
"Nos merecemos esto", dice Pil apenas terminado "Somos Latinoamérica". Y no sólo se refiere a los cuatro músicos sobre el escenario sino también a los miles de personas que se agolpan en cada rincón del Luna Park. "Cuando empezamos éramos diez, veinte…" remata en uno de los pocos ejercicios nostálgicos de la noche. Pasaron 29 años de la última vez que Pil, Stuka, el Polaco y Sergio Gramática -la formación emblemática de Los Violadores- perpetraron su transliteración del punk inglés en un estudio de grabación y, entonces, este regreso tiene gusto a celebración. Para ellos y para los raros peinados viejos que habían quedado congelados en el tiempo esperando el llamado a la acción.
El show había comenzado minutos antes con "Como la primera vez", una canción de amor ahora resignificada a declaración interna en el seno del grupo ("Yo solo quiero vivir este momento / Este momento y nada más / Las cosas fueron muy distintas la primera vez / Por eso necesito, nena, que vuelva a suceder"). Sin solución de continuidad, "Aburrido divertido" y el ya mencionado "Somos Lationamérica" trajeron los primeros solos de guitarra de Stuka –sí, un guitarrista punk que hace solos como si fuera Mick Ronson- mientras Pil se precipitaba en saltos, patadas y corridas. "Cambio violento" fue pura descarga de furia, aunque con grado de prolijidad y justeza que no tenían (ni necesitaban) allá por 1983 cuando se proponían (y conseguían) "lavar la gente" y "cambiar el rock". Si Los Violadores, en aquel año tan nodal para la Historia como para el Rock, formaban parte de ese tridente de "V" -con Virus y V8- que amplió los límites de una contracultura que nadaba (¿o naufragaba?) en las aguas del jazz rock y la canción de protesta, hoy se erigen como sobrevivientes de una camada que, muertos Luca Prodan, Gustavo Cerati, Federico Moura, Miguel Abuelo y Osvaldo Civile, no puede ostentar muchos regresos más.
Siempre con celeridad y nervio punk, pero con una puesta en escena de luces e imágenes acorde al nuevo contexto, la autorreferencial "Violadores de la ley" y el tardío resumen anti Malvinas -cuando tuvieron que ponerle el cuerpo en 1982, también lo hicieron al negarse a participar del Festival de la Solidaridad Latinoamericana- de "Comunicado #166" dieron paso a la seguidilla de Fuera de sektor. Los Violadores dejaron de lado por un momento el punk directo al mentón y se volvieron post-apocalípticos con "La era del corregidor", darks con "Alerta Roja" y coquetearon con la world music en "Beat africano". En esta última, con Geniol, el mítico performer que acompañaba a Sumo, como invitado, tendieron un puente reconciliatorio con el pasado: Los Violadores cantaron eso del pseudo punkito con el acento finito que quiere hacerse el chico malo, toma un trago y vuelve a Belgrano. En su segunda entrada, algunos temas más tarde, Geniol personificaría la cabeza-ojo de The Residents, y Los Violadores escupirían "El ojo blindado", el único cover de la noche.
"Más allá del bien y del mal", coreada, pogueada y celebrada, fue la referencia nietzcheana obligada. Porque toda banda punk que se considere como tal no puede obviar al padre del nihilismo. Ya sobre la primera tanda de bises, "Mercado indio" reafirmó el compromiso latinoamericano y "Represión" explotó tanto como se podía prever. En uno de los gestos más sencillos y originales del punk argentino, Los Violadores se apropiaron de un jingle de Mantecol para dar forma a una postal foucaultiana de época : la Represión estaba la vuelta de tu casa, las 24 horas del día. "Uno, dos, Ultraviolento", fue el cierre tan obvio como celebrado. La lectura punk de La Naranja Mecánica, la distopía ultrajante por excelencia de toda una generación, será el himno de batalla cada vez que Los Violadores, o sus miembros por separado, se paren frente a un micrófono.
Para 1982, la llama inicial del punk se había apagado en Londres y los que aún resistían habían extendido sus límites sonoros para no agotar la fórmula. Lo que para los ingleses ya era inofensivo, en la Argentina se desataba como un reguero de peligrosidad y destape en una realidad en la que muchos vivían tapados. Allí estuvieron Los Violadores, ayer dispuestos a patear el tablero y hoy dispuestos a sonreír ante esos laureles. Porque la sonrisa también implica mostrar los dientes, aunque sea como advertencia.