
"Qué calor, oh eh oh / qué calor que tengo yo", entonó Sergio Munich, de Roma, mientras el termómetro arañaba los 35 grados. Sea por el agobio generado por la temperatura, sea por rechazo al género, la referencia al hit de Pibes Chorros no hizo mella en el público que se mantenía desde temprano en el escenario principal del Anfiteatro Municipal de Baradero. "Dah, cierto que esto era un festival de rock", se rió el cantante de la banda de San Martín, para luego seguir con "Más mentiras que otra cosa".
La jornada inicial de la cuarta edición del Rock en Baradero pareció dividirse en dos turnos: el diurno, atravesado por el sol abrasador, y el nocturno, con una temperatura más amigable y con una masa de público dispuesta al pogo sostenido. Del otro lado de la valla, la propuesta artística del festival intentó -salvo contadas excepciones- poner a la distorsión en el centro de la escena. Lo que en Cosquín Rock (referencia inevitable de los megaeventos veraniegos) termina distribuyéndose en distintos días y escenarios, aquí logra tomar el protagonismo de un día completo; una decisión que, en tiempos de homogeneización, actúa como una brisa de aire fresco.
"No tenemos apoyo de las multinacionales aunque hayamos empezado de niños. Después de la guerra de Malvinas vino la música tropical", disparó Ricardo Iorio en una de sus clásicas diatribas, minutos después de las 2 de la madrugada. "No soy el único que no tiene sello grabador multinacional. Ninguno que cante a la patria tiene apoyo... pero me chupa la pija". El show de su banda Iorio, el primero después del incidente que terminó en su detención el fin de semana pasado en Sierra de la Ventana, buscó apegarse a los cánones tradicionales de sus presentaciones, aunque la referencia implícita o explícita al hecho fue una constante.
Los signos fueron, antes que nada, físicos. Un brazo enyesado, un vendaje en la cabeza y el andar cansino producto de un golpe en los ligamentos daban cuenta de que aquella discusión en una estación de servicio no había tenido un final amigable. "Bueno, todos sabemos que ya soy un hombre muy viejito", comentó el ex Almafuerte a modo de reconocimiento de lo evidente. El otro gesto fue el "ascenso" al tope de la lista de temas de "Presa fácil", una canción que en el recital de diciembre en Salón Rock Sur había quedado relegada al final. "Fui enjaulado cual misto, sometido al amance por legales de oficio / que mi aspecto al parecer les resultó jodido / por metalero y pesado / Amansadora guacha de averiguación, horas amargas del policial encierro", cantó, con la vehemencia que otorgan las profecías autocumplidas. "Soy el facho, el amigo de la yuta", comentó luego en sorna.
A mediados de semana, un lineup "intervenido" que circuló en redes sociales dejaba ver que la presencia femenina en el Rock en Baradero era prácticamente nula. Una situación que, a rigor de verdad, dista de ser una falencia de esta grilla en particular sino un problema endémico de los festivales a nivel global. En ese contexto, la presencia de Johana Gieco como tecladista de Iorio -y de Carina Alfie como guitarrista invitada- funcionaron como una mínima reivindicación en el show más caliente de la primera jornada.
Dos horas antes, el set de Eruca Sativa fue consagratorio por derecho propio. La banda liderada por Lula Bertoldi recorrió su discografía en horario nocturno y con una afluencia de público similar a las de Iorio y Carajo. El mosh y los coros del campo en "Magoo" -con lipsync en pantalla incluido- y "Armas gemelas", las elegidas para el cierre, deberían impulsar una llamada de atención para la industria: si la propuesta es atractiva, la gente acompaña.
No al purismo, sí a la variedad: entre covers e invitados, la primera jornada del festival ofreció cruces de todo tipo. Sumo fue la banda más versionada del viernes, tanto por Massacre (el clásico "Crua chan") como por El Buen Salvaje, que tocó "La rubia tarada" junto a Luciana Segovia, de Cirse -que se presentó a media tarde en un escenario de acceso gratuito, denominado "Punto de encuentro"-.
Para "Pasan", Huevo -otra de las bandas emergentes con buena recepción en el público de Baradero- invitó a Tery Langer. Un rato más tarde, Carajo se convirtió en cuarteto por algunos minutos al sumar al "capitán del espacio" Walas para "Invisible", el single que grabaron juntos hace un año; la unión de las voces de Corvata Corvalán y el líder de Massacre funcionó incluso mejor que en la versión grabada. En el último turno, Larry Zavala -exvocalista de Nepal- reemplazó a Ricardo Iorio en "El visitante": nunca mejor elegida una canción.
Con más o menos pergaminos en su haber, no fueron pocos los artistas que decidieron echar mano a su listado de hits para atraer al siempre esquivo público festivalero. "Beatle", "Hacelo por mí", "Arrancacorazones" y los covers "Dame fuego" y "No me arrepiento de este amor" llevaron a más de un metalero a cantar Attaque 77 con mucha más voluntad de la que declamarían públicamente. Esa jugada, además, les permitió echar mano a lados B ("San Fermín", por caso) asegurándoles una buena recepción.
El mismo camino eligieron Massacre ("Querida Eugenia", "Plan B (Anhelo de satisfacción)", "La octava maravilla"), Carajo ("El error", "Sacate la mierda"), y hasta Bestia Bebé, que -con Tomás Vilche, de Los Bluyines, como invitado- se centró en su disco debut publicado en 2011. "Wagen del pueblo", "Lo quiero mucho a ese muchacho" y "Omar", entre otras, ocuparon la mitad del set de los de Boedo.