
La segunda fecha del Festival BUE estuvo signada por una palabra: incertidumbre. Desde antes del mediodía, la propia cuenta de Twitter de Gorillaz se había convertido en la voz oficial de la organización, anunciando cambios de horario de la atracción principal (de las 23 a las 20, y después a las 19:45) debido a la tormenta anunciada para la noche. Al ingresar al predio, unos carteles escritos a mano y pegados frente a los accesos servían de boletines de último momento para los recién llegados.
Ya durante los bises de Damon Albarn y compañía, los relámpagos que dibujaban el cielo presagiaban lo peor. En cuestión de minutos, el temporal diezmó la cantidad de espectadores en el predio de Tecnópolis, llevando al resto a refugiarse dentro del estadio cerrado. Tras varias idas y vueltas -y sin comunicaciones oficiales-, los shows previstos pudieron llevarse a cabo en tiempo y forma, con la notable excepción de Major Lazer.
Aunque el desenlace del festival Piria Music (a 200 kilómetros de Buenos Aires) obliga a preguntarse si la noche del sábado en Villa Martelli cabe dentro de la categoría "desgracia con suerte", el saldo general parece ser positivo; sea por aquellas vicisitudes climáticas o por la propia composición de la grilla, el debut local de Murdoc, 2D, Noodle y Russel fue, por lejos, el plato fuerte de la jornada.
A Damon Albarn le tomó su tiempo que el mundo entendiera que Gorillaz era algo que iba más allá del chiste de una banda virtual con personajes animados. Disco tras disco, la idea de “el proyecto paralelo del líder de Blur” viró en la confirmación de un grupo con peso propio que rebota del hip hop al soul, y de ahí al dub y el pop, cada vez con más firmeza en cada territorio explorado. Anoche, su presentación como atracción principal del BUE fue la confirmación de todo eso, y también la de que el universo de fantasía creado por Albarn junto al ilustrador Jamie Hewlett cada vez tiene menos de ficción.
Un pedido de auxilio sampleado de El día de los muertos vivos repetido ad infinitum mientras “M1A1” se cocinaba como un punk de combustión lenta arrojó la primera postal del paisaje post apocalíptico en el que se sucede la obra de Gorillaz. “Last Living Souls” reafirmó la idea: 2D, Murdoc, Noodle y Russel (o Albarn, su banda y el público) son los últimos sobrevivientes de un apocalipsis que pasaría por imaginario si no tuviera tanto correlato con el mundo de verdad. “Las olas se elevan en esta época del año, y nadie sabe qué hacer con este calor”, sugirió la letra de “Rhinestone Eyes” poco después, ambientada en un futuro en donde el desastre climático arrasó con todo, bastante parecido al presente en el que las temperaturas fluctúan de manera cada vez más abrupta.
Después del dub melancólico de “Tomorrow Comes Today”, “Every Planet We Reach Is Dead” se construyó como un glam distópico que primero mutó hacia un clima de levitación lenta y terminó con espíritu disco. El clima opresivo se esfumó primero en “19-2000”, con Albarn cantando desde el pasillo que dividía al campo en dos, y tuvo su tiro de gracia en “Superfast Jellyfish”, con Dave y Posdnuos de De La Soul convertidos en MCs arengadores de algo tan improbable como una canción sobre comidas instantáneas del futuro... hechas con aguavivas. De fondo, las visuales de Hewlett ayudaban a completar el cuadro sin pedir protagonismo, para terminar de dejar en claro que Gorillaz se sostiene a partir de la música, por más fantasías animadas que haya en su relato.
El preciosismo melódico de “On Mellancholy Hill” funcionó como un bálsamo anímico antes de que “Saturnz Barz” llevase todo a un sendero lúgubre, un dancehall para replicantes con el feat de Popcaan en video desde la pantalla de fondo. La participación del jamaiquino fue la única en formato virtual (porque Del the Funky Homosapien en "Clint Eastwood" apareció dibujado): Vince Staples, que había actuado más temprano y por su cuenta, sumó su flow punzante a “Ascension” para denunciar las injusticias raciales de ayer y hoy, Peven Everett convirtió a “Strobelite” en la banda de sonido de un boliche distópico, y Jamie Principle y Zebra Katz aportaron respectivas cuotas de house y trap en “Sex Murder Party”.
