras de la Casa Rosada). Aunque ya no forma parte de sus filas como guitarrista, Ca7riel se sumó en calidad de invitado para “Klapaucius”, un rap lisérgico que todavía no tiene versión de estudio, pero debería. En “Andrómeda”, el clima buscó construirse a partir de la tensión de fuerzas entre estrofas y estribillo, y entre tanto guiño a la cultura rockera, “Melón vino” ofreció una caricia significativa al público trapero, ya que se trata de una balada con todos los requisitos de género, incluido el pedido de apagar los seguidores del estadio para delegar la iluminación en las pantallas de los teléfonos celulares de su público. 

La presencia de La Bomba de Tiempo, dirigida por Alejandro Oliva, su padre, tuvo más de relleno que de complemento para un show que hasta ese momento fluía por cuenta propia, y la escena terminó con el propio Wos a cargo de un set de timbales. Para compensar, “No va a bajar” fue puro soul alimentado a base de MDMA, la previa antes del cierre obligatorio con “Púrpura”. En casi dos horas, Oliva comprimió (y tuvo que recurrir a) toda su discografía para poder dar forma a un show de estadios. Queda en él expandir o multiplicar ese universo para lo que sea que le espere en diciembre de 2020.