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Antes de empezar el parloteo de la crítica del nuevo disco de Vicentico, hay que decir que, más que un disco de Vicentico, este es el disco de Gabi. Al cantante de Los Fabulosos Cadillacs (y solista por peso propio) lo llaman así los más cercanos y los que quieren presumir de cercanía. Y, probablemente, sea ese tipo despojado de máscaras el que él mismo ve cada mañana cuando se enfrenta al espejo para encarar el día.
Ojo, lo de"el disco de Gabi" no tiene que ver con que El pozo brillante vaya por el lado de la introspección ni del alma torturada en busca de su yo. Más bien todo lo contrario, porque está lleno de personajes variopintos. En este álbum grabado antes de la pandemia, Vicentico / Gabi parece sencillamente entregarse al juego que mejor juega y que más le gusta: hacer canciones que primero lo diviertan a él, con la esperanza -o quizá la certeza- de que del otro lado habrá más que conectarán con ese espíritu lúdico. Y si eso se hace patente desde el inicio con el single "Freak", llega al paroxismo con "Chau estrella", donde se inventa una orquesta en la que no hay instrumentos sino que él los imita (con un solo de "trompeta" espectacular).
En ese entregarse al juego está una de las principales virtudes del disco, pero no es la única. Otra muy importante es que Vicentico haya logrado un balance a priori difícil entre canciones casi de big band, repletas de caños brillosos y brillantes ("Freak", "Chau estrella", "Tengo miedo"), con otras en las que el entorno es digital (las notables "Rima" y "¿Quién sabe?"), e incluso haya dejado que los mundos choquen, exploten, se multipliquen y rajen para otros lados (como "Cuando salga" o "No tengo", el cover del "Ain't Got No, I Got Life" que hizo conocido Nina Simone).
Una tercera virtud: El pozo brillante suena mejor que el 90% de lo que se escucha hoy en día. La preocupación por el audio, compartida entre Vicentico y Héctor Castillo, se traslada también a las interpretaciones, a la vez tan perfectas como cercanas: cada instrumento entrega todo lo que necesita la canción y encuentra el plano justo para hacerlo. La "diversión" de hacer un disco así también pasa por poner cada pieza del rompecabezas en el lugar indicado... o hacer que las piezas encajen en donde se supone que no deberían hacerlo.

Porque, ¿qué corno es "¿Quién sabe?", un tema atravesado por una cítara que de repente se convierte en una especie de reguetón psicodélico, con estrofas en las que pasa a un beat de Garage Band sobre cual Vicentico enuncia casi como León Gieco en "Orozco" antes de llegar a un estribillo apto para la cancha? ¿Y cómo es que esa mezcla delirante se convierte en un temazo que dan ganas de escuchar una y otra vez? Y enseguida viene "Cuando salga", donde la guitarra acústica y la voz están en primer plano para una suerte de balada folk, pero en la que la electrónica arropa de modo soberbio frases como "Ojalá te encuentre cuando salga / en la soledad de la mañana".
"Rima" es otro experimento con resultado ganador: "hay palabras que decir pero las veo borrosas / por eso ando preguntando cómo se dicen las cosas", plantea Vicentico en tiempos de redefinición de términos y significados. Pero, claro, él necesita de las palabras para hacer canciones y entonces utiliza la canción para hacer notoria la ausencia de esas palabras. "Quiero una palabra que brille", insiste al final, después de rimar sin rima (por ausencia de las palabras finales de cada verso).
"Chau estrella" propone otro juego: meterse adentro de una película en blanco y negro como un Buster Keaton desorientado, mientras en la banda sonora Esquivel se da la mano con un beatmaker. Y entonces llega el cierre del disco con "El plan (La reina del miedo)" y Vicentico se viste de hombre internacional del misterio. Ahí hay una melodía simple sobre la que canta "todo este rencor que yo siento por ti / es lo que me da fuerzas y me hace vivir", pero el entorno es bien James Bond.
"La vida es sólo ahora", insiste Vicentico al punto de hacerlo en dos versiones de una misma canción ("Ahora 1" y "Ahora 2", que vienen juntas en la segunda mitad del disco). El pozo brillante transpira esa inmediatez, por más que esté trabajado hasta el mínimo detalle. El chico que moldeaba plastilina se convirtió con el tiempo en escultor notable, pero el espíritu al enfrentarse a la materia aún sin forma continúa siendo el mismo. Y esta vez el hombre se despertó con ganas de jugar.