
Del otro lado del titanosaurio que engalana el arco de ingreso a Tecnópolis, cruzando las calles anchas, los fans vaso en mano, los stands promocionales de autos estilo Pinamar, los vendedores ambulantes de cigarrillos y los vips multitudinarios; detrás de todo eso están las canciones. Es allí, y no en la parafernalia publicitaria que es moneda corriente en los festivales, que radica el éxito de la segunda jornada del BUE: una grilla completa (y compleja) de artistas, distribuida con relativa eficacia y entendida como una transición ordenada entre el intimismo y la fiesta de sábado por la noche, en la que ninguna pieza parecía estar fuera de lugar.
Desde el arranque con John Grant y Victoria Bernardi hasta el cierre con Barco y Paul Kalkbrenner, la fecha final del retorno de Daniel Grinbank a la producción de festivales en Buenos Aires tuvo sus momentos destacados. Algunos, como el esperado y demoledor debut local de Wilco, la parafernalia creativa de The Flaming Lips y la eficiente apuesta electropop de Pet Shop Boys, ya fueron reseñados en detalle en Silencio. Aquí, el resumen del resto de los shows de una fecha que demostró que, al fin y al cabo, lo que importa no siempre es la cerveza.
Los que llegaron temprano tuvieron su premio, porque John Grant brilló en su debut argentino. Con su figura enorme y barbada, y una remera imposiblemente fea, el cantante se plantó en el escenario acompañado de un tecladista y un guitarrista, y cruzó como en sus discos las fronteras entre la canción de autor -entre Rufus Wainwright, el Nick Cave más sarcástico y Elton John, por extraño que parezca- con una electrónica oscura, tan expresiva como ascética en su concepción. Con profundidad e inteligencia, se rió de su auto conmiseración en "Grey Tickles, Black Pressure", se entregó al noise de la guitarra en "Queen of Denmark", se puso a bailar con "Pale Green Ghosts" y presentó "Glacier" en muy buen español, diciendo que era "una canción política" sobre que le daba igual si a la gente no le gustaba lo que él hace. Tras años de excesos, con un tratamiento contra el VIH a cuestas, este cuarentón usa el humor como escudo, como en la notable "GMF" (abreviatura políticamente correcta de "Greatest Motherfucker").
En el Heineken Arena, el mismo escenario sobre el que poco después Wilco saldó con con creces la deuda con su público, Juana Molina se sumergió de lleno en un set regido por la folktrónica y la sampleadelia. Escoltada por Diego López de Arcaute en batería y Odín Schwartz en guitarra, sintetizadores y máquinas varias, la cantautora centró su show en las canciones de Wed 21, su último álbum a la fecha. “Ay, no se ofendan”, “Eras” y la canción que da nombre al disco se rigieron por un mismo patrón, en donde cualquier fraseo o línea vocal se reconvierte en un loop sobre el que se reconstruye la canción. “Un día” y “¿Quién?” apuestan por lo mismo, pero llevando los beats por minuto al borde del drum & bass telúrico. Una fórmula creativa en donde conviven Nick Drake, Björk y Animal Collective como punto de partida para la creación de un universo propio.
Los últimos rayos de sol aún iluminaban el escenario principal cuando -con 15 minutos de retraso- Capital Cities apareció en escena para celebrar el baile con sus canciones pop-rock. El dueto integrado por Ryan Merchant y Sebu Simonian orquestó su fiesta desde el inicio: los primeros acordes de "One Minute More" entusiasmaron de inmediato al público que un rato después se sorprendió con un cover de "Breathe", de Pink Floyd, en el que el trompetista Spencer Ludwig logró destacarse conservando la cuota intimista de la versión original. El set viró nuevamente hacia el dancefloor con "Kangaroo Court", "Origami" y "Center Stage"; luego de los hits, dos temas nuevos que continúan con la propuesta sonora del primer disco ("River Phoenix" y "Drop Everything"), prácticamente pasaron desapercibidas. El show no podía concluir sin que suene "Safe and Sound", ese que los hizo conocidos mediante una línea de trompeta que se pega al oído como chicle y que el público aclama con descontrol: fue el triunfo de la alegría.
"¿Están listos para mí?, ¿Están listos para Peaches?", exclamó Merrill Beth Nisker, convirtiendo una simple pregunta en su primer gesto de provocación. El segundo fue algo más directo: salir a escena con un traje de felpudo y un sombrero en forma de vulva. A lo largo del show, la artista canadiense se cambió de vestuario varias veces entre canción y canción y explotó en movimientos obscenos acompañada por dos performers tuneados para la ocasión, con el objetivo de guiar a la masa a un frenesí XXX. Sin embargo, entre gestos, cambios de look y el manejo de la consola de beats, las canciones resultaron un tanto desprolijas. "Rub" inició el happening de dance-punk, al que le siguieron "Operate" y "Vaginoplasty", previo al anuncio: "Esta es una canción sobre mi gran pocha". El resto del show siguió el mismo curso, que tuvo como climax a "Dick in the Air" acompañada por un séquito de fieles que mecían sus manos en el aire y coreaban excitados "dick". No obstante, la segunda visita de Peaches al país fue más una reivindicación de la sexualidad que otra cosa, dejando a las melodías en un segundo plano.
Desafiando un lineup que lo corría al mismo tiempo por izquierda -con el electropop clásico de Pet Shop Boys en el escenario principal- y por derecha -el tecno puro y duro de los argentinos DFUNKLUB y el alemán DJ Koze en el espacio indoor-, Guillermo Alonso se forjó su lugar a fuerza de canciones. La de Coiffeur es una propuesta que, si bien fue mutando hacia un camino más cercano al de Neil Tennant y compañía a lo largo de su discografía, sigue apoyándose en la belleza de las letras de Alonso ("Es hora de aceptar que te falta valor para sostener lo que sentís sin hacerme daño", reclama en "Oxígeno") y en la destreza del tándem bajo-guitarra-batería para crear un lenguaje único. En "Nudo", el tema elegido para el cierre, el cantautor de Morón se movió en su traje rosa chicle sobre su eje, citando a Marx y Engels con aquello de que la historia se repite como farsa, para luego abrir y cerrar las manos como signature move; el público respondió bailando con una alegría que no pocos artistas de este festival hubieran querido generar. Y eso no es poca cosa.