
Ser socio fundador de un movimiento pensado como una postal del momento significa un riesgo importante. Conseguir que el nombre de la banda pase a los libros de historia puede ser en vano si se le huye a la renovación a cambio de un loop continuo sin novedades. Cuando en 1994 el grunge firmó de un escopetazo su acta de defunción, a Pearl Jam no le quedó otra que reinventarse. Veinte años después, la misión puede darse por cumplida: el grupo de Eddie Vedder se define tanto por sus marcas características como también por oposición al resto de sus compañeros de camada, y esa dinámica fue la que rigió su cuarta visita a la Argentina el sábado pasado.
Pearl Jam es y no es un grupo de estadios. Lo es por su convocatoria, que al menos en estas latitudes siempre cortó entradas por decenas de miles. Pero a diferencia de la mayoría de grupos que pueden ser catalogados con el mismo mote, la banda de Seattle no se apega a formulismos ni guiones preestablecidos, mucho menos a puestas en escena deslumbrantes. En el Estadio Único de La Plata, un telón con el arte de Lightning Bolt, el disco que sirve como argumento válido de la gira mundial, y un uso efectivo de la iluminación fueron los únicos recursos a mano para sostener una lista de 33 temas repartidos en tres horas y cuarto de show.
“Pendulum”, “Low Light” y “Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town” iniciaron la jornada a fuego lento, entre el folk y los climas heroicos en slow motion. Acto seguido, “Mind Your Manners” y “Do the Evolution” ofrecieron la otra cara de la moneda: distorsión, nervio punk y volumen en 11. El contrapunto sirvió para graficar la dinámica del show de Pearl Jam: se paseó entre climas, pero también entre la propia historia de la banda. Salvo No Code, todos sus álbumes fueron repasados en menor o mayor medida, con el énfasis puesto en Ten y Vs, el tándem inicial de su discografía.
En la cuerda floja entre el reconocimiento genuino y la demagogia de manual, Vedder aprovechó los espacios entre temas para agradecer a su horda de fans en un español atropellado. “Nuestros corazones desean siempre volver aquí. Gracias por hacernos sentir tan grandes, ahora nuestras vergas están iguales”, dijo poco después de pedirle al público que redujera su efusividad en los alrededores de la valla, por temor a que el fantasma de Roskilde sobrevolase las inmediaciones del Único. Acto seguido, se colgó su Telecaster para guiar una versión electrificada de “Lightning Bolt”.
En vivo, Pearl Jam es una máquina ajustada en la que los papeles protagónicos son tan importantes como los de reparto. Mike McCready es un guitarrista virtuoso (a veces demasiado), capaz de apoyarse el instrumento en la nuca para un solo hendrixeano en “Even Flow”, siempre en diálogo constante con el baterista Matt Cameron. A ambos laterales del escenario, el bajista Jeff Ament y el violero Stone Gossard edifican columnas sonoras y rítmicas que sostienen los espacios para que sus compañeros se luzcan. No es un trabajo vistoso, pero alguien tiene que hacerlo, y quienes lo hacen, lo hacen bien.
Una versión acelerada de “Rearviewmirror” allanó el camino para la primera tanda de bises (“sólo” seis canciones, al lado de las nueve de la despedida definitiva). Al folk de bordes ásperos de “Footsteps” le siguió una rendición acústica de “Imagine”, de John Lennon, tan azarosa como innecesaria. Caso distinto fue el de su versión de la ramonera “I Believe in Miracles”, un gesto de doble localía entre homenajeadores y homenajeados. Como broche, “Jeremy” y “Porch” otorgaron la cuota épica del asunto.
En el segundo regreso al escenario, Vedder señaló al campo y elogió a las fans que se aguantaron toda la jornada ahí adelante, apretadas contra la valla y rodeadas de un pogo que tuvo picos poco amigables. Acto seguido, elevó un cartel en apoyo a la campaña Ni Una Menos y remató el concepto con un cover de “Leaving Here”, una canción que planteó una problemática similar en los años iniciales del rock, cuando la figura de la mujer y la cuestión de género no eran parte de la agenda del día.
Siguieron los temas y el reloj marcó las 12… y las pasó. Consecuencia: a la mitad de “Alive”, alguien decidió encender las luces del estadio para invitar a todos a la retirada. La banda no acusó recibo y siguió su marcha, por lo que su versión efusiva de “Baba O’Riley”, de The Who, y la despedida color sepia de “Indifference” perdieron intensidad de efecto. A Pearl Jam le sobra energía para mantener encendido el fuego. Lo que le falta es poder de síntesis.