
En las antípodas del derroche de intangibilidades que fue la presentación de Charli XCX en el Primavera Sound Buenos Aires, estuvo el maximalismo brutal de Travis Scott. Descendió de un aro de luz gigante, desde el cual atinó a comenzar por lo menos dos veces con las estrofas de “HIGHEST IN THE ROOM”. Un par de torres de utilería que simulaban ser la apertura en un cañón disparaban fuego en todas direcciones y se sincronizaban con los sonidos de disparos. Cuando Scott logró tomar las riendas de sus propias ambiciones, se hizo la oscuridad y el silencio: ahora tenía que hacer descender su nave y hacer pie en la tierra.
A partir de ese momento, el rapero estadounidense ametralló el aire con cuanto golpe de efecto se valen las bandas de estadios más inmensas para deslumbrar a su audiencia.De hecho, no hay diferencia entre su show de luces y el de Coldplay. Scott saltaba de tema en tema como un disco rayado, sin dejar que exista un momentum, o que las pistas tomaran forma en el cuerpo del público,más preocupado por arengar multitudes a los gritos pelados que en entretener. El choque cultural pareció inmenso: este tipo de show, por su escala y formato, todavía puede antojarse lejano. Sin embargo, luego de la primera visita de Kendrick Lamar, otro profeta de su tierra, las comparaciones saltan a la vista: quien monta un espectáculo y quien prende petardos a la espera de que las explosiones lleguen a la intensidad que deberían.
Pasada la mitad de su set, Travis Scott encontró su cauce en inspiraciones prestadas. “Praise God” de Kanye West, pantomima de saludo al cielo mediante, lo ubicó en un cómodo segundo plano ya que sus intervenciones con estrofas murmuradas fueron mínimas pero certeras. Lo mismo se dio durante “Fair Trade”, cortesía de su amigo Drake, y no por casualidad. Con estos momentos se permitía dejar que las pistas respiraran; que no todo durara lo que un suspiro. O mejor dicho, el canto de un águila, un recurso que explotó a más no poder para enganchar temas sin asperezas, como reemplazo de la conocida y latosa bocina de DJ.
“SKELETONS” fue una dosis de chill entre tanto frenesí, o una rara avis parecida a una canción entre lo que hasta ese entonces simulaba ser TikTok reproduciéndose en loop. Otro momento fue la versión desfigurada de un préstamo más. “Love Galore”, de SZA, sonó como arrancada de los colmillos de un murciélago infernal, con la pista desgarrada y aplacada por la voz chirriante de Scott. “ANTIDOTE” no funcionó como el destructorde tobillos que debiera haber sido, y “SICKO MODE”, otrora llamada la “Bohemian Rhapsody” de esta generación, hizo dudar de si dicha etiqueta no resultó un tanto atinada. Travis Scott había por fin traído a la mesa el hit universal, ese que viviría en los teléfonos de todos en una pésima calidad hasta el próximo festival. A los aullidos, aunque ya con la voz en merma, saltó a “goosebumps”, el último bastión de éxitos que ahora sí, fue interpretada en su totalidad con unas manos gigantes emergiendo de las pantallas y que parecieron llevárselo de la misma manera en la que el halo de luz lo depositó: envuelto en una bola de humo ante la mirada perpleja del público.
“Estamos hace veinte años buscando la mejor fiesta de todas”, dijo Ale Sergi sobre el final del show de Miranda! en el Primavera Sound Buenos Aires, y la frase parecía definir el espíritu del set del dúo. Durante una hora, Sergi y Juliana Gattas montaron un banquete pop con la celebración como constante, como si la discoteca fuera no un espacio físico sino una actitud, un “algo” que se puede montar tanto entre cuatro paredes como a la vera del Río de la Plata en Costanera Sur. Mientras en el escenario Flow Travis Scott montaba un espectáculo brutalista, en el otro extremo del predio, Miranda! ponía al baile como principal recurso escénico.
Con máscaras vinílicas de conejos (mitad Playboy, mitad Ojos bien cerrados), Sergi y Gattas montaron en “Por Amarte” su gabinete de curiosidades sobre un house pegajoso para luego fundirse en el mid tempo de “Nadie como tú” y el funk cachondo de “743”. También hubo lugar para el reggae colorido de “Perfecta”, la gragea efervescente de “Dos” (con Gabriel Lucena reemplazando a un Dillom ausente con aviso”), y el electropop de “Ritmo y decepción”. Y donde cualquier otro artista convierte los cambios de vestuario en algo que ocurre a escondidas, Miranda! lo dejó a la vista, con dos percheros ubicados sobre el escenario, una nueva interpretación posible para el concepto de elaboración a la vista.
