
En el mundo de Björk no existen los pasos obvios. Dueña de una carrera en la que la reformulación y el reacomodo de piezas son ya una constante, su obra puede entenderse como un formateo en loop, en donde cada paso no solo no replica el anterior, sino que además tampoco da pistas de en qué dirección irá la próxima zancada. Prueba de ello fue su paso por el Primavera Sound Buenos Aires: en su cuarta visita a la Argentina, la artista islandesa no solo evitó las complacencias en plan grandes éxitos que se pueden asomar en cualquier festival, sino que además lo hizo poniendo a una orquesta como el único recurso sonoro para reinventar su repertorio, sin preocuparse si el contexto era el adecuado para un concierto demandante de atención para poder sumergirse en sus entrañas.
En la noche del miércoles, Björk se permitió emplazar sobre el escenario en Costanera Sur a una selección de músicos de cuerda provenientes del Teatro Colón, bajo la dirección adusta y sentida de su compatriota Bjarni Frímann Bjarnason. Lejos del rigor académico, las reinterpretaciones buscaron bajar a la raíz más orgánica posible a una selección de canciones en las que el músculo humano es apenas un ornamento de texturas electrónicas radicales. De algún modo, que el grueso de su show recayese sobre las canciones de Vulnicura parecía una maniobra lógica: en 2015, a solo meses de haber publicado su octavo álbum de estudio, la artista publicó una versión grabada en vivo con cuerdas como único acompañamiento, y en cierto modo esa reinterpretación fue el kilómetro cero de lo que se vivió en el Primavera Sound Buenos Aires.
En una suerte de cuento de hadas salido de la tradición élfica, “Stonemilker” abrió el juego con la sutileza orquestal perdida entre el fervor de un público de festival, y con Björk bailando como una niña aprendiendo a manejar su propio cuerpo. Poco después, en “Aurora” las cuerdas se pasearon en un staccato como caminando en puntas de pie por el predio de Costanera Sur, y con su propia autora jugando con las palabras hasta deformar su pronunciación (“Aurrrrrora”). La fragilidad de cada intervención, en donde su voz estaba contenida dentro de remolinos emocionales, eclosionó con la fuerza con la que agradeció en castellano al público al final de cada tema. Y si de emociones se trata, después de “Come to Me” y “Lionsong”, “I’ve Seen It All” espesó el aire del predio al evocar la tragedia a la que la propia Björk le puso el cuerpo en Bailarina en la oscuridad, de Lars Von Trier.
Fotos Björk: Gentileza Primavera Sound Buenos Aires
En una lista donde lo obvio estaba destinado a no ser la norma (y que tuvo una sola escala en fossora, el disco que publicó hace menos de un mes), a mitad de concierto “Hunter” fue lo más cercano a un hit hasta ese momento, con la orquesta replicando los pasos de ese animal predador que merodea a su presa. Poco después, “Isobel” y “You’ve Been Flirting Again” (ambas de Post, de 1995), se fundieron en una misma pieza como parte de un mismo todo, y “Jóga” fue la encargada de elevar la vara de preciosismo de un espectáculo que buscó convertir a la intimidad en un fenómeno de masas. Poco importó que “Quicksand” y “Notget” fueran guiños de decodificación lenta, sobre todo cuando la salida de de esa escena era “Hyperballad” en una reinterpretación por demás emotiva. Pasada la hora y diez de show, “Pluto” se perfiló como único bis de un concierto en el que la búsqueda de la belleza y la perfección a través de la economía de recursos también rigió su duración.
Antes, con un nuevo disco próximo a editarse este viernes, Julieta Venegas recurrió a una orquesta de escala más corta y condensó pasado y presente en un show dominado por hits, pero también con espacio a estrenos. Su actualidad musical quedó plantada desde el vamos con el pop suave de “En tu orilla”, que tuvo su correlato más adelante con “Te encontré (“La única de amor feliz del disco nuevo”, según sus palabras), “Mismo amor”, “La nostalgia” y “Caminar sola”, el retrato en primera persona del miedo de cualquier mujer al transitar las calles de noche sin compañía alguna. Antes y después, una selección que privilegió satisfacer a un público de festival, con “Mal o bien”, “Algo está cambiando”, “Lento”, “Limón y sal” y “Me voy”. Y entre todo eso, un medley entre “Lo siento bb.”, su canción junto a Bad Bunny, convertida en el trampolín rítmico de “Eres para mí”, porque a veces el ritmo es la respuesta a todo.
El pulso bailable fue también una constante durante el show de Javiera Mena. Después de que Feli Colina diese comienzo a la jornada, la cantante chilena buscó impartir nocturnidad a pleno rayo del sol. “La isla de Lesbos” fue una declamación, una plantada de bandera sobre un groove caminante y pendular, mientras que “Luz de piedra de luna” le insufló un piano house y un bombo en negras salidos de Ibiza a una canción pop. El formato se repitió en “La joya” y “Otra era”, hasta que “Me gustas tú” jugó a marcar la diferencia, un clima acústico de fogón de ribetes bossa nova. La escena duró poco: “Corazón astral” y “Sincronía, Pegaso” volvieron a apuntar a la pista de baile para luego satisfacer el pedido de una fan vía Instagram (“Al siguiente nivel”, de su debut Esquemas juveniles) y luego marcar el adiós con “Espada”.