
En los papeles, a Deftones le tocó ser víctima de una cruel paradoja. Con Adrenaline y Around the Fur, sus dos primeros discos, la banda de Sacramento sentó las bases de lo que pocos años después se convertiría (o convertirían otros, para el caso) en el nü metal. Y así fue como Chino Moreno y compañía abrieron la puerta a una camada de bandas que sacaron provecho del asunto con más oportunismo que talento, robándoles protagonismo y agotando la atención sobre un género efímero justo cuando ellos ponían sobre la mesa a White Pony, el OK Computer de su propio ghetto.
De ahí en más, la historia de Deftones se reduce a una supervivencia constante, con una búsqueda cada vez menos estructurada y más libre, un hecho nada menospreciable cuando sus compañeros de camada no fueron más allá de fusionar riffs en afinación grave con scratches y bases de hip hop. No por nada, en su quinta visita a Buenos Aires, el grupo arremetió con cuatro canciones de su segundo álbum sin solución de continuidad: “Headup”, “Be Quiet and Drive (Far Away)”, “My Own Summer (Shove It)” y “Around the Fur” fueron no sólo un viaje a 1997, sino la prueba viva de una obra sin fecha de caducidad instantánea.
Parte de esa fórmula sin expiración visible radica en lo inclasificable de la combinación de elementos que componen el universo Deftones. Está la guitarra de Stephen Carpenter, capaz de ir de los machaques incisivos a soundscapes inesperados y etéreos. Está el tándem rítmico y macizo que componen el baterista Abe Cunningham y el bajista Sergio Vega, que a su vez se amalgama con los loops y teclados que aporta ocasionalmente Frank Delgado. En el medio de todo eso, Chino Moreno, un vocalista que se pasea con su registro barítono, entre la melodía y el grito gutural, un Morrissey chicano que reemplazó la militancia vegana por la revista Thrasher.
Dentro de esa galaxia personal, los matices pueden aparecer a cuentagotas o como factor diferencial constante, dependiendo del caso. “Swerve City” sumó sensibilidad melódica y en “Elite”, la voz de Moreno se paseó por todos los rincones del arco de sus cuerdas vocales, más en sintonía con Mr. Bungle que con Limp Bizkit. “Digital Bath”, “Knife Prty” y “Rosemary” apostaron por la espacialidad, con un nu metal que resta rap a su fórmula y le suma texturas de dream pop en los momentos de inflexión. Y para la reivindicación ortodoxa, “Kimdracula”, rapcore sin sutilezas con el escenario bañado por luces rojas.
Con Moreno en segunda guitarra, “Hole in the Earth” fue shoegaze entendido desde la óptica Deftones, la antesala correcta para el martilleo fúnebre de “Change (In the House of Flies)”. “Diamond Eyes”, en cambio, fue puro nü metal aspiracional, el comienzo de un bloque de tres canciones del disco homónimo, que tuvo mejores exponentes en la puja de fuerzas entre la deformidad rítmica y la intención armónica de “You’ve Seen the Butcher” y la linealidad carente de sutilezas de “Rocket Skates”.
Envuelta en un halo de psicodelia pesada, “Minerva” fue pura ebullición a fuego lento, y también la única escala en el disco homónimo de Deftones, en una lista que decidió omitir por completo a Gore, su último trabajo de estudio. Y la despedida cambió presente por pasado remoto: “Nosebleed” y “7 Words”, ambas de Adrenaline, funcionaron como la revalidación del momento justo en el que una -por entonces- nueva camada se puso la meta de hacerle un makeover al metal, justo antes de que un puñado de formulistas les arruinase la fiesta.