20/03/2016

Lollapalooza 2016, día 2: la atracción de los polos opuestos

El festival complementó estéticas tan diferentes como las de Florence + The Machine y Die Antwoord, o Babasónicos y Ghost.

En una jornada marcada por los contrastes, el final del Lollapalooza 2016 no podía ser la excepción: mientras Florence + The Machine desfilaba su fineza renacentista en el escenario principal, Die Antwoord ponía de manifiesto su obscenidad tercermundista en el Perry's Stage. Florence Welch salió a escena con un vestido de Gucci, los sudafricanos Ninja y Yolandi Visser habían hecho en su sideshow en La Rural un tema llamado "Gucci Coochie" (algo así como "Conchita Gucci").  Ying y Yang en un festival abierto a todas las músicas que caben en el iPhone de cualquier millennial.

"What The Water Gave Me" fue un inicio premonitorio para Welch y la corte de músicos premium que la acompañan: siete temas más tarde, una lluvia multidireccional comenzó a caer sobre el público que muy tímidamente se acercaba a ver el headliner menos convocante que haya tenido el festival en sus tres ediciones locales. Claro que a la pelirroja poco le importó y le puso a sus canciones de pop barroco la garra para las masas que su presente le exige. De tocar en teatros a encabezar festivales, de estudiar en Harvard a revolear una bandera argentina en "Dog Days Are Over": así cambió su vida después de How Big, How Blue, How Beautiful.

Debajo del escenario, el núcleo duro de fans obtuvo todo lo que habíaa ido a buscar. A su voz casi operística y sus movimientos teatrales, Florence le agregó una arenga constante que tuvo en "Shake it up" y en "Drumming Song" (la canción con la que cerró su presentación) sus momentos de mayor efervescencia. Pero lo último que va a perder la dama será la elegancia. Ni las corridas por la pasarela ni los giros sobre su propio eje hicieron mella en su imagen inmaculada. Y si el dorado del fondo del escenario no resaltaba lo suficiente por el inesperado chaparrón durante el show, apenas el clima mejoró todo volvió a su lugar. Más tarde, Kaskade puso a bailar a los que se resistían a que el Lollapalooza 2016 fuera sólo una catarata de recuerdos y fotos en Instagram.

Así como el Indio Solari afirma que "Ji ji ji" es el pogo más grande, Mumford & Sons bien podría reclamar que su concierto entero es el fogón más grande del mundo. Una multitud recibió de pie las canciones de la banda, pero un grupo no mucho menor permaneció sentado en chinito coreando con la misma intensidad las melodías siempre ubicuas de los oriundos de Inglaterra. "Lover of The Night" fue la primera demostración de que la facilidad de Marcus Mumford para ensamblar versos y estribillos es tal que también puede hacerlo sentado mientras toca la batería. Sus hijos, a la par, son el sostén perfecto. Si Mumford & Sons fuera el plato de un restaurante palermitano, en el menú figuraría como clásico arpegio de guitarras sobre fino colchón de teclas. Para salpimentar, un poco de bombo en negras que tienen como respuesta palmas instantáneas, y ya nadie necesita postre. O sí, pero ese plato lo sirve Florence Welch.

"¡Canten!". Sonaba "Everybody’s On The Run" y el imperativo en boca de Noel Gallagher buscaba apelar al latiguillo por excelencia del público local. Sin solución de continuidad, 40 mil gargantas se pusieron a corear la melodía del arreglo de cuerdas del tema, mientras su autor sonreía a gusto. Al igual que el miércoles en el Luna Park, el ex Oasis confirmó sobre el Main Stage 1 que finalmente puede disfrutar de su presente, sobre todo si no hay incomodidades a la vista materializadas en forma de su hermano menor. Gallagher le dedicó "You Know We Can’t Go Back" a los seguidores de Oasis, quizá la manera más explícita de indicarle a su público que el pasado efectivamente quedó atrás. A pesar de eso, el repertorio de la banda de Manchester funcionó como un bálsamo para quienes iban en busca de hits: primero con una versión intimista de "Champagne Supernova" y una nota al pie de su discografía como "Listen Up"; más tarde, "Wonderwall" funcionó como revalidación de sus credenciales como el último gran compositor popular británico. Y sobre el cierre, "Don’t Look Back in Anger", cantada sólo por el público, fue la enésima confirmación de que acá juega de local.

