
“Es increíble cómo la vida da revancha”, reflexiona Joaquín Levinton en “Ese ser”, una de las canciones de Turf en su último disco, Renacimiento. Y la relación entre esa frase y el título del disco parece de algún modo englobar la explicación de su desembarco en la calle Corrientes este fin de semana. En su primera encarnación, la banda entró en stand by antes de poder conquistar algún escenario histórico porteño, y si bien su obra se mantuvo ya como parte del inconsciente colectivo, su regreso a la actividad sirvió para finalmente poder saldar una deuda pendiente hacía ya bastante tiempo.
Esa sensación de triunfo postergado se vivió desde el comienzo en el Gran Rex, cuando el tema que abrió su show no fue del último, sino del primero: “Panorama”, de Una pila de vida (1997), sonó en una versión expandida con el aporte de cuatro coreutas y la flauta traversa de Tamara Leschner, como un multiverso capaz de contener a la arrogancia stone y la sofisticación disco. El formato de banda funcionó mejor a la hora de “Gatitas y ratones” y el soul almibarado de “Malas decisiones”; en el medio entre ambas, Diego Demarco como invitado para revalidar la unión de fuerzas con la troupe Decadentes de “Sentimientos encontrados”.
El link entre pasado y futuro también estuvo planteado en la puesta en escena, con cuatro columnas barrocas que con el pasar de los temas se volvieron la superficie de proyección de imágenes a través de mapping. Lejos de la parsimonia, Levinton no tardó en pasearse por las pasarelas laterales de la sala para “No se llama amor” (luego lo haría más de una vez entre las butacas), mientras poco después Leandro Lopatín y Santiago Tato se hacían cargo del tándem guitarrero de “Chicas malas”, la puerta de entrada a un segmento rockero que continuó con “Vago” y “Panorama”. El recorte temporal se completó con “Cuatro personalidades”, o la idea de un hit moldeado desde una pulsión circense sostenida por el bajo de Tody Tapia y la batería de Fernando Caloia.
El renacimiento al que Turf alude desde el título de su último disco tiene como motor una inequívoca latencia bailable, con una bola de espejos ocupando el centro de su imaginario donde antes había un amplificador valvular. Bajo esas coordenadas, Juliana Gattas aportó voz y teatralidad “Kurt Cobain”, el kilómetro cero de una seguidilla en la que “Decímelo de una”, “Disconocidos” y “Hablo solo” se movieron como atravesadas por un mismo eje donde el ritmo es el estandarte. Al rato, “Casanova” se movió en la dirección opuesta, con las cuatro voces del coro (Joaquín Vitola, Sasha Abril Conte Fertonani, María Armellin y Nicolás José Szwarc) llevando al primer hit de la banda a un terreno que por momentos coqueteó con el easy listening.
Después de “Magia blanca” -con la sala solamente iluminada por los celulares del público-, Cocó Orozco de Usted Señalemelo aportó chispa guitarrera a “Ese ser” mientras desde los teclados Nicolás Ottavianelli disparaba sonidos de arcade. De lo lúdico a lo introspectivo, Turf cambió de clima con “Esa luz”, la única escala en Siempre libre, de 1999, a la que le siguió “Voy dejando atrás”, ambas hermanadas entre sí con un aire de psicodelia ligera y reflexiva. Sobre la hora, Lopatín invitó al escenario a Santiago Motorizado para que compartiese el protagónico con Levinton en “Loco un poco”, un dueto que nació en la última edición de Cosquín Rock y que tuvo finalmente su versión porteña.
En los bises, después de la revalidación del presente de “Todo x nada”, Turf apeló a lo que mejor parece haber aprendido con el paso del tiempo: el hit como respuesta a todo. Primero llegó de la mano del repertorio ajeno, con su versión de “Lamento boliviano”; y luego con el tándem de “Pasos al costado” y “Yo no me quiero casar,¿y usted?”. Mientras la banda tocaba su canción de despedida, un grupo de personas vestidas de negro y pasamontañas entraron a vandalizar el escenario a fuerza de aerosoles y destruyendo todo a su paso en una coreografía calculada. A su manera, para Turf no hay renacimiento sin romper todo para empezar de nuevo.