Después de “Punk”, una suerte de “Song 2” juguetón para dibujitos animados, “Kids with Guns” volvió sobre el sendero del hip hop en 8 bits. Con la tarea de tener que reemplazar al fallecido Bobby Womack, Everett volvió al escenario para el electrofunk de “Stylo”, justo antes de que “Plastic Beach” trazara una comunión improbable entre el hip hop y la música western para denunciar la contaminación de los mares. Dentro de ese clima fatalista, Jehnny Beth, de Savages, tomó por asalto el escenario primero y el campo después para “We Got the Power”, un himno de comunión ante adversidades varias, la misma unión que hizo posible que en estudio fuese Noel Gallagher quien sumase guitarras y coros al tema.
A la hora de los bises, “Hong Kong”, un lado B de Demon Days fue la revalidación de ciudadano del mundo de Albarn, con una melodía oriental leída desde el prisma británico. El clima de ensueño duró poco: De La Soul regresó al escenario para una lectura intensa de “Feel Good Inc.” propulsada por una carcajada macabra de Dave, y “Clint Eastwood” sumó dub pandillero e ironía como retrato de la pre-millennium tension. El tándem final de brit gospel “Don’t Get Lost in Heaven” y “Demon Days”, planteadas una como desenlace de la otra, redondeó una súplica de redención para un apocalipsis inminente. “Estos días demoníacos son tan fríos / Es muy difícil vivir, y también sobrevivir / Ni siquiera podés confiar en el aire que respirás / Porque la Madre Tierra tiene que abandonar su alma”, cantó Albarn acompañado por el coro mientras de fondo las nubes negras y los relámpagos que chispeaban en el cielo le daban la razón.
Justo antes de Gorillaz, Baxter Dury dio una lección de elegante decadencia dentro del microestadio de Tecnópolis. Como una suerte de Serge Gainsbourg pero inglés hasta la médula, se plantó vestido con traje blanco y camisa roja, flanqueado por dos tecladistas y coristas con largos vestidos también rojos, y un trío de guitarra-bajo-batería que cargó de energía las canciones. De una sordidez subyacente a la Roxy Music, el cantante logró pasar a un un a-go-go que podría sentarle bien a The B52's, en un show de cabaret montado antes un par de miles de personas, lo que habla de un manejo notable del escenario y la dinámica en vivo.
Canchero pero entrador, el hijo de Ian Dury (de quien evidentemente heredó la voz) se sentó por momentos al piano, aunque casi siempre se mantuvo al frente para mostrar su copa de vino, chapucear algo en español (mostró su ropa y repitió “el blanco”) y, sobre todo, entregar imágenes movilizadoras en sus letras. En “Wanna”, que presentó diciendo que “a veces tenés que recordar quién sos y no olvidarlo”, soltó con total naturalidad la frase “estuve pensando en vos, preguntándome si estarás en la cárcel”. En “Letter Bomb”, en cambio, repitió como enajenado el título, que es casi todo el texto de la canción. Y en “Miami”, el single de su último y hermoso disco Prince of Tears, reflexionó con acidez sobre el lado oscuro de la condición humana, sin redención posible a la vista.
Sin banda, sin visuales: solo contra el mundo, Vince Staples subió al escenario principal del BUE con toda la ortodoxia del hip a cuestas. Pistas disparadas, una máquina de humo y, a sus espaldas, el equipo de Gorillaz embolsado se convertían en una puesta austera y primitiva, como si el rapero estuviese disparando sus rimas en un basurero post industrial. Después de la intro en off de "Ramona Park is Yankee Stadium", el joven de Compton (sí, la misma ciudad de N.W.A. y Kendrick Lamar) hizo su entrada con los beats bombásticos, casi EDM, de "Party People" y "BagBak".
