
Conocida por su abundante sobreoferta de casinos y hoteles de lujo, Las Vegas es no sólo la Ciudad del Pecado, sino también la de la desmesura. Por sus calles puede comprobarse que allí no existe la noción de “sobrecargado”, y en una misma vereda es posible ver cómo conviven una réplica a escala de la Pirámide de Keops con aguas danzantes e imitaciones de los canales de Venecia. Como buenos hijos pródigos del desierto de Nevada, The Killers no reniegan de la idiosincrasia de su lugar de origen: al contrario, potencian su show con una sobrecarga sonora y visual con orgullo de pertenencia.
Ataviado como un galardón viviente gracias a su traje, camisa y zapatos dorados y brillosos, Brandon Flowers entró en escena poco después de que una lluvia de papelitos de colores marcaran el comienzo del blue eyed soul sintético de “The Man”, mientras un cowboy de neón dominaba la pantalla de fondo. En un español trabado, el cantante anunció: “Bienvenidos a nuestro maravilloso maravilloso show” justo antes de “Somebody Told Me”. La afirmación fue al menos llamativa, no tanto por la vara subjetiva con la que Flowers califica a su banda, sino porque, si bien la excusa de este show es la presentación de Wonderful Wonderful, su quinto álbum de estudio, sólo tres de sus canciones fueron parte del set.
“Spaceman” y “The Way It Was” (o cómo sonaría Bruce Springsteen con Duran Duran como backing band) transcurrieron sin artificios, una excusa más que suficiente para justificar el despliegue de láseres que bañaron el escenario durante el final de “Shot at the Night”, una balada que rotaría a diario en FM Aspen si hubiera sido grabada tres décadas antes. “¿Les gusta el rock and roll?”, preguntó Flowers antes de entrarle a “Run for Cover”, un post punk endulzado con Stevia. Después, “Jenny Was a Friend of Mine” aportó más láseres para compensar la ausencia de Dave Keuning y Mark Stoermer, guitarrista y bajista respectivamente que ahora limitan su aporte al trabajo en estudio.

Convertido más que nunca en el centro de atención en esta versión 2.0 de The Killers, Flowers se colgó el bajo e invitó a un fan a tocar la batería en “For Reasons Unknown”, primereado por otro candidato que no pudo estar a la altura de las circunstancias. Ronnie Vanucci Jr. lo reemplazó después de un par de compases, aunque le cedió el puesto al primer espectador sobre el final del tema. Puestas en continuado, “Miss Atomic Bomb” y “Human” se presentaron como dos caras de una misma moneda de pop épico en la que la segunda canción es en realidad la versión superadora de la primera. “A Dustyland Fairytale”, en cambio, amagó con llevar a la banda a un terreno nuevo, con un comienzo de balada sin más recursos que piano y voz, hasta que todo volvió al clima de estadios una vez que se incorporó el resto de la banda.
Empalmadas una detrás de otra, “Runaways” y “Read My Mind” pasaron de la épica rutera a la sensibilidad soft rock con tacto radial, antes de una versión extensa de “All These Things I’ve Done”, sostenida por un trío de coreutas. De vuelta en el escenario para los bises, Flowers sacó a relucir su educación mormona en “The Calling”, con sus menciones al Espíritu Santo y sus citas bíblicas, justo antes de “Bones”. Después de treinta minutos de mesura escenográfica, una catarata de chispas doradas resaltó el pico de emotividad de “When You Were Young”, lo que convirtió a “Mr. Brightside” en la estocada definitiva. Tras un saludo formal, el cantante abandonó el escenario mientras sus músicos alargaban el cierre del tema, y no regresó para el saludo final. Al igual que Elvis, Brandon se había retirado del edificio.