24/05/2023

Kraftwerk en el Movistar Arena: yo, robot

Recuerdos del futuro juntos.

Move / Gentileza
Kraftwerk

A mediados de los 70, Kraftwerk imaginó el futuro. Ralf Hütter y Florian Schneider buscaron cómo retratar la vida cotidiana a través de la música (las autopistas, el tendido ferroviario más grande de Europa, el consumo radial), y lo hicieron traduciendo esa cotidianidad a sonidos sintetizados. Conforme fueron pasando los años, la tecnología terminó por copar la propuesta del grupo de Düsseldorf, y así fue cómo la banda utilizó cada disco para imaginar cómo se vería y sonaría el futuro. A más de 45 años de álbumes clave como Autobahn, The Man-Machine o Trans-Europe Express, la vigencia de Kraftwerk pasa no por ver cuán ciertos o no resultaron esos presagios, sino por poder experimentar cómo creyeron que sería ese futuro que no es otra cosa que el aquí y ahora. 

El presente de Kraftwerk parece sintetizar su propia cosmovisión. Con Hütter como único miembro original en sus filas,(Schneider abandonó el grupo en 2009 y falleció en 2020), su propia maquinaria funciona como un ente autónomo. Ya no solo no importa si lo que está ocurriendo está siendo interpretado en vivo o no, sino que también pasa a ser un detalle secundario quiénes son los que están parados en el centro del escenario. Si en el pico de su popularidad se autoproclamaban robots, 45 años después parecen haber logrado su cometido: de hombres a máquinas. 

Y si el show comenzó desplegando en pantallas los números del 1 al 8 en “Numbers”, para las dos partes de “Computer World” el despliegue visual copó las pantallas con ceros y unos que luego se convirtieron en un código fuente ondulante, como si la Matrix hubiese sido encendida en el Movistar Arena. Después de eso, la conquista del espacio con “Spacelab”, y el despliegue visual que tuvo a su explorador espacial paseándose por el Monumental para finalmente aterrizar en el estadio vacío. En continuado, “Airwaves” tuvo un cuasi guiño localista con la inclusión en su coda de “Tango”, un tema inédito que aparece esporádicamente en vivo y que apenas si mira de refilón al 2x4. 

La seguidilla de “The Man Machine”, “Electric Café”, “Autobahn” (una suite de 22 minutos reducida a duración de single) y “Computer Love” fueron la celebración del progreso en un momento en que la llegada de cada avance tecnológico era recibida con vítores y no con temor a su potencial uso. En el otro extremo, el tándem de “Geiger Counter” y “Radioactivity” y su enumeración de catástrofes nucleares. Entre ambas: “The Model” y “Neon Lights”, un hedonismo robótico que más tarde se convirtió en fascinación por el desplazamiento con los cinco movimientos de “Tour de France” (la tracción a sangre convertida en pulso electrónico) y “Trans Europe Express”, una postal del futuro que no fue. 

Y cerca del final, Kraftwerk se convirtió en su propia epifanía, cuando “The Robots” empezó con varios elementos (bases, arpegiadores y el apoyo visual) fuera de ritmo, y no hubo mejor metáfora posible: no existen los sistemas a prueba de fallos. Sin embargo, después de la autoexplicativa “Planet of Visions” y su alusión a un puente entre Detroit y Alemania (tanto como parque industrial como usina para la vanguardia electrónica), el final volvió a poner las cosas en su lugar: “Boing Boom Tschak”, “Techno Pop” y “Music Non-Stop” funcionaron como partes de un mismo todo. A medida que la pieza llegaba a su fin, los integrantes se fueron yendo de a uno, y cada dimisión desagregar también un instrumento hasta que solo quedó una bruma digital en el aire, el recordatorio de que aún sin humanos que la interpreten la música no se detiene.

Kraftwerk
Imagen capturada con un Motorola Edge 30 Fusion