Dueño de un flow tan agresivo como groovero, que tuvo en "Blue Suede" su momento de mayor alquimia, Vince Staples fue víctima de su propio purismo y su set cayó en algunos baches (la diáfana "745") gracias a la monotonía de la propuesta. Su andar agazapado y su mirada extraviada, suficiente para generar clima en un recinto más chico, se perdió en la inmensidad de un contexto que necesitaba un poco más. Horas más tarde, su descollante contribución al show de Gorillaz con "Ascension" sirvió como prueba de su potencial. ¿Cuánto mejor sería su show si lo acompañara una banda y visuales acorde? Ojalá Vince esté haciendo los cálculos.
En poco menos de cinco años, Kali Uchis pasó de ser un talento joven en ascenso a futura promesa del R&B y el soul digitalizado. A lo largo del último lustro la cantante -nacida en Colombia pero criada en Estados Unidos- tuvo el visto bueno de Snoop Dogg, Gorillaz, Diplo y BadBadNotGood sin más que un puñado de singles, un mixtape y un EP como canon discográfico. Su debut porteño fue una cruza entre la exhibición de su repertorio (“Sycamore Tree”, “Tyrant”, “Ridin’ Round”) y un seleccionado de covers tan amplio que fue “Let’s Stay Together” de Al Green a “Sabor a mí”, popularizada por Los Panchos. Como remate, una versión en spanglish de “Suavemente”, de Elvis Crespo, dejó en el aire la sensación de mixtura que encuentra mayor impacto en el hemisferio norte que en su propio territorio cuando no se apega al cancionero propio. Casi en simultáneo, los 107 Faunos tenían su revancha indie: el día anterior, por desinteligencias de la producción, habían tocado antes de que se abrieran las puertas del predio.
En el extremo opuesto, si alguien salió beneficiado por el caos climático, esos fueron Los Reyes del Falsete, que se encontraron tocando para más de 5 mil personas en el escenario cerrado. Después de la lluvia, los rumores de cancelaciones y el éxodo de festivaleros, el show del trío de zona sur puso a disposición su potencial melódico, que sirvió de comunión entre los refugiados de la intemperie. Nica Rex, Tifa Rex y Juanchy Manchy repasaron sus discos La fiesta de la forma (2012), Días nuestros (2014) y Lo que nos junta (2016). Entre imágenes eclesiásticas y agradecimientos “al 90% de la gente presente que no debe ni saber quiénes somos”, cerraron en clave cumbia con “San Jorge”.
En un año donde tocaron en todos lados -desde Cosquín Rock, Villa La Angostura y varios shows ATP en Niceto- de la mano de su primer álbum Chupalapija (2016), Perras on the Beach sumó una nueva figurita para su anuario con su show de trasnoche en el BUE, antes de que Acid Arab cierre definitivamente el festival.
Cargados de energía adolescente y efervescente, Perras, con músicos invitados en casi todos los temas, no le esquivaron ni al amor ni a las balas de goma. Después de que Luca Bocci se sumara a “Tuca”, WOS (el freestyler campeón de la Batalla de los Gallos) llegó para rapear en “Municipálida” con múltiples referencias a la represión policial de estos últimos meses. Detrás de él, una lluvia de agentes de las fuerzas en forma de emojis se proyectaron sobre las pantallas.
Entre “Te vi” y “El amor” y sus gemas millennial punk “Puchos” y “Mis amigos”, Simón Poxyrán y compañía hablaron de lo que saben y les importa. La fórmula, en palabras del líder: “Familia, amigos, amor, porro y skate, loco”. Para cerrar y antes de los pogos y el stage diving del guitarrista Ignacio Laspada y Simón, los JVLIAN se sumaron en “Australia” (su homenaje a Tame Impala), a modo de coda, el trío mendocino amigo y hermano Usted Señálemelo hizo lo propio en “Turco X”.
Textos de Joaquín Vismara, Roque Casciero, Catalina Greloni Pierri, Ignacio Guebara y Sebastián Chaves. Fotos de Juliana Wainsztein, Cecilia Salas, Fernando Gens, José Luis García y Tomás Correa Arce.