
Patti Smith comienza a cantar "After the Goldrush" y lo que hasta el momento era simplemente un show de rock se transforma en otra cosa. En una ceremonia, en un rito en el que una hechicera nacida 72 años atrás en Chicago hace propio ese magnífico alegato ecologista y onírico de Neil Young, lo entona con la voz más dulce y melodiosa que se le conozca, sólo acompañada por el piano de Tony Shanahan, y los corazones de cuatro mil argentinos se estremecen. "Mirá a la madre naturaleza huyendo en los 70", canta como el canadiense, hasta que en el final lo cambia por "el siglo XXI". Y entonces ese mensaje conmovedor se hace tan inmediato como cuando la propia cantante le escupió al mundo que Jesús había muerto por los pecados de alguien, pero no los suyos.
La tercera visita de Patti Smith a Buenos Aires fue la primera con un show propio y con su banda: antes había venido a un festival y a presentaciones en el Centro Cultural Kirchner que mezclaron música y poesía. A su lado estaba su fiel ladero Lenny Kaye, el guitarrista que la acompaña desde que decidió subirse por primera vez a un escenario. Atrás, Jay Dee Daugherty, un baterista tan sencillo como efectivo, y el otro compañero de ruta desde los 70. Shanahan, que vino con la cantante el año pasado, pasó del bajo a los teclados; y el violero Jack Petruzzelli puso más filo rockero que audacia de guitar hero.
"Dancing Barefoot" y "Redondo Beach", las primeras canciones del show tras una entrada sin ninguna clase de preámbulos, marcaron un camino con pocos desvíos del "grandes éxitos (no tan exitosos)" que el público había ido a buscar de parte de la llamada "madrina del punk". Smith le dedicó "Ghost Dance" -"una canción de unidad"- a los indígenas que fueron casi completamente borrados de su país en el siglo XIX. "Pero en este tiempo, nuestros indígenas son masacrados y desplazados, y sus tierras son tomadas y quemadas", aseguró.
Después de que Smith tomara la guitarra acústica por primera vez para "My Blakean Year" llegó una de las rarezas de esta gira sudamericana: una versión de "Beds Are Burning", de los australianos Midnight Oil, también acorde al mensaje ecologista que la cantante entiende como urgente. "Beneath the Southern Cross", sobre los desaparecidos en este hemisferio, marcó un momento de trance eléctrico, con Smith y Kaye sosteniendo una nota en sus acústicas, y Petruzzelli y Shanahan enfrentados retroalimentando la inspiración del otro. "Free Money", otro clásico, sirvió para que la artista se sacara un poco la rabia con ese grito que también es denuncia.
El medley entre "I'm Free" de los Rolling Stones y "Walk on the Wild Side" de Lou Reed fue con las voces de Kaye y Shanahan, respectivamente, mientras Smith tomaba un respiro para volver justo con los coros de las "coloured girls". La guitarra del invitado Jimmy Rip -miembro de Television y porteño por adopción- levantó el vuelo instrumental. Y entonces llegó el cover de Neil Young, que puso la piel de gallina y convirtió la inmensidad del Luna Park en un encuentro íntimo y personal con la artista.
De ahí en más todo fue superlativo. Primero con "Pissing in a River", luego con "Because the Night" (dedicada por Patti a Fred "Sonic" Smith, su fallecido marido y exviolero de MC5), y con ese deletreo enfervorizador de "Gloria: In Excelsis Deo". El bis fue "People Have the Power", para el que subieron Rip, Jesse Paris Smith (hija de la cantante) y los activistas Tenzin Choegial y Rebecca Foon.
Y si la poeta, cantante, escritora y compositora ya se había puesto en su bolsillo trasero del eterno jean negro el pañuelo verde de la lucha por el aborto legal en la Argentina, la wiphala boliviana que le alcanzaron fue a parar a su muñeca durante ese último himno. "Usen su voz", insistió la dama al final. De eso se trató siempre.