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El crecimiento sostenido de Pez, que ya saltó de los sótanos a teatros para un par de miles de personas, bien podría generar que su cerebro y músculo Ariel Sanzo decidiera aflojar un poco el ritmo, y dedicarse a exprimir al máximo cada uno de sus discos con shows aquí y allá. Sin embargo, aunque el (ahora) cuarteto nunca está demasiado alejado de los escenarios, la urgencia de las canciones se impone: 19 discos, casi uno por año en los últimos tiempos, dan cuenta de la versatilidad del cantante y guitarrista como compositor. Porque, además, nunca un álbum se parece al siguiente, e incluso la formación del grupo ha mutado a lo largo de su historia.
La suma de voluntad de cambio + ansiedad por lo nuevo no siempre da resultados de excelencia, algo a lo que Pez tampoco ha podido escaparle. Pero sería injusto pedir algo así cuando se habla de una banda que hizo discos como Quemado (1996), Fragilinvencible (2000) o El manto eléctrico (2014), que dejan la vara muy alta tanto para sí como para sus congéneres. El asunto es que Pelea al horror, su trabajo más reciente, va derecho a esa lista de lo mejor que han dado Sanzo y compañía. Y desde el mismo título se percibe la necesidad del grupo por vomitar esas canciones rockeras, con la guitarra como punta de lanza, sostenida por la creatividad y la enjundia de los teclados de Juan Ravioli, el bajo de Fósforo García y el baterista Franco Salvador.
"No podemos entregarnos sin bancar la posición / Es difícil, se hace duro, pero impera / Darle pelea al horror", canta Sanzo en el tema que le da nombre al disco, un manifiesto personal que se convierte en "llamado a las armas". Pez se planta y se pone en guardia de la manera que mejor le sale, que es con una música que marca su enojo con lo que lo rodea, y en esa actitud transmite una vez más un mensaje tan viejo como vigente: "hacelo vos mismo". Que, en este caso, es una invitación a aguantar los trapos desde el mismo lugar ético y estético que la banda, aunque a la manera de cada uno.

Foto: Gentileza
Los vínculos de Pez con la música de los 60 y los 70 no son novedosos, pero hay que trascender esa primera capa sonora "clásica" para descubrir lo actuales que son las canciones, incluso cuando miran hacia "1986". Allí, la nostalgia por antros como Cemento y el Parakultural linkea con "Noches románticas en sótanos húmedos", una canción que Sanzo escribió para El Siempreterno. Pero las calles que transita el cantante en Pelea al horror no son las de entonces sino estas que de repente se convierten en metrobus, o en las que duerme un "Maestro linya"("Revuelvo basura por comida / Quizá tenga suerte hoy / Nada debo, nada quiero / Y así estoy mejor").
Desde la "Intro horrible", que desmiente a su título con un hard rock progresivo, el álbum se planta con dientes apretados y un vértigo que baja sólo en un par de ocasiones. Una es "La balada del niño mudo, el perro blanco y la señorita Bettie", que suena como si los Stones más baladísticos invitaran a tocar a David Crosby y su tocayo Lebón; la otra marca el final del disco con un cuelgue psicodélico llamado "La paciencia de la piedra". En el resto, la guitarra de Sanzo se acerca a la "fragua" que suele proponer la Old Black de Neil Young, con solos inspirados y rítmicas brillantes, en diálogo aceitado a lo Deep Purple con los órganos de Ravioli. Un gran ejemplo es el hard rock "Parte de la solución", donde el cantante propone el autocultivo de marihuana como uno de los bálsamos para soportar tiempos difíciles: "Planta la planta que corta el circuito del mal".
El disco apareció hace menos de dos semanas y, contra lo que indican todos los manuales de la industria, el viernes 31 de agosto ya habrá un nuevo álbum de Pez: Rodar, un trabajo en el que el cuarteto se cruza con Litto Nebbia para homenajear a los 50 años del rock argentino. Saber rodearse de compañeros de lucha tan tozudamente independientes -y con más batallas libradas, incluso- es otro rasgo del buen criterio de Sanzo y los suyos: la pelea al horror es larga y difícil, pero de ningún modo piensan bajar las banderas.