11/02/2018

Cosquín Rock 2018, día 1: ritual de lo habitual

¿Qué placer verte otra vez?

"Ahora vamos a hacer una votación, levanten la mano los que quieran que toquemos 'Todo pasa'". Andrés Ciro hace el mismo paso de comedia que el año pasado. También repite visuales, gran parte de su lista de temas, la campera de cuero roja que viste con pantalones negros y su poco apego por respetar los horarios del festival. Si el año pasado se había retrasado el inicio, esta vez lo que se demoró fue el final. Otra vez "Tan solo", otra vez el enganchado "El farolito / El balneario de los doctores crotos / Muévelo", otra vez el "Himno nacional" con su armónica, otra vez la apuesta por el costado más obvio del repertorio de Los Piojos, incluso ante un público conocedor y consumidor del completo de su obra.

Pero Ciro y Los Persas no fueron los únicos que encontraron placer (o seguridad) en la repetición. La mayor novedad en el escenario principal de la primera fecha de la decimoctava edición de Cosquín Rock pasó más por el enroque de horarios (los artistas principales fueron programados en un horario más familiar) que por la diversidad de sonidos. Ojos Locos, El Bordo y Las Pelotas (que sorprendió con "El ñandú" pero reincidió con Raly Barrionuevo como invitado en "Esperando el milagro", como en 2015) ofrecieron sets casi en el mismo lugar de la grilla que el año pasado. Con suerte diversa, Nagual, Sueño De Pescado y Las Pastillas Del Abuelo completaron la saga del rock barrial de la generación Cromañón, que confirma que si "el barrio llegó a Obras" con La Renga en 1994, el barrio llegó a Cosquín hace años y no planea mudarse.

Bien temprano, los liderados por Ciriaco Vera demostraron que lo que los une a Chizzo y compañía no es sólo el barrio de procedencia (Mataderos) sino también un sonido construido en base a distorsión, vozarrón y letras que tienen mucho de ruta y liberación, como dejaron en claro con "De fierros". "Hacía mucho que quería decir esto: 'Buenas tardes, Cosquín'", bromeó el cantante y guitarrista a propósito del debut del grupo en el festival cordobés. "Gracias a todos los barrios", remató para dejar en claro desde dónde escriben, hablan, tocan y sueñan.

El debut de Sueño de Pescado tenía mucho condimento desde la previa. Gracias a su constante crecimiento en convocatoria, los llamados a ser la próxima gran banda de estadios del rock barrial tocaron en el escenario principal después de haber organizado, durante varios años, una suerte de contrafestival, emplazado en las cercanías del predio y en las mismas fechas que Cosquín. "A buen entendedor, pocas palabras", comentó Manuel Rodríguez, el líder pendenciero y desfachatado del grupo. Musicalmente, su propuesta aboga por la ortodoxia del género, alejados de las concesiones melódicas y country de La Beriso, tanto las guitarras como la voz de su cantante suenan más sucias y urgentes, más callejeras... ¿Referencias barriales? Dos. "Vamos los barrios, loco, dale", dijo Rodríguez primero, para luego imitar la lectura de banderas popularizada por Andrés Ciro.

Pasadas las 22:30, las banderas bajaron por un rato durante el show de Creedence Clearwater Revisited. La única banda internacional que pasó por el escenario principal tocó todos los clásicos, sí, pero sin volumen, gracia ni onda... ni John Fogerty. Sólo con Doug Clifford en batería y Stu Cook en bajo como miembros originales, la formación sonó deslucida y por momentos hizo tambalear clásicos indestructibles como "Who'll Stop the Rain" y "Suzie Q". Se coreó "Brasil decime que se siente", durante "Bad Moon Rising", claro.

Con "Ji ji ji" como único repaso por la obra de Los Redondos, Skay Beilinson brindó un show austero y conciso en el que no necesitó más que de un cuidado juego de luces, generalmente azules, para lograr el clima deseado. El desenfreno riffero con "El golem de Paternal", el preciosismo cancionero de "Oda a la sin nombre" y la densidad de "El equilibrista" fueron algunas de las muestras más salientes de que mientras para algunos el rock se murió, para el líder de Los Fakires todavía puede ser un lugar misterioso.

Dispuestos en la grilla bien tarde, como un after office festivalero, Las Pastillas del Abuelo tenían la difícil tarea de retener al público después de una jornada extensa. Y por eso el arranque fue con los tapones de punta. "Locura ordinaria" y "Oportunistas" fueron los primeros golpes de efecto combinados con bolas gigantes disparadas desde el escenario y rebotadas por el público. Pero la lluvia, ese imponderable de Cosquín, obligó a la suspensión del festival cuando Piti Fernández y los suyos promediaban esa suerte de fogón para multitudes en las que se transforman sus shows.

El otro Cosquín

Tan cierto como que la jornada inicial de Cosquín Rock 2018 tuvo en su escenario principal una oferta unilateral y reiterativa es que en el resto del predio los sonidos fueron variados y renovados. En el Escenario Temático Reggae, ubicado en el extremo opuesto del predio, Los Pericos demostraron que es posible reformularse sin por eso ignorar los clásicos infaltables. Así como el año pasado la salida fue recorrer sus tres décadas de vida en tres días consecutivos, esta vez convocaron a Andrew Tosh (hijo de Peter), que se unió para tocar versiones de su padre ("Pick Myself Up", "Bush Ductor", "Johnny B. Goode"), sino también una propia ("Mucha experiencia"). Cuando lo hicieron en solitario, los comandados por Juanchi Baleirón recuperaron su toque más crudo y contundente, como si el sentido de pertenencia les hubiese servido de combustible espiritual. En el cierre, "Get Up, Stand Up" celebró los años en los que Peter Tosh y Bob Marley componían en conjunto las páginas más memorables del género.

Pero también hubo espacio para otros microclimas en Cosquín. La carpa Geiser, con mucha mejor convocatoria que el año pasado, hizo de refugio de sintetizadores durante gran parte del día, y tuvo su alquimia bailable con De La Rivera y su funk pop de gancho inmediato como "Fantasía" y Chevere", que serían hits radiales si el mundo fuera un lugar justo. Casi al mismo tiempo, José Palazzo y Rodrigo Guirao Díaz (!) subían para hacer de backing band momentánea de la cantante y guitarrista británica Bex Marshall en La Casita del Blues, el escenario temático ambientado como una casa del Mississippi.

A pocos metros, el escenario patrocinado por una cerveza reunía el costado alternativo de la grilla. Después de sortear inconvenientes de sonido, Octafonic metió mano a su arsenal de composiciones intrincadas que va del heavy metal al dance y al jazz en cuestión de segundos. "Monster", el caballito de batalla del grupo liderado por Nicolás Sorín probó una vez más que se puede conquistar nuevos oídos sin imitar fórmulas efectistas. Como resquicio stoner, que también tuvo a Humo Del Cairo, Banda De La Muerte hizo resonar sus distorsiones valvulares en las paredes del único recinto indoor del predio y consolidó la evolución sonora que viene ostentando desde la edición de 8894 (2015).

Con poco recambio de público entre los escenarios, el primer día de Cosquín Rock 2018 repitió una estrategia con eficacia por demás comprobada, pero bien alejada de la novedad. El segundo día, por el contrario, se presume mucho más heteróclito e inclusivo. Salirse del ritual de lo habitual puede ser un lavado de cara interesante para un festival que desde hace años no tiene nada que demostrarle a nadie.