
“Ahí va”. Charly García acaba de hacer las veces de director de orquesta en el final de “Parte de la religión” y suelta, a medio convencer, la muletilla de aprobación. No porque la versión haya sido memorable sino porque, al menos, parece sentirse cómodo. Pero se trata, ya, del décimo tema de una lista de 22.
Entre desperfectos técnicos y desajustes escénicos, el regreso de Charly García al Luna Park tuvo poco de lo promisorio que había mostrado la seguidilla de shows en el Gran Rex (más acotados, sí, pero también más íntimos y precisos). Claro que los momentos emotivos tuvieron lo suyo: Nito Mestre subió en el inició para una versión de “Instituciones” que de tan eléctrica por momentos se electrocutó; Pedro Aznar hizo lo propio con “No llores por mí Argentina”, y le alcanzó con pelar en los estribillos y tirar un par de magias en el bajo para dejar en evidencia la falta de matices del resto de los músicos; y, también sobre los bises, el ex Sui Generis volvió para “El día que apagaron la luz”.
Pero no alcanzó.
Porque si bien desde un tiempo (bastante prolongado) a esta parte cada presentación de Mr Say No More es una incógnita, el operativo retorno iniciado con aquel Caras y Caretas de 2017 había solidificado cierta estabilidad. Pero este salto a un estadio de mayor capacidad desnudó varias falencias. Charly García estuvo errático buena parte del show (llegó a confundir “El día que apagaron la luz" con “Asesíname”) y su voz llegó muy desgastada hacia el final (“Ojos de videotape” y “Total interferencia” se diluyeron en escala de grises).
Detrás de él, la banda careció de herramientas para apuntalarlo en esos momentos. Excepto por Rosario Ortega (“Gracias por todo, Rosarito”, le tiró Charly), la backing band de García es, apenas, una formación de músicos promedio. Capaces de sonar plenos cuando pisan el acelerador (“Nos siguen pegando abajo”, “Cerca de la revolución”), pero sin la ternura suficiente para crear esas cajitas de cristal que se merecen las melodías de “De mí” y “Canción de dos por tres”.
Ahí, en esa adversidad, las canciones de Charly confirmaron su estatus de irrompibles. Ni siquiera necesitan del marco La torre de Tesla de concepto para las presentaciones, algo que parece más un disparador que García, el hombre del constant concept, necesita como anclaje para su creatividad infinita que una idea elaborada en profundidad. Hay algo en la conjunción de melodías y palabras que lo excede todo, incluso una performance defectuosa.
La cuestión radica, tal vez, en ver cuánto se puede tensar la magia, porque poco de lo que se vio y escuchó anoche en el escenario del Luna Park estuvo a la altura de las canciones de Charly García. Canciones que, como todo lo que es noble, también se merecen responsabilidad afectiva.