11/06/2016

Babasónicos en el Ópera: la intimidad como espectáculo

Dárgelos y compañía traen a casa otro rock and roll.

Catorce minutos después de la hora señalada, y mientras los acomodadores siguen espolvoreando plateístas sobre las butacas, el telón del Ópera se hace a un lado. Una puesta sencilla y una variedad sorprendente de instrumentos sobre el escenario marcan la pauta de que la apuesta de Babasónicos para el segundo semestre se aleja de su configuración habitual, típica de su paso por festivales como el Lollapalooza o el Personal Fest. La salida de Impuesto de fehace menos de un mes, delineaba el camino: hay continuidad, sí, pero también cambio. Una declaración de principios digna de una campaña electoral.

¿Cómo suena la versión 2016 de la banda? La respuesta varía entre canción y canción, aunque el folk siempre se mantiene como norte. En "El colmo", primer tema de la lista, la receta encarada es bastante similar a la del disco: con la ayuda de xilofón y guitarra acústica, y reservando el acompañamiento eléctrico de bajo y teclados para momentos precisos, los de Lanús generan un ambiente que rompe lanzas con el pasado, aunque sin parecerse demasiado al formato unplugged tradicional. Minutos más tarde, "Irresponsables" deja en claro que desenchufarse no implica perder potencia. Un rato después, con "El pupilo", son una melódica, unos huevos rítmicos y un mellotron los que hacen la diferencia. Cuando llega el momento de "Vampi", uno de los dos estrenos incluidos en Impuesto de fe, la reacción del público es notoria: todos cantando, como si se tratara de un hit de larga data.

Si por momentos esta relectura babasónica recuerda a la interpretación que Alvy Singer, Nacho Rodríguez y Sebastián Rubin encararon sobre la discografía de The Magnetic Fields, hay dos constantes que impiden una comparación exacta. La primera es esa intención manifiesta de evitar encerrarse en un sonido único, logrando que la transición entre "Camarín" y "Capricho" pueda pasar del space rock al indie intimista en cuestión de segundos, y llevando a Diego Uma y a Carca a pasear de un punto al otro del escenario para cambiar de instrumentos en cada canción.

El otro aspecto es, sin dudas, ese garbo que opera como marca registrada de Adrián Dárgelos. A cada minuto, el frontman logra imbuir al teatro de un aire de seducción en el que hasta los pequeños gaffes -un pie de micrófono tambaleante, cuya caida evita con reflejos notables en "Los calientes", una entrada tardía a escena en "Puesto"- juegan siempre a su favor. En "Putita", esa palabra que para Spotify es simplemente too much, Dárgelos termina su tarea con los brazos en alto, cual Rocky Balboa. "Los imaginaba más ruidosos, pero lo voy a disfrutar así", comenta tras el último acorde, exigiendo al séquito que llena el Ópera que su idolatría no sea en vano.

Tras esa efectiva relectura por los clásicos de la primera década del siglo (capaz de pasear entre la psicodelia y el western, encarando una especie de retorno a los 80 en las versiones de "Soy rock" y "Yegua", y llevando al vivo el mashup monumental de "Zumba", "Yoli", "Viva Satana" y "La roncha"), los bises se limitan a lados B, con foco en el último tramo de su discografía: "Chisme de zorro" (de A propósito), "Shambala" (del EP homónimo de 2015) y "Los burócratas del amor" (Romantisísmico), con "Natural" (Pasto) para la despedida. "¡El domingo vuelvo!", grita un muchacho en el fondo; a juzgar por esta primera noche, su intención de volver para una segunda velada no parece ser para nada descabellada.