
Ya desde su nombre, el Festival Nuestro carga con un peso que puede transformarse en un arma de doble filo. Por un lado, la idea de dar cuenta de ciertos orígenes y objetivos en común con el fin de hermanar a las masas y generar proximidad; por el otro, el riesgo de caer en cierta arrogancia a la hora de definir qué es lo "nuestro", y qué se incluye y qué se excluye en esa delimitación.
En la búsqueda de una curaduría que sea cada vez más heterógenea y menos canónica, la nueva edición del festival que se llevó a cabo en Tecnópolis y reunió a más de 15 mil personas fue un notorio paso adelante en comparación a la del año pasado, en la que había primado una celebración de la argentinidad casi chauvinista.
A continuación, cinco momentos (no necesariamente los mejores) del Festival Nuestro 2018.
Rolo Sartorio, el setentista
"Qué pedazo de puto". En un alto del set de La Beriso, Rolo Sartorio sobreactuó su enojo cuando la producción del evento lanzó un puñado de botellas de agua para saciar la sed de los fanáticos. "Así tenés que tirar, como los bomberos", reclamó mientras regaba a chorros las primeras filas. "La concha de su madre".
En un show de casi dos horas sin la parafernalia visual ni la plétora de invitados de aquel paso por el Monumental en 2016, la banda apeló a las esporádicas diatribas de su frontman, a su extenso cancionero y a algunos guiños a los grandes nombres del rock argentino (un cover de "Estadio Azteca" como homenaje a Diego Maradona, un breve medley con "De mí" y "Los dinosaurios" en piano) para agasajar a sus seguidores porteños por primera vez en lo que va de 2018.
Esa cita al clásico de Charly García sobre la dictadura militar fue el equivalente musical de una certificación de firmas: reconocer la forma sin analizar su contenido. "Nosotros hemos hecho que la familia vuelva a los recitales. Hoy la revolución es el respeto, no hay que tirar piedras, no hay que cortar calles. Eso quedó en los 70, muchachos", dijo Sartorio segundos antes de despedirse. Tal vez el cantante no toma noción del peso de sus palabras cuando son dirigidas a un público masivo. O, peor aún, lo tiene demasiado claro.
La despedida de los Ratones Paranoicos hasta nuevo aviso
Sin discursos grandilocuentes y sin épica desmedida, un modus vivendi que caracterizó todo su operativo retorno, los Ratones Paranoicos dieron su último show del año apostando a su lista de canciones que combina clásicos transversales ("Rock del pedazo", "Sigue girando", "Para siempre", esta última como cierre) y esas que apuntan al núcleo duro de seguidores ("Juana de Arco", "La nave", "Destruida roll"). A lo largo de los 20 temas del set, el grupo mostró toda su solvencia y versatilidad, incluso cuando la formación se ensancha con bronces y coros.
Lejos de perder soltura, Juanse (esta vez con campera y zapatillas deportivas que lo asemejaban más a Marty McFly que a Austin Powers) y Sarcófago se tomaron su tiempo para desplegar solos de guitarra en forma de diálogos espaciados, como dos señoras que tejen bufandas en sus sillones hamaca. Pero claro que hubo tiempo para majestuosidad de estadios. "Rock del gato" fue, otra vez, el momento para que el público se haga cargo de esos versos iniciales mientras desde los parlantes, el riff de guitarra se expandía por todo el predio, tan icónico como impúdico. Habrá que esperar hasta nuevo aviso para volver a tener noticias de los Ratones, pero un nuevo disco solista de Juanse podría ayudar a saciar esa sed.
El trap se ganó su merecido lugar en la grilla
Lo que en ediciones anteriores fue una nota al pie, esta vez fue suplemento. El trap (con su natural expansión al hip hop) tuvo su propio escenario (Urbano) en el Festival Nuestro, que incluyó a Maikel Delacalle como propuesta internacional y a Dakillah como estandarte femenino. Si hasta Emanero, rapero de ley que patea la escena desde principios de siglo, cerró su set con "Nos vemos en Disney", su single editado este año que lo tiene definitivamente incursionando en el género del momento. Pero el medio es el mensaje, y su momento ego trip llegó en esos versos en los que pela curriculum ante la andanada de artistas nuevos que desfilan sus rimas por las batallas de gallos: "Y se quieren comparar pero yo escribo poesía / Puedo hacer rap a la moda, nunca música vacía".
Si bien la ausencia de visuales y un sonido que no terminó de definirse (después de todo, el trap parece haber nacido para sonar bajo techo) atentaron contra la efectividad de propuestas que centran buena parte de su atractivo en la repetitivdad de los beats y los graves explotados, nada impidió que Malajunta primero y XXL Irione después pisen fuerte a reclamar el lugar que les corresponde en el mapa de la música local. "Nosotros nos criamos escuchando Hermética, Aerosmith, Bob Marley", dijo el trapero de pelo oxigenado antes de que un scratch le de pie a tirar unos versos de "Qué calor", de Pibes Chorros. A fuerza de información, ritmos, y tecnologías, y de relatar vivencias personales, los exponentes del género mueven clics y likes como máquinas perfectamente afinadas para musicalizar las tristezas y felicidades de las nuevas generaciones. "Llegamos a los festivales, quién lo iba a decir", dijo Malajunta después de "Ser así". Y era hora de que así sea.
Onda Vaga, El Kuelgue y el hit del verano
A contramano de la biblia festivalera, que dice que el segundo escenario no es más que una extensión del principal, en el Festival Nuestro la cosa fue distinta: el denominado "Churro" definió una impronta particular, con el cruce de estilos como eje. En el bloque central, tanto El Kuelgue como Onda Vaga funcionaron como válvulas de escape de la "presión" rockera (el primero echando mano a su trío de vientos como continuidad de la propuesta de El Bordo, mientras que el segundo invitó a Perotá Chingó para un "experimento" folclórico) aportando una frescura y una búsqueda artística más que necesarias. "Me avisan que están robando billeteras y justo acá adelante se ponen a cantar el hit del verano", rió Julián Kartun promediando su show; "Cuídense, ámense, voten bien", reclamó Nacho Rodríguez a modo de despedida. Lo que une la música también lo une la política.
El reggae argento como parte del ADN musical
La parada era complicada: con los Ratones Paranoicos y La Beriso como cabezas de cartel, levantar las banderas del reggae en el final de la jornada requería de no poca destreza. La apuesta había comenzado al atardecer, con los guiños de El Kuelgue al género, y siguió con la invitación de La Beriso a Néstor Ramlijak para una versión a dúo de "Madrugada". Dos muestras, pequeñas pero representativas, de la incorporación de cómo el rock argentino absorbió razgos del estilo (más como condimento que como sustento) para expandir sus universos sonoros.
Dancing Mood, a cargo de lo que tal vez fue la propuesta artística más sólida de la noche, luchó para evitar el esperable éxodo de fans de Rolo Sartorio y compañía hacia el pasillo de salida. "Gracias por acercarse, por el respeto. Un placer", expresó Hugo Lobo en la mitad del set, habiendo retenido un cúmulo de espectadores más que respetable. A modo de cierre, y por segundo año consecutivo, Nonpalidece fluctuó entre nuevas y viejas canciones (del hit "Para dónde corrés" a la introspectiva "Revolución") para plantar bandera entrada la medianoche.