La búsqueda de esa fiesta perfecta siguió con “Ritmo y decepción”, un remix en 8 bits de “El profe” y el melodrama de “Prisionero”. Como en una suerte de DJ set de su propio repertorio, los hits comenzaron a sucederse como parte de un mismo todo, con “Hola”, “Mentía”, “Fantasmas”, “Ya lo sabía” y “Yo te diré” concatenados uno detrás de otro, como hechos para sonar en el boliche de Ibiza que evoca “Me gustas tanto”. Con imágenes de bolas de espejos en las pantallas de fondo, “Traición” fue la muestra de que para Miranda! las penas se van bailando. Tras el cierre con “Enamorada” y “Don”, Sergi y Gattas cruzaron una mirada cómplice, como quien acaba de alcanzar su objetivo.
Cuando decidió reformular el set de sus presentaciones en vivo pandemia mediante, Hernán Cattáneo dio con una fórmula que hasta entonces no había explorado lo suficiente. Junto al dúo Soundexile (es decir, Oliverio Sofía y Baunder), planteó sus presentaciones por fuera de la lógica de un DJ set para medirse en el terreno de la electrónica en vivo con una dinámica en la que el factor humano reemplaza a la música pregrabada a la hora de los mixes. Y ahí reside la gracia: por más que Future Memories (el espectáculo que presentó en el Gran Rex y que marcó el norte de su presentación de su paso por Primavera Sound Buenos Aires) funcione como un recital, está ideado por un deejay, y entonces fluye como un set en el que los climas y las intensidades son tanto o más importantes que lo que sea que termine sonando.
Para poder llevar a cabo su faena, los tantos se repartieron de manera que Oliverio y Baunder estuviesen a cargo de los sintetizadores analógicos, y el propio Cattáneo al frente de consolas y mixers, convirtiendo a la interpretación de sus compañeros en un set en sí mismo, donde el progressive house y el techno marcaron el norte. “El placer es dopamina y la felicidad es serotonina”, cerró un texto en pantalla (traducido de una voz en inglés) que buscó sintetizar el espíritu que mantienen hace décadas los sets de Cattáneo, una búsqueda del goce en donde las reacciones químicas son producto del organismo y su respuesta ante los estímulos. Más adelante, la voz en off de Gustavo Cerati terminaría de redondear la idea, con una frase referida a evitar el mandato occidental de pensar en pasado y futuro y comenzar a contemplar el presente, el aquí y ahora.
Esa misma política fue la que llevó a tomar elementos de otra época y reconfigurarlos en actualidad, como cuando la línea de synth bass de “Blue Monday” se montó sobre una base por demás percusiva, o cuando el trío llevó la fanfarria digital de Vangelis de Blade Runner al plano de un trance intenso. Sin que mediara introducción, Richard Coleman apareció en el escenario para poner su voz al servicio de “Heroes”, de David Bowie, un punto de equilibrio necesario entre el espíritu electrónico y el linaje rockero del propio Cattaneo. Una vez disipada la espuma, “Wind Down” se encargó de aterrizar el vuelo con ligereza, la manera de sugerir que a veces el único modo para bajar los decibeles es seguir en el aire.
“¡El que no levanta las manos maneja el patrullero!”. Con su keytar AK47 en brazos, Pablo Lescano pegó fuerte de entrada en el cierre del Primavera Sound Buenos Aires. Con la responsabilidad de quien sabe que de él depende que miles de personas detengan su marcha en vez de retirarse del predio, el líder de Damas Gratis no escatimó hits para un público que compró de entrada lo que tenían para ofrecerle. “Alza las manos” y “No te creas tan importante” fueron el kilómetro cero de un set que buscó revalidar la vigencia de la cumbia villera a través de sus propios clásicos (“El humo de mi fasito”, “Los dueños del pabellón, “Laura”), y que también barrió prejuicios, como cuando Lescano anunció que interpretarían “Industria Argentina”, un ska de contenido político candente con la crisis de 2001 como eje y sin escatimar guadañazos y patadas, que le valió la censura del COMFER tras su publicación.
Después de “Me vas a extrañar”, “Menea para mí” y la por demás apologética “Yo tengo una piedra”, L-Gante apareció en el escenario sin preámbulos para el crossover prometido que empezó con “C pikó la clandestina” y siguió con “Vos sos un botón”, el “Ya no sos igual” de la cumbia villera. La alianza entre ambos también incluyó el repaso de “Perrito malvado”, el otro single que grabaron juntos, y continuó con “El viejo de la bolsa”, antes de que se materializase el paso de mando y L-Gante siguiera lo suyo con “Barrio prendido”, de Néstor en Bloque. Abajo, todos alzaban las manos, la comprobación de que nadie presente andaba con ganas de sentarse tras el volante de un móvil policial.