
Lejos de toda parsimonia, lo primero que hace Robin Pecknold al subir al escenario para dar comienzo al debut de Fleet Foxes en la Argentina es arengar al público con una melodía de canción de cancha. La escena se sostiene un par de minutos, hasta que el músico agradece, mira a su alrededor, cuenta hasta cuatro y guía a sus compañeros de banda hacia “Wading in Waist‐high Water”, un folk amable lleno de recovecos y ornamentos, que tiene su continuidad narrativa en “Sunblind”, donde la sección de vientos parecía llevar a la música hacia otro terreno, hasta que las guitarras volvieron a encarrilar todo en ese sendero por el que solo la banda de Seattle sabe manejarse.
Demorado y esperado en partes iguales, el primer show en suelo patrio de Fleet Foxes funcionó como apertura formal de la edición 2022 del Music Wins. Y que el recital haya sido bajo el paraguas del festival pero al mismo tiempo fuera de él (en definitiva, un día antes y en una sede distinta), terminó siendo un factor determinante clave a la hora de la enjundia. Durante poco más de hora y media, Pecknold y compañía fueron capaces de ir de la euforia al intimismo y convertirlo en un gesto cómplice con el público sin que mediasen palabras para explicar el cambio de espíritu de un momento al otro. Como en el primer cine de Eisenstein, en Fleet Foxes el héroe es colectivo y los protagónicos no existe, todo aquel que sobresale luego pasa a un segundo plano sin sobresaltos, como lo demostró la sección de vientos en “Can I Believe You”.
Después de un carreteo a velocidad crucero, “Ragged Wood” puso a la banda a marchar al ritmo de una locomotora a vapor, con el tecladista Casey Wescott yendo y viniendo del Hammond a una mandolina con absoluta naturalidad. Poco después, en “Your Protector”, sumaría una flauta traversa a la ecuación. Después de que “He Doesn’t Know Why” fuera un viaje al pasado más remoto y “Featherweight” intentase sumar orden y progreso, la suite autocontenida de “Third of May/Ōdaigahara” tuvo a la banda paseándose entre distintos climas que fueron de la canción microscópica al encastre de climas entre una y otra instancia. Poco después, “White Winter Hymnal” tuvo a Pecknold, Wescott, el bajista Christian Wargo, el guitarrista Skyler Skjelset y el baterista Christopher Icasiano despidiendo la canción en un coral de cinco voces que parecía estudiado al milímetro pero sonó por demás orgánico.
Justo cuando “Phoenix”, su colaboración junto a Big Red Machine, parecía indicar una búsqueda más convencional y con menos riesgo, “Mearcstapa” puso patas para arriba la escena, con un tema oscuro de rítmica irregular y aires de psicodelia asfáltica, con los vientos en plan free jazz. Para rematar la escena, “Mykonos”, de su primer EP, Sun Giant, una suerte de marcha épica a través de praderas bajo un sol tremendo, que marcó un abismo conceptual con “A Long Way Past the Past”, más concentrada en la simpleza estructural que en la reinvención de fórmulas. Y si de búsquedas se trataba, ahí estuvo Skjelset arrancándole texturas espesas a su guitarra con un arco de violín en “Drops in the River”.
Cerca del final, una mandolina y un banjo fueron el ariete para “Blue Ridge Mountains”, encapsulada por la atmósfera creciente de “Grown Ocean”. Y si a lo largo del show, todos los integrantes de Fleet Foxes demostrar tener la suficiente versatilidad para saltar de un instrumento al otro (con la excepción de Pecknold, que solo se movió entre guitarras de 6 y 12 cuerdas), “The Shrine / An Argument” fue la muestra máxima de ese proceso, dos canciones en una, en las que el cambio se presenta como una política necesaria para demostrar lo mucho que se puede hacer con una selección mínima de recursos. Sin que mediaran bises, Pecknold y parte de su banda se quedaron solos en el escenario para una versión a piano y cuatro voces de “For a Week or Two”, como un mantra dispuesto a erradicar la tormenta que tomó por asalto la ciudad poco antes del comienzo del show.
A la hora del final, “Going-to-the-Sun Road” tuvo al brasileño Tim Bernardes (que abrió el show a guitarra y voz, con cover de “La sed verdadera” incluido) aportando lo justo y necesario para ayudar a crear el clima necesario para el cierre definitivo. Sin poder ocultar sus sonrisas, Pecknord y compañía emprendieron retirada con “Helplessness Blues”, el tema que da nombre a su segundo disco. Con los ojos cerrados con fuerza, el cantante y guitarrista entonó unos versos que parecen invitar a la desolación (“¿De qué sirve cantar el blues de desamparo? ¿Por qué debería esperar a alguien más?”). Abajo, una multitud exultante parecía mostrarle el motivo por el cual no dejar de hacerlo.