Marina Diamandis, más conocida como Marina & The Diamonds, también es británica (galesa, para más datos) y hace algo que podría ser catalogado como pop, pero está a años luz del britpop. Arreglos orquestales, guitarras y teclados de new wave ochentoso, electropop y algo de vodevil colorearon un show que fue una versión abreviada del que hizo el miércoles en Vorterix: presentó en orden cronológico canciones de The Family Jewels, Electra Heart y Froot, con especial énfasis en las más recientes. "Siento que ustedes me entienden", le dijo al público argentino en un español que le había traducido su bajista colombiano. "¡Buenos Aires está re copado!", gritó más tarde. Y todo el poder de su voz, con un rango enorme y versátil, encantó a una verdadera multitud.

Como la noche anterior había sucedido con IKV, la segunda jornada tuvo un show nacional fuerte en el escenario Alternativo. Babasónicos arrancó su set peleando contra el viento, que metía en su puño los sonidos y los movía de un lado a otro; la banda ganó la batalla con la contundencia de 25 años de canciones que están en la memoria de varias generaciones. Aunque Adrián Dárgelos y compañía están acostumbrados a mirar hacia adelante (o hacia el pasado inmediato, cuanto mucho), el aniversario redondo les da la posibilidad de redescubrir su catálogo y traerlo al presente. Así, desde el comienzo con "Los calientes", el concierto fue un vaivén por toda la discografía babasónica, con momentos para el baile ("Microdancing", "Muñeco de Haití"), la distorsión ("Egocripta"), el lounge ("Perfume casino") y las road movies tex mex ("Viva Satana", "Desfachatados").

Sobrio como pocas veces –ambo negro y camisa blanca-, Brandon Flowers despejó de entrada la incógnita sobre si cantaría temas de The Killers o si sólo abordaría temas de su carrera solista: sonó "Human", todo el mundo a bailar, y nadie se acordó de que cayó a último momento en reemplazo de Snoop Dogg. Enseguida, "Can’t Deny my Love" recordó que el hombre "de la fabulosa Las Vegas, Nevada" vino a presentar The Desired Effect, su cuarto disco por fuera del cuarteto. Si uno se deja llevar por la reacción que provocó esa balada de piano rota por un bombo house que es "I Can Change", el vocalista puede dejar descansar a sus Killers tranquilo. Pero si se fija en la recepción del resto del repertorio, se nota que todavía precisa del grupo -o de su nombre, al menos- para generar esa pasión que le gusta.

Antes, el Lollapalooza tuvo su momento Woodstock de la mano de Alabama Shakes. Casi como una audioguía que lleva por las raíces del rock and roll, la voz de Brittany Howard paseó por el blues, el gospel y el southern soul con la perfección de siempre. Su técnica, pero sobre todo su conocimiento profundo del género, le permiten a ella y sus dirigidos no caer en una actualización con pretensiones radiales. Si ha de haber un hit ("Hold On", Don't Wanna Fight Tonight"), será bajo sus propios términos y condiciones. Tampoco pareció importarles mucho que el público migrara a medida que el remanso blusero se extendía más de lo indicado en un festival: continuaron marcando cadencias ternarias y bajando la intensidad para que, como si fuera necesario, la voz de la cantante de 27 años (oh, por favor, a tocar madera) quede siempre en primerísimo plano. Howard bien podría haberse anotado en American Idol, cantar cualquier canción de Janis Joplin y meterse al jurado en el bolsillo, pero felizmente eligió el camino difícil, el que a la larga mejor paga.

