

(10 votos)
Hubo un tiempo en el que Richard Ashcroft era conocido por su comportamiento errático y su espíritu volátil. A mediados de los 90, el por entonces vocalista de The Verve se había ganado el mote de "Mad Richard" gracias a su conducta arriba y debajo del escenario, un perfil que se diluyó con el tiempo gracias a la suma de varios factores. Primero, aprendió a componer canciones, lo que lo llevó a convertirse en el líder de facto de su propia banda (que devino en una separación inevitable en 1998), luego descubrió las bondades de la vida en pareja y encontró en la espiritualidad el bálsamo necesario para dejar atrás un estilo de vida que cada vez sentía más ajeno.
De junkie al frente de una banda de space rock a songwriter antitóxico, Ashcroft supo construir una carrera solista con las herramientas con las que se ganó el protagonismo compositivo al frente de The Verve: canciones a medio tiempo, cimentadas sobre guitarras acústicas y paredes de arreglos de cuerdas. La fórmula le funcionó al grupo en algunos pasajes de A Northern Soul (1995) y casi todo Urban Hymns (1997), por lo que Ashcroft no sólo no buscó alternativas al momento de iniciar su camino en solitario, sino que prefirió exprimir el formato todo lo posible, disco tras disco. En consecuencia, lo que funcionó bien en Alone With Everybody (2000) ya no fue tan sorpresivo en Human Conditions (2002) y terminó por agotar su gracia en Keys to the World (2006).
Tras un fallido regreso con The Verve, que terminó con sus ex compañeros acusándolo de juntar a la banda sólo para relanzar su carrera solista, Ashcroft buscó pegarle un lavado cosmético a su música con RPA &The United Nations of Sound (2011), un disco con el que recurrió a beats, riffs rockeros y loops para no repetirse. El resultado final tampoco satisfizo a su propio público, y el músico de Wigan pasó cinco años alejado de los estudios, en un silencio mediático que sólo rompió para presentarse en vivo en formato acústico, repasando las canciones de la banda que supo integrar (y disolver) a fines del siglo pasado. Así, Ashcroft trató de volver a sus propios orígenes, pero demasiada agua había pasado debajo del puente como para que ese retorno ocurriese sin sobresaltos.

These People es, según las palabras de su propio autor, un álbum inspirado por "algunos hechos personales y mundiales que tomaron un giro oscuro que llevó a una necesidad de urgencia y una clarificación mental". Es así que el disco podría llevar como subtítulo "el evangelio según Richard Ashcroft", contiene diez canciones sobre fe y devoción en las que juega con la ambivalencia de la identidad de su salvador. Puede tratarse de su mujer o de su mesías, que el efecto redentor será el mismo. Así como Jason Pierce o Bobby Gillespie recurren a la espiritualidad como un acto de desesperanza al borde del abismo, Ashcroft lo hace a conciencia para querer ser otro, alguien mejor que el que supo ser.
"They Don’t Own Me", "These People" y "Picture of You" apelan a la Santísima Trinidad de voz, acústica y pared de cuerdas. El resultado es tan efectivo como redundante: funciona en los primeros intentos, pero a la cuarta balada con el mismo formato el deja vu sonoro es inevitable. Cuando se sale de su propio guión, Ashcroft no logra evitar tambalear. "This is How it Feels" toma sampleos de su propia voz para construir un patrón percusivo que da lugar a un boceto de góspel 2.0 que redunda en lugares comunes ("Así es como se siente cuando el amor es real (…) Fuiste testigo de mis días oscuros, ahora estuve rezando para que el sol vuelva a salir").
A pesar del uso y abuso de su marca registrada, These People tiene sus momentos de lucidez en "Black Lines" y la intención discotequera de "Hold On" y "Out of my Body", tanto por peso propio como por la comparación con el resto de las canciones que las rodean. Ashcroft supo cómo crear un sello distintivo propio, algo que es bastante más complicado de lo que parece, pero por momentos no es suficiente. Quizá sea hora de levantar el teléfono y pedirle disculpas a sus ex compañeros, por tercera vez.