24/09/2017

Massacre en Obras: 30 años, tanto amor

Walas sabe cómo hacerle frente al Apocalipsis.

Guillermo Bosch / Gentileza

"¿Massacre celebra 30 años de carrera o 30 años de trayectoria?", preguntó Walas a modo de encuesta al promediar el show. Acto seguido, explicó que una carrera es algo que uno más o menos puede controlar (la velocidad, las direcciones) mientras que una trayectoria es el recorrido que hace un objeto cuando cae o es lanzado. Como en todo aniversario redondo, celebración y balance conviven de manera más o menos amable.

Y así como el devenir de Massacre desde 1987 hasta hoy tuvo mucho de trayectoria primero y mucho de carrera después (a partir de 2007, especialmente), la dicotomía desenfreno-cálculo vertebró gran parte de su show en Obras. Ya de entrada, "Diferentes maneras" tuvo toda aquella impronta hardcore pero también la paciencia suficiente para que debajo del escenario el público desate el mosh primero y exija que se suba el volumen después. En la mesa de sonido, un cartel advertía que el límite era de 97 decibeles.

Pasado "Te leo al revés", ya con un volumen acorde, Massacre dio paso a un segmento de psicodelia garagera desde las guitarras de Pablo "Tordo" Mondello y un juego de luces que parecía caer sobre el escenario como un lluvia technicolor. "Mi amiga Soledad", con su combinación de distorsión + theremin, y "A Jerry García", homenaje melómano esta vez sin solo de guitarra, pusieron al grupo a desplegar las variantes que engrosaron su estilo. De ahí, sin escalas a "La octava maravilla", el hit de la banda que nunca compuso hits.

"Gracias al fin del mundo por no suceder hoy, 23 de septiembre, en Buenos Aires", bromeó Walas más de una vez para que el recital entre en clima de apocalipsis post industrial. "Niña Dios", con tabla en alto, y "Nuevo día", con Lechuza Solo (exbajista del grupo y actual Plan 4) levantaron la velocidad con la consabida impronta skater luego rematada con Corvata sumándose a "Violence". Mientras tanto, Walas cambiaba de gorro de cancha a casco de guerra y más tarde a una galera, como si fuera un crooner que alguien olvidó en el cajón de un mercado de pulgas.

El último invitado, Sergio Rotman, se sumó para "Tanto amor" y con su saxo fue desde los sobreagudos del free jazz hasta el contrapunto con la voz de Walas. Antes, "La reina de Marte" había propuesto el otro momento dedicado a la alta rotación. Sobre el final, la rapsodia tripartita de "Ana", con "Juicio a un bailarín" en el medio, hicieron las veces de cierre oficial a modo de cancionero infantil putrefacto.

Para redondear los 30 temas conmemorativos de los 30 años, los bises incluyeron tres infaltables: "Plan B: Anhelo de satisfacción", "Papel floreado" y "Mi mami no lo hará", esta última con Tori en voces. "Hacemos música para ñoños conflictuaditos, porque eso somos", remató Walas con un look glam decadentista que incluía tapado de piel violeta y anteojos de sol. Anfianzando cada vez más su sonido -que toma todas las distorsiones pre grunge de la costa oeste de Estados Unidos-, Massacre redondeó, aunque con altos y bajos, un festejo que trajo la certeza de que la única forma de salvarse del fin del mundo es ensayando en un garage.