Lejos de evitar los clichés, Ghost potencia todos los lugares comunes que rodean al metal y su vínculo oscurantista, desde el uso de cantos monacales pasados al revés para salir a tocar hasta el atuendo de sus propios integrantes. La banda, formada por sus nameless ghouls ("espíritu sin nombre") de negro de rigor y cruces invertidas en su cuello está comandada por la tercera encarnación del misterioso Papa Emeritus, un Sumo Pontífice que pregona las bondades de pasarse al lado oscuro, sobre todo por los tiempos que corren. Ninguno de sus artilugios parece ser pensado para que se lo tome en serio. "From the Pinnacle to the Pit", "Ritual" y "Cirice" son postales de un grupo que prioriza la búsqueda en el metal sueco y en el camino le pintó camuflarse. Para prueba, el Papa Emeritus III ahora se presenta ante el mundo como un dandy de las catacumbas, como si El Gran Gatsby fuera obra y gracia de Alistair Crowley. Al final del recorrido, lo que importa son las canciones, y ahí estaban "Mummy Dust" y "Monstrance Clock". Habemus Papa.

Bien temprano, con un clima ostensiblemente más fresco que el viernes, hacía falta entrar en calor a fuerza de volumen alto y pogos en cantidad necesaria. Carajo se puso al hombro esa tarea, demostrando una vez más su calidad de su sonido en vivo. "Corvata" Corvalán, Teri Langer y Andrés Vilanova repasaron hits ("El error", "Sacate la mierda") y no tanto ("Tracción a sangre", "Libres") para un público sub-25 que no perdió oportunidad de entregarse al mosh. En la media tarde, Bad Religion puso primera con "21st Century Digital Boy" para no detenerse nunca en el transcurso de su set: la chomba negra estilo analista de sistemas podrá engañar a algún desprevenido, pero Greg Graffin la sabe lunga. El final de Alabama Shakes coincidió con el arranque de "Los Angeles is Burning", triplicando en minutos la audiencia de los californianos. "Se acabó, vienen con nosotros al resto de la gira. ¡Súbanse a la van!", gritaron. Trato hecho.

"¡Somos de Seattle, nunca estuvimos acá!", exclamaron los ODESZA (así, en mayúsculas) recién llegados al escenario Alternativo. Catacombkid y BeachesBeaches, dos DJs desgarbados que se conocieron en primer año de la facultad, se convirtieron en una de las pequeñas sorpresas del festival. Ubicados uno en cada punta del escenario, detrás de unas estructuras metálicas que alojaban a un bandeja y un bombo, pasearon del electropop ("Big Girls Cry", cover de Sia) al indie electrónico ("How Did I Get There") y de ahí al dubstep  ("One Day They'll Know", de Pretty Lights) con una eficacia notable. La cohesión entre analógico y digital alcanzó su máximo esplendor en canciones como "If There's Time", con una pareja de ¡trompetistas! flanqueando al dúo.

Cerca de las tres de la tarde, mientras Boom Boom Kid incendiaba el Alternativo con “I Do”, unos metros más a su derecha, Leo García montaba en el Perry un auténtico fogón millennial. Primero, sólo con su guitarra criolla, entregó versiones acústicas de "Cuarto creciente" y "Romance", intercaladas con "Zoom" de Soda Stereo, "Nunca quise" de Intoxicados  y "Canción para mi muerte", de Sui Generis. Después de una invitación sugestiva al baile con "Morrissey" ("¡el tema que cantó Morrissey!", exclamó con orgullo), abandonó las seis cuerdas y se lanzó de lleno al dancefloor con "Reírme más" y "La isla del sol", provisto sólo de unas pistas pregrabadas. Una masterclass de pop antes de la hora de la merienda, que dio vía libre a la fiesta de contrastes que vino después.

(Fotos adicionales: Alive Coverage / DF Entertainment)