12/11/2022

Primavera Sound Buenos Aires: Jessie Ware, José González y más

La diversidad como respuesta a todo.

Gentileza
Primavera Sound Buenos Aires

La presentación de Jessie Ware en la primera fecha del Primavera Sound Buenos Aires se sintió como uno de esos boliches europeos abiertos las veinticuatro horas. Con los rayos de sol colándose entre el cielo nublado, la cantante inglesa comenzó su rito de seducción con “Spotlight”. Sin ases bajo la manga y acompañada por apenas un un sexteto con batería, una guitarra que haría las veces de bajo o sintetizador, y cuatro bailarines-coristas, Ware encaró la calidez del día con la desfachatez de una criatura nocturna.

Su mezcla de disco y synth-pop, tan inescrutable que hasta el más duro no podría evitar bailar en una baldosa, convirtió a los bailarines y sus abanicos negros en unos Locomía de luto con “Read My Lips”. “A partir de ahora necesito que bailen”, le dijo a la multitud enajenada, después de la delicada lentitud de “Wildest Moments”. Y no mintió, porque al mejor estilo de los otrora enganchados de disco, no puso un freno al show. Con “Free Yourself”, la nueva joya de su estado de gracia, soltó su voz a un plano entre los rugidos de Donna Summer y los mejores agudos de Madonna.

En la misma pista de la Ciccone, trajo sensualidad al góspel con “Remember Where You Are” y mostró las garras en “What’s Your Pleasure” cuando transformó su micrófono en un látigo de cuero. La piel transpirada y con las caderas reptándole entre el aire y los pliegues de su mono negro, Ware concluyó la sesión de baile con “Save a Kiss” y dejó en claro que, en el terreno de la lujuria, menos siempre deja ganas de más.

Sin más recursos que su guitarra y voz, a José González pareció costarle encontrar el sweet spot para su música en el festival. "Quiero tocar esta canción, pero no sé si voy a poder por los otros escenarios", dijo antes de "Cycling Trivialities". El planteo tenía lógica, la canción, como gran parte de su repertorio, estaba construida a partir de una serie de gestos mínimos, con una fragilidad fácil de quebrantar. El músico sueco hijo de argentinos decidió arremeter igual con el tema, y la experiencia demostró un fenómeno particular: el público silente parecía neutralizar el ruido que venía de lejos, una suerte de capa protectora ante el caos.

González siguió su show en Primavera Sound Buenos Aires con su versión de "Teardrop", de Massive Attack, un trip hop readaptado a guitarra española. Después, con la ayuda de una loopera, amplió su paleta de sonidos para darle un abanico más amplio a "Leap Off", con sus pisadas convertidas en un bombo en negras, y "Swing", edificada sobre una base electrónica. Hubo lugar para algunas de sus canciones en español, como "Valle local" y "El invento", y de a poco comenzó a ganarse la aprobación del público que esperaba por Mitski gracias al pulso arremolinado de "Down the Line". Y para el final los hits: "Crosses" y "Heartbeats" (de The Knife, pero suya por apropiación) complacieron a quienes estaban a la espera de lo más conodio de su repertorio antes de la despedida definitiva con "Tjomme", un manifiesto político discreto con latencia electrónica.

Antes, el comienzo de la primera jornada del Primavera Sound Buenos Aires funcionó a fuerza de contrastes. Después de la buena onda imperante en el show de O.L.I.V.I.A., Beak> aportó una propuesta más acorde al cielo plomizo que desde temprano dijo presente en Costanera Sur. El trío de Bristol comandado por Geoff Barrow, baterista de Portishead, hizo un repaso acotado por su discografía, que tuvo su punto de partida en "The Brazilian", una suerte de bossa nova cyberpunk con el bajo distorsionado de Billy Fuller como punta de lanza. Después, "Brean Down" aportó paranoia y delirios persecutorios a volumen 11.

Los integrantes de Beak> dedicaron también varios comentarios con sorna a la presencia involuntaria del sonido del escenario de Raveena ("Esa es música mucho más sexy que la nuestra", "Es como que estén escuchando el peor remix del mundo"). Los comentarios fueron también una manera de plantar bandera por fuera de la complacencia pop, con canciones que pueden sonar como un viejo vinilo ondulado ("Eggdog"), el krautrock como plataforma de despegue para la enjundia valvular ("Yatton", "RSI") y la psicodelia de hormigón ("The Meader", en la que cada instrumento parecía ir por su propia senda para confluir de casualiad con el resto). Para el cierre, "Allé Sauvage", una electrónica pesadillesca para bailar con miedo, como si los robots de Daft Punk hubieran sido programados para matar, y "Wulfstan", con un andamiaje rítmico entrecortado como un mensaje de telégrafo.