
"¿Vieron que en algo nos parecemos?", inquirió, entre risueño y asertivo, Juan Pablo Fernández antes de tocar una sola nota del set de Acorazado Potemkin en el Xirgu (en el que la banda estrenó "Una oración más" y "La encandilada"). Además de parafrasear un verso de "Algo", la canción con la que arrancaría segundos más tarde, el cantante y guitarrista hablaba de los motivos de esa fecha compartida con la Fernández Fierro. Y sí, hay muchos puntos de contacto entre el trío rockero y la orquesta tanguera, con Buenos Aires como núcleo familiar.
Hace más de 20 años, Pablo Ziegler, que fue parte del quinteto de Astor Piazzolla, le respondió a quien escribe sobre los motivos por los que el tango todavía estaba anclado en la propuesta del gran bandoneonista. Según el pianista, además de la amplitud de miras que había llevado a Piazzolla a incorporar elementos de la música erudita y el jazz a sus composiciones, en su música sonaba una Buenos Aires diferente de la del tango de los 40 y los 50: las calles eran otras, los ruidos de los colectivos se habían multiplicado, las frenadas chirriaban más, y todo eso fluía desde el fueye del gran Astor con absoluta naturalidad.
Pero hoy Buenos Aires ya no es la de Piazzolla. Desde el tango, la Fernández Fierro fue central en esa idea de reflejar los cambios que traía el nuevo siglo, tanto en lo musical como en la manera de encarar una carrera: con el contrabajista Yuri Venturín como alma mater, la orquesta de 13 músicos se maneja de forma cooperativa e independiente, y hasta armó su propio club, donde toca con regularidad. En el Xirgu, arriba de los músicos se veía el logo de la agrupación: una victrola desde la cual sale fuego. Más que apropiado para ellos, que parecen dispuestos a incendiar oídos cuando arrancan, en parte como respuesta (y también como propuesta) para una ciudad que se puso violenta y difícil.
Acorazado Potemkin, por otra parte (o por una similar), reunió hace una década a tres notables figuras del under del rock argentino: Fernández, que venía de transitar el final de Pequeña Orquesta Reincidentes; Federico Ghazarossian, que había cambiado el bajo que tocaba en Don Cornelio y Los Visitantes por el contrabajo en Me Darás Mil Hijos; y Lulo Esaín, una bestia rockera tras los parches de Valle de Muñecas, Motorama y Flopa. En esa unión se hizo una fuerza que también suena a Buenos Aires, aunque no haga falta declamarla para llamar la atención.
La ciudad que transitan Acorazado Potemkin y Fernández Fierro no es la única Buenos Aires posible, claro. En ella, el adoquín ya es más un recurso turístico que una necesidad y el cemento copó más de lo necesario, los colectivos ahora son de empresas con apellidos conocidos detrás, hay que cruzarse con gente chota que "habla de la subversión" (o de alguna agrupación con nombre de expresidente, da lo mismo), la boleta de la luz posterga más de una cerveza en un bar, y el cuerpo aguanta mientras se espera y se agita por "otro porvenir". De allí, entonces, que esa frase vaya de la ilusión aislada a la convicción compartida cuando Acorazado cierra sus shows con "El pan del facho".
En la Buenos Aires que transitan el trío y la orquesta, un bandoneonista puede tener dreadlocks y un violinista lucir una remera de The Cramps. Y la cantante Natalia Lagos, salir a revolverse con un poderío rockero -y el pañuelo verde en la muñeca- que de inmediato recuerda a esos movimientos cortantes y energéticos que despliega Ghazarossian con su bajo. Es una ciudad de personas que ya vivieron unas cuantas cosas pero que, lejos de "estar de vuelta", todavía se mandan al frente pese a los golpes recibidos en el camino.
Es el "río de baldosas" que cruza Acorazado en "Flying Saucers", la zona que amontona gusto amargo en la boca en "Miserere" (que no sonó el viernes por la noche). Y también la gran urbe a la que Alfredo "Tape" Rubin le dedicó "Milonguética", que la Fernández Fierro interpretó como tango (justo después de "Infierno porteño") y le remarcó ese sinfín de contradicciones de la letra, compuesta sólo de adjetivos y la conjunción adversativa "pero": "Mágica pero despótica / Tóxica pero romántica / Múltiple pero monótona / Plástica pero fantástica". Y así hasta abandonar los "peros", en un final de combustión impresionante.
En una noche fría, en San Telmo, esa ciudad se hizo música desde las miradas de un grupo de tango que le huye a los contingentes de turistas en busca de una postal añejada, y de un trío que conjuga al post punk, The Clash y Talking Heads con una poesía que destila cadencia porteña. Una Buenos Aires rabiosa que está ahí nomás. Y caminarla enriquece, maravilla y fortalece.