07/04/2018

Babasónicos en Obras: como eran las cosas

El regreso a la electricidad de Adrián Dárgelos y compañía.

Babasónicos

En 1950, el alemán Ludwig Mies van der Rohe diseñó el Crown Hall, una de las obras más destacadas de la arquitectura moderna. Ubicado en Chicago, el edificio es la sede de la Facultad de Arquitectura del Instituto de Tecnología de Illinois, y fue definido por su creador como un “espacio universal” con infinitos usos posibles. Tiene sentido que Babasónicos eligiera una foto de su fachada como recurso escénico durante el primer tramo de su show en Obras: al igual que la de Mies, la obra de la banda de Lanús se desarrolla en un contexto de múltiples interpretaciones y finalidades.

Sin material nuevo a la vista del disco que publicarán este año, su regreso a Obras funcionó como un retorno a su costado eléctr(on)ico luego de la reconfiguración como orquesta psicodélica que significó Impuesto de fe. La distancia entre cualquier atisbo de formato acústico quedó manifiesta desde los teclados y la batería electrónica de los primeros compases de “Tormento” y se potenció poco después con “Suturno”. Entre vocoders, lujuria sin metáforas y música disco tocada con tracción a sangre, todo parecía sonar como si los robots de Daft Punk aterrizasen en una fiesta swinger.

Después de permanecer refugiado en los contraluces del escenario, Adrián Dárgelos dio un paso al frente sobre el final de “Y qué” para contemplar desafiante a su propio público. De barba y melena entrecana, su estampa se asemejaba a la de Mark Hamill en Los últimos Jedi. Y, al igual que Luke Skywalker, dejó en claro que sabe cómo dominar la Fuerza sin necesidad de frases elocuentes. Un baile quebradizo en “Los calientes” y su swing narcótico en “Fizz” fueron recursos más que suficientes para armarse de poder antes de coquetear con el Lado Oscuro en “Pendejo” y “Desfachatados” y de fantasear con su proyección astral en “El ídolo”.

Justo cuando “Flora y fauno” prometía un rebaje de intensidad, el tándem urgente de “Estoy rabioso” y “Once” aportó una cuota valvular que encontró su justificación en “Calmática”. De la mano de uno los temas más polimórficos de Dopádromo, en menos de cinco minutos Babasónicos se paseó de ida y vuelta entre el stoner y la psicodelia con el mismo garbo que en 1996. “Fiesta popular”, con imágenes de revueltas en las pantallas fondo, desencadenó una serie de cánticos contra Mauricio Macri desde el público, una escena que sólo pudo desarticularse con la fragilidad melódica de “Curtís”, cantada a dúo por Diego Uma y Mariano Roger.

Con su cantante de vuelta en el escenario, Diego Tuñón guió a Babasónicos hacia la pista de baile con “Monga nunca” (de BBS, el alter ego dance del grupo) y “Microdancing”, mientras Uma imitaba los pasos de La Momia de Titanes en el ring. “Saben que quiero más de ustedes porque no me conformo con nada, ni siquiera con todo”, disparó Dárgelos en una de sus escasas intervenciones antes de un segmento que comenzó con “Ideas” y “Putita” y concluyó con la recuperación de “Fan de Scorpions”, que la última vez que había sido tocada fue en ese mismo lugar… sólo que hace 13 años. Y de ahí, directo a Anoche, con “Carismático”, “Yegua” y “El colmo” a manera de cierre antes de los bises.   

Dentro de la lógica de lo improbable que gobierna el universo babasónico, su regreso a escena fue con “Confundismo”, una balada lisérgica escondida en Luces, su primer álbum en vivo. Para contrarrestar, “Patinador sagrado” fue no sólo un guiño a sus fans de la primera hora, sino también un recordatorio de que su capacidad para mutar de forma sigue vigente aún 24 años después de Trance zomba. Y en una última transformación, en “Así se habla” volvió su costado rockero carente de artificios, una de las tantas aristas que integran ese espacio universal propio en el que la alusión a un estilo arquitectónico parece a la vez algo tan desorientador como perfectamente sensato.