
“Son buenos, ¿no?”. Acababa de pasar una versión eufórica de “Go Out” y Damon Albarn le lanzó esa pregunta a sus compañeros de banda mientras señalaba sonriente hacia el campo de Tecnópolis. El interrogante parecía también despejar una duda: a dos años de la última visita de Blur (en Ciudad del Rock, en el marco de una gira reunión en plan grandes éxitos), el presente del grupo británico es recibido con la misma euforia que en cada ocasión que se decide revisitar el pasado.
Gran parte de este magnetismo recae en The Magic Whip. El disco que Blur presentó en Buenos Aires se grabó por obra y gracia del azar: una serie de shows cancelados durante una gira asiática derivaron en que el grupo entrase a un estudio con sus cuatro miembros originales (Albarn, el guitarrista Graham Coxon, el bajista Alex James y el baterista Dave Rowntree) por primera vez en una década. El álbum, producto de una serie de zapadas con la asociación libre como mascarón de proa, sirvió para traer el sonido de la banda hacia 2015, pero también para aceitar los engranajes de la maquinaria interpersonal.

Esas energías renovadas que emana su último material discográfico son las que rigieron su show en Tecnópolis. Una puesta en escena excesivamente austera (tres pa kua chinos con bolas de espejos en su centro) dejó en claro que el foco estaba puesto en el diálogo entre pasado y presente de una misma obra. Así fue como a la bailable “There’s No Other Way”, de Leisure, su primer álbum, le siguió la flamante “Lonesome Street” sin que el enganche pareciera forzado. Blur no cuestiona las cosas si, en definitiva, funcionan, como lo puede ser incluir una seguidilla con “Caravan” y “Out of Time”, dos canciones de Think Tank, el fallido disco que grabó como trío después de que Coxon abandonase el grupo en 2002. Las versiones suenan frescas y renovadas gracias al aporte del guitarrista, encargado de completar lo que en estudio sus compañeros dejaron con gusto a poco.
El hecho de no tener que salir a vender lo más exitoso de una carrera ya extinguida la permitió a Blur evitar la obligación de hacer un show sostenido solamente por la euforia. Para muestra, el bloque formado por “Beetlebum”, “Thought I Was a Spaceman”, “Tender” y “Trimm Trabb”, que ofició de bisagra en la noche. Gospel, climas a tempo medio, buceos instropectivos sólo quebrantados por los brotes sicóticos de la Telecaster de Coxon, capaz de convertir la reiteración de un riff en una bola de ruido tan indescifrable como hipnótica.
“Parklife” ofreció la otra cara de la moneda. Para resaltar el espíritu festivo, Albarn invitó al escenario a una legión de fans con los que jugueteó, se sacó selfies, compartió piques cortos por el tablado y terminó cediéndoles el protagonismo. Ese clima de pub a punto caramelo en el happy hour se replicó en “Ong Ong”, hasta que la tan inevitable como necesaria “Song 2” eliminó las distinciones de clase entre el vip y el campo trasero con un pogo al unísono entre ambos sectores. El tema es lo más efervecescente del catálogo de Blur y por eso no es casualidad que de ahí en más la despedida fuera hacia abajo, primero con la proto chanson “To the End”, y luego con la redención desoladora de “This is a Low”.

Para el cierre definitivo, Blur puso a funcionar una gruesa de canciones cosecha 93-95, la más prolífica de su primera etapa, todas ellas guiadas por la crítica mordaz y burlona a la sociedad británica. A guitarrazo limpio, Coxon guió “Stereotypes”, una pequeña fábula de voyeurs y swingers de la clase media; el festín sintético de “Girls & Boys” esconde nihilismo y angustia (post) adolescente detrás de una fachada supuestamente celebratoria, y “For Tomorrow” pone a un londinense promedio a cuestionar a la vida moderna.
La estocada final quedó en manos de “The Universal”, mitad canción de autoayuda, mitad fanfarria épica sostenida en vivo por un coro y una sección de vientos. La canción se grabó hace veinte años, pero suena como compuesta ayer. Aun con su futuro puesto en duda constante gracias a los inagotables proyectos paralelos de Albarn, Blur logra su cometido: sostenerse en el hoy sin depender nada más que de la estimulación de la memoria emotiva de sus seguidores.